Domingo, 19 de agosto de 2007 | Hoy
Por Mario Wainfeld
“En un momento cada vez más globalizado y transnacional, los gobiernos nacionales conviven con fuerzas que ejercen cuanto menos el mismo impacto que ellos en las vidas de sus ciudadanos pero que se encuentran, en distinto grado, fuera de su control. Y, sin embargo, no tienen la opción política de claudicar frente a esas fuerzas que escapan a su control, ni siquiera en el caso de que lo desearan”.
Eric Hobsbawm,
Guerra y paz en el siglo XXI.
Tal vez haya sido la intervención (pluri) estatal más grande de la historia, por ahí los anales registren alguna equivalente. En cualquier caso, fue una acción financiera machaza: cientos de miles de millones de dólares salieron de las arcas de los Estados para aminorar los desaguisados cometidos por “los mercados”. Cientos de miles de millones, usted leyó bien. Evocando la conspicua escena de los western, la llegada del Séptimo Regimiento de la caballería yanqui, irrumpieron recursos fiscales para evitar un derrumbe mayor de las Bolsas.
Se habla de “burbujas financieras” y se evocan otros episodios de especulación febril, remontándose a los famosos tulipanes de Holanda. Por decirlo en lenguaje charro, indigno de esos avatares reservados a brokers avezados, entidades financieras emitieron moneda bancaria a lo pavo “respaldándola” con carteras mal formadas. Hipotecas truchas como primera reserva sirvieron primero para “inyectar” dinero. Como la magia era poca se emitieron bonos sustentados en esos elegantes trozos de papel higiénico.
“Los mercados” se autodescriben como sesudos, racionales, hábiles para predicar sobre conductas ajenas, sobre todo la de esos gobiernos mencionados en la augusta cita que encabeza esta nota. Sin embargo, su conducta cotidiana evoca a Isidorito Cañones. Lo suyo es bartolear la guita que se les venga en gana para que luego Patoruzú afronte la adición. Ya se dijo quién hace el papel de Patoruzú.
La lectura del impacto de esa crisis sobre un país ubicado en el confín austral del mundo fue muy variada. Para los apologistas de los mercados, el daño fue mayor que la media porque no se están “haciendo los deberes”. Adivinen quién diseñó la currícula que estipula esos deberes.
Otros intérpretes propugnan que, bastante apartada del mercado internacional de crédito, con un superávit alto para lo que fue su historia reciente, el daño (inevitable en alguna medida, como enseña Hobsbawm) fue el mínimo posible.
La platea y la tribuna
En Argentina, justo en la semana del enésimo “jueves negro” el gobierno ordenó un aumento a los jubilados. La platea financiera desaprobó el gesto, prescribió su receta eterna. Los plateístas fulminan que se juegue para la “tribuna”, sin permitirse autocrítica ni introspección. La crisis financiera no los convalida, al contrario, los pone bajo sospecha. Su legitimidad política es nula, nadie los votó. Su legitimidad intelectual está sometida a prueba por cientos de miles de millones de razones verdes. Tienen derecho a reivindicar sus acotados intereses sectoriales pero es irrisoria su autoridad para dar cátedra en asuntos públicos.
Un índice particular
Para el Gobierno, la medida fue pura coherencia. “Estamos líquidos, todos los años ajustamos las jubilaciones, tenemos que ir acercando los valores a la movilidad que impone el fallo de la Corte”, enumera un alto funcionario que tomó parte en la decisión. Néstor Kirchner la remachó, valorando que (contra la Vulgata mercadista) era buen momento para una acción heterodoxa. A su estilo, le añadió crema y llevó el incremento a un porcentual ligeramente mayor al que se estaba lucubrando. El costo fiscal se calcula con una minuciosidad exótica a lo que venía siendo hábito del estado argentino, producto de la estabilidad relativa imperante. El número clavado incluye ingredientes de voluntad política.
“Usamos el índice genital-musical –describe una alta espada del gabinete, kirchnerista al mango, cuando el cronista le pregunta cómo se llegó al 12,5 por ciento–. Y se explica: “Dentro de una banda prevista, fijamos el número que se nos cantó las...”.
El Presidente es cuidadoso de las cuentas fiscales, ha logrado un superávit superior al que soñaba cualquier predicador de centroderecha hace cuatro años. Pero como cualquier otro gobernante democrático, no sólo debe moverse al son de los huracanes globalizados, también tiene obligaciones con su pueblo, entre otras cosas porque depende de su voto para seguir en el candelero. La competencia política es más exigente que la de los mercados, los mandatarios democráticos no tienen prestamistas de última instancia, fieles y veloces como bomberos.
En particular, la sociedad argentina (su estado por implicancia) tiene una deuda fenomenal con las personas en edad de retirarse del mercado de trabajo. Se los azotó con el desempleo, se les congelaron las pensiones, alguna vez se les mochó ilícitamente un pedazo de sus haberes. Reparar esas barbaridades es un deber acuciante, por razones morales y biológicas evidentes. Aumentar la masa de jubilados y aumentar las mensualidades es una necesidad. Los voceros de los mercados dicen que eso es “pan para hoy y hambre para mañana” mientras vitorean a las tropas de Caballería.
