Martes, 11 de abril de 2006 | Hoy
SOCIEDAD › OPINION
Por María Elena Naddeo *
La muerte de Matías escandaliza y genera una profunda consternación en la conciencia social y particularmente en los adultos que intervenimos en las políticas de infancia y adolescencia. Cotidianamente nos enfrentamos a distintas situaciones de violencia contra los niños, espaldas infantiles marcadas a latigazos por padres perversos, bebés abandonados al nacer en bolsos o, peor aún, en tachos de basura, chicos que quedan a merced de los ajustes de cuentas entre bandas de narcos, de las balas perdidas o no tanto del gatillo fácil, y muchos otros hechos que confirman que los niños, niñas y adolescentes siguen siendo las mayores víctimas de la violencia que atraviesa el mundo de los adultos.
En la muerte de Matías, el rasgo distintivo y excepcional es que los involucrados en la agresión son otros chicos de su misma y corta edad. Agresiones impensadas, conductas inexplicables de peleas entre pares, son parte de las prácticas en las salidas de numerosos adolescentes y jóvenes, y forman parte del relato de muchos padres y docentes preocupados. Tal vez ninguno de estos chicos pensó que podía provocarse una tragedia, una muerte. La edad de los chicos nos obliga a promover una discusión profunda sobre la sociedad que estamos construyendo los adultos, de la cual los jóvenes son expresión y emergente, y a incorporar con mayor decisión en nuestras tareas profesionales y educativas los fundamentos y normas destinados a lograr conductas libres de violencia.
Seguramente va a instalarse en el debate el tema de una reforma penal como solución única para evitar otros delitos. Estamos desde hace tiempo a favor de un cambio profundo del régimen penal de la “minoridad”, y por la creación de un sistema específico para jóvenes que incorpore la noción de responsabilidad y debido proceso. Es un tema importante, y razón de justicia neta, pero en esta reflexión la cuestión de fondo es recuperar para la formación de nuestros chicos, y en la práctica y el mensaje de los adultos, el valor fundamental de las vidas humanas, el respeto por el cuidado de quienes nos rodean, aun en la confrontación, aun en las diferencias.
* Titular del Consejo de Derechos de Niños, Niñas y Adolescentes del gobierno porteño.
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