Martes, 11 de abril de 2006 | Hoy
Aunque representan distintas corrientes de la central obrera, Moyano, Barrionuevo y West Ocampo hoy coinciden en bregar por la reelección de Kirchner. Cuánto hay de convicción, negocios y oportunismo detrás de esa prédica. Algunas pistas.
Por Diego Schurman
Se puede leer de distintas maneras. Una de ellas, que las coincidencias con Néstor Kirchner –y algunas concesiones que reciben de él– son tan importantes que se decidieron a respaldarlo. La otra, que el Presidente –y en algunos casos el propio desprestigio sindical– les viene licuando poder y las posibilidades de negocios, y entonces no les queda otra que encolumnarse para evitar ser arrasados. Lo que está claro es que a la hora de las palabras prácticamente todos los viejos caciques de la CGT se muestran alineados con el Gobierno.
Se podría detallar caso por caso. Pero como botón de muestra basta con las caras más visibles del moyanismo, el barrionuevismo y los “gordos”, los tres grandes grupos que hoy integran la CGT.
- Hugo Moyano: En las elecciones, el líder cegetista jugó abiertamente con Adolfo Rodríguez Saá. Venía de una excelente relación con Eduardo Duhalde y terminó estrechando vínculo con Néstor Kirchner. Dicen que el Presidente reconoce el poder de fuego del camionero y por eso lo prefiere de su lado. Moyano supo sacar provecho de esa relación aprehensiva: en lo que va del 2006, su gremio recibió del Gobierno, en concepto de subsidio al gasoil, más de 6 millones de pesos. Ya había logrado que la Secretaría de Transporte dispusiera la afiliación obligatoria al sindicato de camioneros a quien quisiera recibir ese subsidio.
Además, ubicó a un hombre suyo, el abogado de los camioneros Juan Rinaldi, en la Administración de Programas Especiales (APE), desde donde se manejan 400 millones de pesos de las obras sociales sindicales.
Como si fuera poco, está instalada en los pasillos del poder la posibilidad de que Moyano participe del futuro directorio del ramal ferroviario Belgrano-Cargas, lo que convertiría al dirigente que se arroga la representación de todos los trabajadores en patrón de un grupo de ellos.
Sus pares ven con asombro la manera en que el dirigente acumula poder. Alguno, como el dirigente del gremio de juegos de azar, Daniel Amoroso, debió ceder a Moyano la representación de una porción de los trabajadores del casino flotante. El líder de la CGT también logró que el juez de la quiebra del Sanatorio Antártida le adjudicara la entidad a su gremio.
La relación de Moyano con el poder se consolidó en los comicios de octubre. A la hora de confeccionar las listas del Frente para la Victoria, Kirchner incluyó al abogado de la CGT, Héctor Recalde, y al dirigente del gremio de judiciales Julio Pimuato. El primero fue nombrado presidente de la Comisión de Legislación Laboral de la Cámara de Diputados y con sus proyectos es el terror de la dirigencia empresaria, la misma contra la que despotrica el Presidente.
Desde la cercanía de Moyano justifican el acercamiento no por las concesiones sino por las coincidencias. Y no dejan de aplaudir cómo la Casa Rosada le bajó el pulgar a la polémica ley de flexibilización laboral –o ley Banelco– aprobada durante la gestión delarruista y razón de más de una protesta del camionero. En la lista de medidas plausibles aparece la rehabilitación del Consejo del Salario, que llevaba más de una década inactivo, el incremento del subsidio de desempleo y del mínimo no imponible por ganancias.
La foto de la última semana, que muestra a Kirchner y Moyano celebrando un acuerdo salarial en la Casa Rosada –y no, como era norma, en el Ministerio de Trabajo–, ofreció una lectura inequívoca que va más allá de lo simbólico. Al fin y al cabo, en más de una oportunidad el camionero lo dijo sin ambages: “Kirchner debería ser reelecto en el 2007”.