Remember Badaro
Hay otro dato, menospreciado por la narrativa de “los mercados” que mencionan los funcionarios. Es el cumplimiento de la ley y la jurisprudencia. La Corte Suprema ordenó, en el expediente “Badaro”, la actualización de las jubilaciones superiores al mínimo. No estipuló un criterio matemático, les concedió a los otros poderes un “plazo razonable” para adecuar las jubilaciones a la sentencia.
Con la Justicia en un platillo de la balanza y las cuentas públicas del otro, el Gobierno viene arrimando el bochín a esa directiva, sin honrarla del todo, como se detallará unos párrafos más abajo.
Transcurrido que fue un añito, miles de litigantes notaron que la sentencia no se cumple y recurrieron a la Corte para que dé por vencido el término concedido al Ejecutivo y al Legislativo y supla su inacción. El trámite del expediente-emblema tiene sus peripecias, no habrá sentencia antes de las elecciones, posiblemente no la haya en 2007. Pero la Justicia se expedirá, imponiendo su decisión, que es derivación del artículo 14 bis de la Constitución. Nada más apegado al estado de derecho que un alto tribunal que honra la Carta Magna y determina que los otros poderes públicos obren en consecuencia. Es una Corte de buena reputación, es un ejemplo agradable de seguridad jurídica y de previsibilidad. Pero “los mercados”, tan estentóreos cuando reivindican en abstracto esas banderas, las relegan al tacho de la basura cuando chocan con sus intereses.
Los estados, por definición, tienen más variables para considerar.
El genoma K
Buena ventaja saca el oficialismo si compite con la verba corporativa de la derecha. Cuando se lo confronta con la magnitud de sus obligaciones, a menudo cae en off side. Su insistencia en gobernar día a día, no planificar, mantener indemne su capacidad de decisión puede convertirse en improvisación, arbitrariedad o, más llanamente, incumplimiento de las normas.
Sería una demasía denunciar que se desacató la sentencia Badaro pero es flagrante que se cumple a medias. Hacerlo bien forzaría a establecer un cronograma de incrementos, esto es, a consagrar su sustentabilidad y previsibilidad. Quedarse con el factor sorpresa y el decisionismo es buen recurso plebiscitario pero flojo desempeño republicano.
La gestión Kirchner se incubó en la emergencia, que dibujó su código genético y cuya terminación parece no registrar, contrariando evidencias patentes. El desempleo bajó a un dígito, la capacidad industrial ociosa es una remembranza, la pobreza disminuyó. Se ha reducido la tropa de un interminable ejército industrial de reserva, la economía mundial (se supone) seguirá siendo propicia pero con márgenes menos generosos. Otra etapa adviene, coincidiendo un poco azarosamente con el recambio de autoridades.
La complacencia del Gobierno con su “modelo”, machacada en la oratoria de la candidata Cristina Fernández de Kirchner, suena a excesivo voluntarismo.
Ir por más
Las asignaciones familiares también mejorarán antes de los comicios. “El aumento del mínimo no imponible para Ganancias favoreció a los trabajadores con mejores ingresos, es el turno de los que ganan menos”, simplifican en Trabajo y la Casa Rosada. Para inducir ese resultado, las nuevas escalas seguramente privilegiarán al segmento más desfavorecido. El índice que se aplique seguramente se está discurriendo en estas mismas horas, en torno de la mesa chica, en Santa Cruz. Una silla se acodó a ese minúsculo cónclave: Alberto Fernández volvió al Sur del Sur, después de meses de extrañamiento de esas tenidas.
La brecha de ingresos sigue siendo enorme y sólo quien representa intereses sectoriales exóticos puede objetar que suenen algunos tiros para el lado de la justicia. El oficialismo tuvo razón en muchos debates de estos años. Como quien no quiere la cosa, quienes les llevaron la contra ahora admiten que no estuvo tan mal renegociar la deuda externa, reactivar la economía, excitar el consumo, imprimir un rumbo neokeynesiano al uso nostro. Hasta se avienen a las retenciones. Todas las admisiones se formulan distraídamente, sin rememorar con qué fervor se impugnó esa seguidilla de decisiones
Todas esas victorias y una serie de condiciones internacionales favorables condujeron (cada cual evaluará en qué proporción) a un escenario nuevo. Ese es el haber del Gobierno. Pero queda en pie la duda acerca de su aptitud para reformatearse, para cambiar su modo de afrontar la realidad, para prevenir, para planear.
La vocinglería de los gurúes vale lo mismo que sus papeles sin sustento. El real rival de fuste que espera al próximo gobierno será una realidad compleja y cambiante. Quien llegue a la Rosada (tanto más si es el oficialismo) deberá registrar que la flamante contingencia no se podrá pilotear sólo con los instrumentos que valieron para capear la mayor crisis de nuestra historia.
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