Jueves, 21 de abril de 2016 | Hoy
EL MUNDO › OPINIóN
Por Emir Sader
Desde que fue elegido, en 2002, Lula fue víctima de ataques, dentro y fuera de Brasil, que lo trataban de descalificar. Había “traicionado” al pueblo brasileño, según la ultraizquierda. Sería un “blairismo tropical”, según el demasiado elocuente y precipitado Tariq Ali.
Lula superó todo eso: el pueblo que él habría “traicionado” lo reeligió y lo sigue considerando el más grande líder popular de la historia de Brasil. Su gobierno promovió el mayor proceso de democratización social que Brasil ha vivido, a la vez que garantizó los derechos sociales fundamentales de toda la población.
El “blairismo tropical”, a su vez, se chocó con una política internacional radicalmente opuesta a la de Tony Blair, absolutamente antagónica a la de los Estados Unidos. (Una solitaria y desvariada voz de la ultraizquierda alcanzó a decir que “el sueño de Itamaraty era ser el Israel de América latina”).
Lula fue uno de los artífices, junto con Chávez y con Néstor Kirchner, de Unasur, así como del fortalecimiento del Mercosur y de la fundación de la Celac.
Cuando reaparece el riesgo de que la derecha vuelva al gobierno en Brasil, es que reaparecen el rol de Brasil en el campo progresista latinoamericano y mundial, así como el rol de Lula en ese proceso. Por la dimensión de su economía, pero también por las novedosas políticas sociales de Lula, por el rol del país en la política internacional, por la importancia del Presal y por la participación en los Brics, el tipo de gobierno que tenga Brasil tiene repercusiones en muchos planos. No sólo hoy, sino en el futuro, en el cual el lugar de Lula es estratégico.
Hoy el gobierno de Dilma Rousseff es víctima de un golpe blando, de una alianza entre partidos de derecha, que controlan el Congreso, para sacarla del gobierno, sin ninguna acusación que lo justifique. Como dice la prensa internacional –no así la brasileña–, de forma consensual, se trata de políticos corrompidos intentando sacar a una presidenta honesta, mediante métodos sórdidos.
Pero, cualquiera que sea el desenlace de ese proceso, Lula sigue siendo el más grande líder político brasileño y candidato favorito para ganar las elecciones presidenciales, sean ellas antes del plazo del 2018 o en ese momento. Del desenlace de la crisis actual va a depender mucho del futuro de Brasil, con sus efectos en el plano regional e internacional.
Lula ha afirmado ayer, en la reunión de a Dirección Nacional del PT, que se dedicará, por entero, a la lucha por la democracia en Brasil. Lucha que hoy significa, en primer lugar, la lucha por la defensa del mandato de Dilma, conquistado con el voto mayoritario del pueblo. Significa, a la vez, impedir que Temer, que tiene el 1 por ciento de apoyo de la población y mas del 80 por ciento de imagen negativa, pueda asumir y poner en practica el desmonte del Estado brasileño y de los derechos de los trabajadores.
Lula es el gran líder político de las más grandes manifestaciones populares que Brasil ha conocido. El asume como su primera responsabilidad la defensa del cumplimiento del mandato al que Dilma fue elegida. Va asumir la coordinación del gobierno, para rescatar la economía brasileña de su crisis actual y recomponer la capacidad de dirección política del país desde el gobierno. Si el Supremo Tribunal Federal lo autoriza, lo hará como Jefe de la Casa Civil del gobierno. Si no, lo hará como asesor de la presidencia, pero con poderes de coordinación política.
De cualquier forma, tanto si Dilma consigue rechazar el golpe al final del proceso en el Senado o bien si ella es destituida, el gran obstáculo para la derecha es la figura de Lula. Una campaña llamando a elecciones directas para la presidencia puede llevar a elecciones anticipadas o, aunque sean en 2018, el favoritismo de Lula solo aumentaría con un gobierno que lo único que promete es un duro ajuste fiscal.
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