- Luis Barrionuevo: A diferencia de Moyano, militó activamente en el menemismo, al punto de presentarse como un “recontraalcahuete” del ex presidente. Con los Kirchner siempre se llevó de los pelos. Cristina impulsó su expulsión del Senado cuando se enteró de que el dirigente gastronómico llamó a quemar las urnas en Catamarca en la última elección a gobernador, en 2003, que ganó el Frente Cívico con el radical Eduardo Brizuela del Moral. Cuando fue a Catamarca, la senadora fue recibida a los huevazos por los partidarios de Barrionuevo.
“Luisito” también sufrió con el kirchnerismo el desplazamiento de Domingo Petrecca y Reynaldo Hermoso, sus dos representantes en el PAMI. La obra social de los jubilados es una de las cajas más importantes del país. A esa avanzada, el sindicalista respondió con una ironía. “Mi tema favorito es Resistiré.”
No por nada, cuando el Presidente creó el Frente para la Victoria para competir con el PJ, lanzó la primera amenaza. “Kirchner quiere ser un ‘peroncito’ inventando su propio partido. Lo va a pagar caro.” Después arremetió contra la primera dama, ya lanzada a la búsqueda de la senaduría en la provincia de Buenos Aires. “Cristina no ve un pobre hace años”, atizó. Finalmente, buscó los nervios de todo el Gobierno. “Kirchner me va a necesitar a mí para llegar al 2007, porque la CGT estabiliza o desestabiliza. Porque yo me paro en la central obrera y digo que vamos por más aumentos salariales y empezamos con huelga.”
Artífice del Pacto de Olivos junto a su amigo Enrique “Coti” Nosiglia, Barrionuevo ya había acuñado otras frases que hicieron historia. Una, aquella apoteótica “en la Argentina nadie hace plata trabajando”. Otra: “Hay que meterle la picana a los que se robaron el país para que digan dónde está la plata que es de millones de argentinos que se mueren de hambre”.
Semejantes sutilezas lo dejaron fuera de la agenda oficial y ni siquiera le dejaron una de las 16 sillas que los sindicalistas ocupan en el Consejo del Salario, aquel ámbito tripartito donde la CGT discute con el Ministerio de Trabajo y los empresarios el piso de ingreso de los trabajadores. De nada le sirvió haber sido el sostén de Moyano en la central obrera frente a otros, como los “gordos”, que lo rechazaban.
La realidad lo pasó por encima. Le fue mal en Catamarca: Cristina, a pesar de sus pronósticos agoreros, le ganó a Chiche Duhalde, y la CGT de su amigo Moyano se alineó militantemente con Kirchner. “Si no puedes con él, únete” habrá pensado y se decidió por el cambio... de camiseta.
La primera señal la dio su mujer, la diputada Graciela Camaño, al mostrar disposición con las leyes que viene promoviendo el Ejecutivo. El propio sindicalista y diputado la acompañó posicionándose con el PJ Federal, el sector kirchnerista que lidera José María Díaz Bancalari, en desmedro del flamante bloque Justicialismo Nacional, de los antikirchneristas Juan José Alvarez y Francisco De Narváez.
Esas cosas de la vida lo tienen ahora haciendo lobby junto a los legisladores kirchneristas. Es para impedir que Luis Patti asuma su banca por aquel pasado ligado a los tormentos en los años de plomo. Barrionuevo no lo hace por amor a la democracia sino a su familia: si Patti no logra ingresar al recinto, su lugar será ocupado por Dante Camaño, el cuñado de Luisito.
La necesidad y, por qué no, la desesperación llevaron al sindicalista a cerrar un acuerdo político con la Casa Rosada para intentar, juntos, el triunfo del PJ en Catamarca. El artífice del pacto, sellado esta última semana, fue el ministro del Interior, Aníbal Fernández, quien no ahorró elogios para Barrionuevo. La devolución llegó más rápido que un bombero: el sindicalista –quien ha sabido llenarle una cancha de River a Menem– garantizó poner toda su estructura para la reelección de Kirchner. Si siendo hincha de Independiente supo trabajar como presidente de Chacarita, por qué no podría ahora, con toda esa impronta menemista, colaborar con el Presidente.
