Domingo, 2 de mayo de 2010 | Hoy
EL MUNDO › ELECCIONES EN GRAN BRETAÑA
Por Marcelo Justo
Desde Londres
En 1959 el primer ministro conservador Harold Mcmillan basó su campaña en un slogan revelador de la bonanza de los años dorados de la posguerra: “Nunca nos ha ido tan bien”. Cinco décadas más tarde, las elecciones del 6 de mayo se parecen mucho más al “Blood, Sweat and Tears” que Winston Churchill prometió al pueblo británico en 1940 que al esplendor que podía exhibir Mcmillan como carta de triunfo. Una anécdota ilustra a las claras la disyuntiva que enfrentan los tres partidos principales del Reino Unido. En un encuentro reciente con un economista estadounidense, el director del Banco Central de Inglaterra, Mervyn King, comentó que la crisis era tan profunda que quien gane las elecciones del 6 de mayo está condenado a ser un gobierno tan impopular que probablemente nadie vuelva a votarlo por mucho tiempo.
El tema central es el estado de las cuentas fiscales luego de los megarrescates del sistema financiero y los paquetes de estímulo de 2008 y 2009. El déficit del 11,6 por ciento se acerca bastante al de Grecia, epicentro hoy de la crisis europea. En 2009 el PIB británico se contrajo un cinco por ciento y sólo en los últimos meses ha dado señales de una más que vacilante recuperación (0,2 por ciento en la última medición trimestral). Con un desempleo que ronda el 8 por ciento, la economía es la preocupación número uno del electorado. Los tres candidatos coinciden en que el Reino Unido tendrá que cortar drásticamente el déficit para no quedar preso de los mercados financieros. Las voces más alarmistas auguran que el Reino Unido podría agregarse a la fila de los PIGS (en inglés la sigla significa “cerdos” y engloba a Portugal, Italia, Grecia y España) y encontrar crecientes dificultades para financiarse a tasas razonables con la emisión de bonos soberanos.
El alarmismo por la situación fiscal no es inocente. Entre los más vociferantes se encuentra el líder de los conservadores, David Cameron, y medios del establishment financiero. Pero la principal diferencia entre los partidos no es tanto el diagnóstico de la enfermedad como la estrategia de cura. Los laboristas subrayan que el saneamiento fiscal no puede preceder a la recuperación económica y recuerdan que en los años ‘30 los conservadores británicos (y aun el Estados Unidos de Roosevelt y el “New Deal”) atacaron el déficit de manera prematura precipitando una nueva recesión. Quitando esta importante salvedad, el plan laborista contempla una drástica reducción del déficit en los próximos cuatro años.
Ninguno de los partidos ha sido muy claro respecto de cómo van a llevar adelante el ajuste. El mejoramiento de la situación fiscal puede venir por un aumento de la recaudación (vía impuestos más altos o mayor actividad económica) o un achicamiento del gasto público. Los conservadores se inclinan por un drástico achicamiento del gasto público, los laboristas y liberal-demócratas buscan mantener un equilibrio entre aumento impositivo y reducción del gasto, pero según dos prestigiosas fundaciones británicas –-el Institute for Fiscal Policy y el National Institute for Economic and Social Research– las cuentas de ninguno de los partidos cierran. Ni el laborismo podrá mantener el radio de una libra de aumento impositivo por cada dos libras de recorte del gasto ni los conservadores podrán cumplir con sus promesas de reducción impositiva para estimular la inversión pagada con puros recortes si es que quieren sanear las arcas. El plan de los liberal-demócratas de congelar la renovación del sistema nuclear Trident es la idea más novedosa para combatir el déficit, pero tampoco alcanza para cerrar las cuentas.
Todo lo cual no quiere decir que el Reino Unido será la próxima Grecia. Según la editora de temas económicos de la BBC Stephanie Flanders, las diferencias son muy claras. “Nuestro stock de deuda está creciendo, pero es mucho más bajo que el de Grecia y los vencimientos de deuda son a más largo plazo. A diferencia de Grecia, el Reino Unido tiene un buen sistema de recaudación impositiva y además no está en el euro. En el peor de los casos podemos devaluar”, explica. Si se tiene en cuenta que aun en los años dorados de McMillan la relación deuda-PIB –en aquel entonces heredada de la Segunda Guerra Mundial– era de más del ciento por ciento y que hoy es un poco superior al 70 por ciento, la situación tampoco parece tan dramática. Lo que ha cambiado radicalmente es la expectativa y la confianza.
En los años dorados se respiraba optimismo y había una certeza de crecimiento continuo. Hoy la situación está marcada por la incertidumbre y una pérdida de confianza. En la tabla de los países del G-20, el Reino Unido aparece entre los países más endeudados del mundo desarrollado (la relación deuda-PIB es de más del 70 por ciento. En Argentina es en torno del 50, en China en torno del 20). La deuda personal del crédito fácil supera el millón de millón de libras (más de tres veces el PIB argentino), la deuda pública es record de posguerra, la corporativa también y de los bancos sólo se esperan sorpresas desagradables. Según el National Institute for Economic and Social Research, de esta situación se va a empezar a salir recién en 2027. Con estas perspectivas no sorprende el veredicto del director del Banco Central de Inglaterra sobre el cáliz envenenado que pueden aportar las urnas este jueves.
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