Domingo, 13 de mayo de 2012 | Hoy
EL MUNDO › ENTREVISTA A NILS CASTRO, AUTOR DE LAS IZQUIERDAS LATINOAMERICANAS EN TIEMPOS DE CRECER
Ensayista y catedrático, Castro ejerció la diplomacia durante el gobierno del general Omar Torrijos. De visita en Buenos Aires argumenta que los gobiernos progresistas necesitan volver a tener un proyecto estratégico común.
Por Mercedes López San Miguel
Acompañado de la gestualidad de sus manos, Nils Castro afirma que hoy dice realmente lo que piensa, sin tapujos. Ensayista y catedrático, Castro ejerció la diplomacia durante el gobierno del general Omar Torrijos. En esta entrevista, el ex funcionario desgrana la tesis principal del libro que vino a presentar a Buenos Aires, Las izquierdas latinoamericanas en tiempos de crear: los gobiernos progresistas necesitan volver a tener un proyecto estratégico común. Prologado por el ex canciller argentino Jorge Taiana y el ex asesor en política exterior de Lula da Silva, Marco Aureilo García, el libro ofrece una mirada crítica y a la vez esperanzada sobre los procesos de cambio que atraviesan varios países de la región.
–¿Cuáles son los desafíos para las izquierdas gobernantes de América latina?
–Son gobiernos progresistas que han surgido como resultado de distintos procesos nacionales, pero no comparten un proyecto común. Son expresiones de rechazo a las políticas neoliberales y su dedicación principal ha sido la de reparar los daños heredados de todo el largo período del tsunami neoliberal. No basta con reparar y recoger los escombros: es necesario volver a tener un proyecto estratégico a largo plazo. En los años sesenta y setenta, en distintas latitudes de Latinoamérica compartíamos un conjunto de objetivos que tenían puntos en común, si bien no produjeron los resultados esperados. En los ochenta se produjo la ofensiva neoconservadora de Reagan y Thatcher con la implantación masiva del neoliberalismo, tanto en lo económico como en lo político-ideológico, y se revirtieron esos proyectos. Al mismo tiempo, se desmoranaba el campo socialista. Observo una paradoja: en los tiempos en que el Che se alzó en Bolivia, los problemas de miseria, empleo y justicia social que padecíamos no eran tan graves como los que tuvimos acumulados en los noventa. En los noventa había más razones para alzarse que en los setenta, pero ya no había proyecto.
–¿Hay señales de que existe un proyecto integrador de la región?
–Sí, en sentido de solidaridad latinoamericana entre los gobiernos progresistas. No lo veo en el sentido de contar con un proyecto estratégico o revolucionario. Para que vayamos un poco más allá de ganar elecciones a la derecha, necesitamos volver a pensar teniendo como objetivo la transformación de la realidad social y nacional de nuestros pueblos. Tiene que ser un proyecto enraizado en nuestras propias realidades nacionales.
–Si no prosperó en los setenta, ¿por qué podría prosperar ahora?
–Antes recibíamos ideas de la Ilustración, del liberalismo radical, del socialismo europeo, del modelo chino. Esos modelos eran forasteros, no nacían de nuestra propia experiencia ni de nuestro proyecto. El proyecto debe nacer de nuestras aspiraciones y experiencias. Una de las mayores necesidades será tener un buen diálogo entre las distintas corrientes populares y de izquierda. Ningún sectarismo produce un modelo nuevo. Agregaría que hace falta incorporar gente nueva. Emergió otra generación de latinoamericanos y tenemos que hacer un debate más plural cambiando el lenguaje. La izquierda y la derecha son bien diferentes: la derecha administra lo que existe, asegura que continúe el modo actual de explotar a los pobres; en cambio, la izquierda propone algo que todavía no existe y por tanto el riesgo es mayor.
–¿Cómo imagina que debiera concretarse esa transformación?