- Carlos West Ocampo: Siempre ha sido considerado el “cráneo” de los denominados “gordos” de la CGT. Este sector le debe su nombre a su capacidad de lobby y no a la generosa humanidad de varios de sus integrantes. West, como lo llaman propios y extraños, supo tener sintonía con el poder, coincidir en una cancha de golf con Carlos Menem, en un asado con Eduardo Duhalde o en una reunión con Fernando de la Rúa.
Como el resto de los sindicalistas “gordos” –Oscar Lescano (Luz y Fuerza), Armando Cavalieri (comercio), entre otros–, fue un habitual interlocutor de la Casa Rosada y por lo tanto no hacía culto de las protestas para obtener lo que buscaba sino más bien lo contrario.
Por eso a muchos les llamó la atención cuando en noviembre pasado su gremio, el de Sanidad, realizó un paro y salió a la calle a pedir por mejoras salariales. Resultó una foto inhabitual pero reveladora. Kirchner lo había desplazado de la mesa de diálogo para priorizar su vínculo con Moyano. Buscando un nuevo lugar en el mundo, West acompañó la candidatura de Chiche Duhalde en la provincia de Buenos Aires, cuando el rival de la ex primera dama era nada más y nada menos que Cristina Kirchner.
Eso, suelen repetir en la Rosada, se paga caro. Pero el dirigente gremial, conocedor del negocio de la Salud como muy pocos, no se amilanó. Enfrentó abiertamente a los que metían las narices en su área de cabecera. Hubo quejas contra el entonces interventor del PAMI, Juan González Gaviola, a quien consideró un “autito chocador” por su poca predisposición a ese diálogo que West tanto ensalza. Hizo lo propio con Graciela Ocaña, sucesora de Gaviola, aquí con cierto aliciente del ministro de Salud, Ginés González García, quizá la única puerta de entrada de los “gordos” hacia el universo K. Ginés no banca a Ocaña y no haría nada para impedir que sus amigos sindicalistas la esmerilen.
West fue partícipe de la ola privatizadora de Menem, a quien respaldó en la elección y la reelección. Constituyó, en alianza con la Uocra de Gerardo Martínez, una Aseguradora de Fondos de Jubilación y Pensión (AFJP). Siempre defendió aquella aventura diciendo que los gremios lograron arrancarle al presidente parte de un negocio que estaba armado exclusivamente para los bancos. No reniega del mote de “sindicalista empresario” y dice que la alternativa de los ’90 era eso o la nada, porque Domingo Cavallo ya tenía decidido “pasarlos por encima”.
Otra vez funcionó una lógica de supervivencia que viene permitiendo a los caciques sindicales mantenerse en la cima del poder, en muchos casos, por más de una o dos décadas. Si Alfredo Atanasof y Rodolfo Daer predican por la reelección de Kirchner, por qué no West.
Atanasof garantizó así que su gremio municipal tuviera un lugar en el staff oficial de controladores de precios de productos de primera necesidad. Rodolfo Daer, conductor de aquella adormecida CGT durante el menemismo, imagina que su nuevo speech lo ayudará a cerrar un acuerdo salarial para los trabajadores de la alimentación.
Los “gordos”, hasta hace poco, auguraban que Roberto Lavagna anunciaría su candidatura presidencial, sabiendo que el ex ministro de Economía no mantiene una buena relación con Kirchner. Ya habían alterado los nervios de la Casa Rosada cuando, años atrás, Lescano osó hablar de un paro general. Sus propios compañeros taparon la boca del dirigente lucifuercista con formol y nunca más se habló del tema.
Por estos días este sector logra milagros. Por ejemplo, que Kirchner transforme a José Luis Lingeri en la cara de la reestatización de Aguas Argentinas. Militante y funcionario menemista, Lingeri surfeó como pocos en la ola privatizadora y hoy habla de la reelección K como antes hablaba de la del riojano.
West se sorprende muchas veces con el cambio de camiseta de sus compañeros. Pero evidentemente ahora considera que llegó su turno. Y no vacila en hacerlo saber.
–Si la elección fuera hoy, ¿votaría a Macri o Kirchner? –le preguntó este diario.
–Hoy lo voto a Kirchner sin dudar. ¡Pero sin dudar!
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