Domingo, 14 de agosto de 2011 | Hoy
EL MUNDO › OPINION
Por Atilio A. Boron
Fidel, lúcido como siempre y más sabio que nunca. El paso de los años acompañado por una notable capacidad para reflexionar sobre las vicisitudes de su vida y el mundo lo han enriquecido extraordinariamente. Su mirada, que siempre tuvo el privilegio de internarse en el horizonte histórico-universal se ha tornado más aguda: Fidel ve donde los demás no ven, y lo que ve son las esencias y no las apariencias. Tiene razón García Márquez cuando dijo de él que es “incapaz de concebir cualquier idea que no sea descomunal”. Retirado de todos sus cargos al frente de la Revolución Cubana sigue siendo, sin la menor duda, “el Comandante”. No sólo del glorioso Movimiento 26 de Julio o de las Fuerzas Armadas Revolucionarias cubanas, sino de un ejército mundial de mujeres y hombres que luchan por su vida, por su dignidad, y por la supervivencia del género humano, hoy amenazada por un arsenal nuclear de incalculables proporciones, una pequeñísima parte del cual sobraría para arrasar con toda forma de vida en el planeta Tierra. Supervivencia también comprometida por la furia predatoria de un sistema, el capitalista, que todo lo que toca convierte en mercancía, en un simple objeto cuya excluyente finalidad es producir un lucro. A favor de esa visión de águila, que en su momento Lenin reconociera en Rosa Luxemburgo, pudo denunciar, casi en soledad, la crisis ecológica que hoy nos abruma así como los peligros de la demencial carrera armamentística desencadenada por el imperialismo norteamericano.
Algunos seguramente recordarán su intervención en la Primera Cumbre de la Tierra, en Río de Janeiro, en 1992, cuando el Comandante alertó sobre el riesgo ecológico en que ya se hallaba el planeta. Mientras el presidente norteamericano George Bush se negaba a firmar los protocolos de Río, Fidel denunciaba que “una importante especie biológica está en riesgo de desaparecer por la rápida y progresiva liquidación de sus condiciones naturales de vida: el hombre”. Y proseguía su análisis diciendo que el desenfrenado consumismo y el irracional derroche que propicia la economía capitalista son los responsables fundamentales de esta situación.
Por supuesto, sus palabras fueron desoídas por la casi totalidad de los jefes de Estado allí convocados –¿quién recuerda ahora sus nombres?– que siguieron bailando desaprensivamente en la cubierta del Titanic.
Sabio como pocos, Fidel se preguntaba, en ese mismo discurso: “Cuando las supuestas amenazas del comunismo han desaparecido y no quedan ya pretextos para guerras frías, carreras armamentistas y gastos militares, ¿qué es lo que impide dedicar de inmediato esos recursos a promover el desarrollo del Tercer Mundo y combatir la amenaza de destrucción ecológica del Planeta?”. Va de suyo que conocía perfectamente bien la respuesta, tal como la expusiera en miles de ocasiones: el impedimento radica en la esencia misma del capitalismo como sistema, y en el imperialismo como su forma actual.
Retirado de sus cargos oficiales, el infatigable soldado continúa luchando sin cuartel en la crucial “batalla de ideas”, un frente que, lamentablemente, la izquierda descuidó durante mucho tiempo pero que ahora cuenta con numerosos combatientes. Y desde allí ilumina el esperanzado camino que conduce hacia la emancipación humana y social. Como dice la canción popular mexicana, Fidel, “feliz en tu día, y que vivas muchos más”.
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