Martes, 11 de abril de 2006 | Hoy
El gobierno de Dominique de Villepin debió retirar ayer su polémica ley de Contrato Primer Empleo, pero el único personaje que quedó intacto de la debacle (y favorito para las presidenciales del año próximo) es el ministro del Interior, Nicolas Sarkozy, mucho más duro.
Por Eduardo Febbro
Desde París
Jacques Chirac, presidente francés, y su primer ministro Dominique de Villepin le hicieron la venia al movimiento sindical estudiantil que impugnó la aplicación del Contrato Primer Empleo. Después de un fin de semana en el que corrieron todos los rumores, De Villepin enterró ayer el artículo más controvertido de la ley sobre la Igualdad de Oportunidades. El retiro del CPE se resumió a una cuestión semántica. El premier francés evitó pronunciar la palabra “retiro” o “abrogación”, pero, en los hechos, el CPE pasó a formar parte de la agitada historia social de Francia. El jefe del Estado y el del Ejecutivo buscaron mostrar a la opinión pública que ambos tenían aún las riendas del poder luego de haber dado la impresión de que se había producido una vacante. Chirac anunció primero mediante un breve comunicado la sentencia de muerte del CPE y luego lo hizo Dominique de Villepin. Demacrado y tenso, el hombre que acababa de perder un “combate personal” admitió que “no se daban las condiciones necesarias de confianza y de serenidad, ni entre los jóvenes ni por parte de las empresas, para permitir la aplicación del CPE”.
De Villepin argumentó que quiso “ir rápido porque la situación dramática y la desesperanza de muchos jóvenes lo exigen”. Estos, sin embargo, le devolvieron la expresión de otra desesperanza, y al cabo de dos meses de bloqueos y manifestaciones uno de los “pilares personales” del primer ministro cayó en medio del oprobio de la clase política gobernante y un descenso en picada de la popularidad y la confianza del mandatario francés y del mismo De Villepin. El CPE quedó fuera de la arena. Dominique de Villepin deja un terremoto más devastador que el que lo llevó al poder el año pasado, cuando asumió luego de que Francia rechazara por referéndum el Tratado Constitucional europeo. El famoso artículo 8 que introducía el CPE será reemplazado ahora por una nueva propuesta de ley que incluye un dispositivo específico para los jóvenes. Se trata en lo esencial de aumentar la ayuda a las empresas que contraten mediante un “contrato de tiempo indeterminado” a los jóvenes que tienen entre 16 y 25 años o que residan en las zonas urbanas sensibles. El conjunto de las medidas le costarán al Estado 175 millones de dólares y su filosofía es radicalmente opuesta a la del CPE. En la antigua versión, el Estado no intervenía, los jóvenes podían ser despedidos durante dos años sin cobrar indemnizaciones y sin que la empresa tuviera que justificar el despido. Bernard Accoyer, presidente del grupo parlamentario conservador UMP e interlocutor de los sindicatos y los estudiantes durante las negociaciones, admitió ayer que se habían cometido “algunos errores de método”.
Los sindicatos y los estudiantes celebraron con champagne la muerte del CPE. Anoche, mientras el primer ministro reconocía en la televisión que todo esto había sido “una prueba, un momento extremadamente difícil”, el colectivo síndico-estudiantil anti CPE reunido en la sede de la CGT festejaba mientras un lívido De Villepin admitía su error y afirmaba que, pese a todo, no pensaba “bajar los brazos”. Para las doce organizaciones sindicales y estudiantiles que llevaron millones de personas a la calle, la victoria es total. “El objetivo del retiro del CPE ha sido alcanzado”, dicen al unísono. Bruno Julliard, el joven dirigente de la Unión Nacional de Estudiantes de Francia, evocó “una primera victoria determinante” y llamó a “mantener la presión” hasta que el Parlamento vote la nueva ley. Maryse Dumas, secretaria confederal de la CGT, consideró que el ocaso del CPE fue “fruto de la acción conjunta de trabajadores y estudiantes, y de una unión sindical sin fisuras”. Para los socialistas, que adoptaron un perfil por demás modesto a pesar de la revuelta popular, la desaparición del controvertido contrato equivale a “un retroceso del poder, un éxito de la juventud y una victoria de la unidad sindical”. Pero los “ganadores” fueron modestos a la hora de levantar la copa. Los estudiantes acordaron mantener en pie la jornada de acción prevista para este martes. Sin embargo, los estudiantes de la Universidad de Rennes 2, el centro de estudios donde nació la revuelta, decidieron reanudar las actividades.
La crisis ha dejado un extraño panorama. No se presiente en lo inmediato que exista una formación política capaz de sacar provecho de la convulsión. Si la opinión pública repudió en más de un 65 por ciento la aparición del CPE, un 69 por ciento piensa que los socialistas tampoco tienen buenas ideas para solucionar el desempleo de los jóvenes, que en Francia alcanza el 23 por ciento (el índice más alto de la Europa de la Unión). Los estudiantes franceses dieron una lección de “concertación” al conjunto de sus dirigentes. Como lo reconocía ayer Jean-Marc Ayrault, presidente del bloque socialista en la Asamblea Nacional, “en el caso de De Villepin, el método bonapartista es un método del pasado. No se puede gobernar así, ni a la derecha ni a la izquierda. En adelante, es necesario que la sociedad civil y los cuerpos intermediarios estén asociados a las reformas. Tenemos que aprender a compartir los diagnósticos, intercambiar los análisis y los proyectos, y luego discutir sobre los compromisos”.
De este paisaje de descrédito presidencial y gubernamental sólo un hombre surge intacto: Nicolas Sarkozy, jefe de la UMP y ministro del Interior. El “hombre de la ruptura” piloteó con suma habilidad la tormenta del CPE. Fue él quien propuso la suspensión del contrato, fueron sus parlamentarios quienes negociaron con los estudiantes y los sindicatos, y fue también su solución la que se retuvo al final. El hombre de la ruptura jugó con éxito la doble carta de la solidaridad gubernamental y de la crítica contra “la rigidez”. El CPE ya difunto lo instaló en el sillón de la candidatura conservadora para las elecciones presidenciales del año que viene. Un 53 por ciento de los franceses le manifiesta su confianza, contra un 48 por ciento de la socialista Segolène Royal. Sarkozy ganó seis puntos en una semana. Chirac y De Villepin hipotecaron muchos números de la credibilidad de la presidencia y del Ejecutivo.
Sarkozy se lleva las apuestas de los desilusionados. Los chicos regresan a las aulas con una conciencia social recién estrenada. Sólo queda un enigma: saber quién, dentro de un año, entre los timoratos socialistas y la derecha, podrá seducir esa “conciencia” forjada en las calles a la hora del voto presidencial.
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