–No me atrevo a anticiparlo, quiero ayudar a convocarlo. El proyecto tiene que ser democrático y lo más participativo posible y debe resolver las necesidades sociales principales –igual salud y educación para todos–, continuar resolviendo las urgencias sociales que el tsunami neoliberal dejó y a partir de ahí rediscutir el concepto mismo de democracia: qué tipo de democracia queremos.
–¿La punta de lanza es por ejemplo el modelo de socialismo del siglo XXI de Hugo Chávez?
–Es una propuesta bastante nebulosa todavía. Ecuador da un ejemplo interesante de revolución ciudadana. En Bolivia hay una búsqueda de algo nuevo, con las complejidades de ese país. El otro tema es quiénes son responsables de construir este modelo nuevo. A veces se los acusa a los gobiernos progresistas de no estar educando a las masas para llegar a formas de revolución más radicales. No es una obligación del que gobierna. Es responsabilidad de los partidos y de los grupos políticos que critican a los gobiernos progresistas. Educar gente para crear una contrahegemonía es una misión de los partidos, movimientos sociales, sindicatos.
–¿Tiene algún ejemplo actual de movimiento social que destaque?
–El Movimiento de los Sin Tierra brasileño ilustra un camino posible, porque cumple su papel de organizador social y cultural.
–¿Y en Argentina?
–No conozco la situación lo suficiente. Yo creo que hay un debate más libre y animado en el que participan más actores sociales. Sucede en Argentina, como en México, que ya hay una intelectualidad aportando a la construcción de un proyecto y uno lo encuentra en las universidades y los medios electrónicos. Eso es bueno pero no suficiente. El debate se debe trasladar al interior de los partidos. Hay que hacer un nueva cultura política.
–A raíz del agotamiento del neoliberalismo, ¿ve positivo que en nuestros países se politizaran las nuevas generaciones?
–El fenómeno más notorio es la multitud de jóvenes que se sienten incómodos con el sistema pero que no buscan una solución en la actividad política. De repente aparecen movimientos de protesta como en Chile, pero si no hay una conducción política estos ciclos de protestas se pueden frustrar. Las revoluciones árabes, que aparecieron como promisorias, se han revertido, se generaron elementos contrarrevolucionarios. Hay que usarla como energía constructora. Rescato los movimientos de repudio a lo existente que tumbaron gobiernos y desembocaron en proyectos constituyentes para refundar países como en Venezuela, Ecuador, Bolivia. En otros lugares esos movimientos llegaron a ser impetuosos para poner en fuga a los gobiernos, como el caso de Argentina, para luego refluir hacia el sistema político tradicional. Aclaro que en este período más reciente –que no aborda mi libro– Argentina tuvo un éxito electoral tan grande que le da mucho más poder al Estado para reformar el país. En algunos sitios se realizaron elecciones sin cuestionar el sistema político como sucedió en Uruguay. La gente votó contra los que instrumentaron y defendieron el modelo neoliberal, pero al votar contra lo existente dentro del mismo sistema político produce gobiernos progresistas que no tienen mayoría parlamentaria, que gobiernan una minoría de municipios y gobernaciones, como es el caso de Brasil. Lula y Dilma no pudieron marchar a toda máquina.
–¿Cual sería la relación con Estados Unidos en ese proceso de cambio revolucionario?
–Hacer algo como lo hizo la Argentina con la estatización de YPF, como lo hicieron antes Evo Morales o Rafael Correa, no hubiera sido permitido por la hegemonía norteamericana en el continente en los ’60 y ’70. La emergencia de los procesos progresistas cambió la correlación de fuerza norte-sur en el continente. Una de las maneras es recuperar soberanía y también construir mecanismos de colaboración regional como Unasur y la Celac. Imponer en la OEA la derogación de la resolución que expulsó a Cuba tiene un valor simbólico extraordinario. También la situación de EE.UU. en el mundo ha cambiado. Razón para que aspiremos a más.
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