Jueves, 28 de diciembre de 2006 | Hoy
Fue el primer mandatario que no había sido votado para el cargo de presidente o vice. El perdón presidencial para su antecesor en la Casa Blanca le costó la elección contra Jimmy Carter. Tenía fama de bruto, pero se destacó por su apego a la Constitución.
Por David Usborne *
Desde Nueva York
Mientras las banderas de todo el país estaban a media asta y los tributos al presidente Gerald Ford abrumaban las ondas del aire ayer, los estadounidenses, algunos demasiado jóvenes para recordarlo, reflexionaban sobre lo que ha dado en conocerse como su “presidencia accidental”. Ford, que murió el martes a la edad de 93 años en su hogar en California, nunca fue electo para la tarea. Nunca había estado en el guión de nadie –menos aún en el suyo– que llegaría al pináculo del poder político.
Ford fue llamado un “tenaz sin muchas luces” por un congresista demócrata cuando asumió el 9 de agosto de 1974, minutos después de que el presidente Richard Nixon huyera de la Casa Blanca para evitar el juicio político sobre el escándalo de Watergate. Fue presidente durante sólo 896 días antes de perder las elecciones de 1976 ante Jimmy Carter. En ese entonces muchos se burlaban de él por bruto y se reían con las irreverentes imitaciones de Chevy Chase en Saturday Night Live. Pero ante su muerte, sólo hubo respeto y afecto. Los giros del destino y su propio instinto pudieron haberlo empujado a él y al país en una dirección totalmente diferente. Esos giros incluyen su renuncia a la oportunidad de emprender una carrera profesional en el fútbol americano para estudiar abogacía en Yale, donde por primera vez le tomó el gusto a la política.
Cuando Spiro Agnew renunció en 1973 como vicepresidente por un escándalo de sobornos, Nixon necesitaba nombrar un reemplazo y en su lista corta había cuatro nombres, entre ellos Ronald Reagan y Nelson Rockefeller. Podría haber omitido a Ford pero no lo hizo.
Y no nos olvidemos de que a fines de 1975 dos mujeres intentaron asesinar a Ford. Cualquiera de ellas pudo haber tenido éxito de haber sido mejores tiradoras. Pero cuando los historiadores políticos revean el legado de Ford hoy, hay un episodio que llamará su atención más que ningún otro. ¿Qué hubiera pasado si Ford hubiera seguido el consejo de cada uno de sus asesores en la Oficina Oval en aquel momento y hubiera decidido no perdonar a Nixon por la conspiración de Watergate? El sorpresivo anuncio del perdón, el 8 de septiembre de 1974, pocas semanas después de haber asumido la presidencia, evitó toda posibilidad de que Nixon fuera llevado a juicio por sus delitos. La decisión de Ford provocó críticas feroces de todos los lados. Muchos siguen sosteniendo que fue la razón principal por la que perdió en 1976 y por la que Jimmy Carter llegó a ocupar la Casa Blanca.
Sin embargo ayer, mientras líderes políticos y viejos amigos ofrecían sus condolencias a su viuda Betty Ford (fundadora de la famosa clínica de rehabilitación que lleva su nombre), y a sus hijos, nietos y bisnietos, resultaba claro que ese solo acto de clemencia había definido el retrato que él dejaba atrás –un líder que era tan práctico y políticamente autosacrificado como su predecesor había sido conspirador y controlador–. Fue Ford quien les dijo a los estadounidenses al asumir que “nuestra larga pesadilla nacional está terminada”. Al perdonar a Nixon tenía una sola cosa en mente: evitar la pesadilla de un juicio que podría durar años y culminar con un ex presidente en prisión. Su decisión le evitó todo eso al país, aunque posiblemente le costó su segundo período.
El presidente Bush, que ayer acortó sus vacaciones de Navidad en Texas para ir al funeral de ex presidente, recordó a Ford como el hombre que ayudó a “curar a nuestro país” después de Watergate. Entre los que fueron a rendirle tributo se contaban el vicepresidente Dick Cheney, ex jefe de gabinete de Ford, y los ex presidentes Jimmy Carter y Bill Clinton. “Hace treinta y dos años asumió el puesto más alto de la nación durante la mayor crisis constitucional desde la Guerra Civil”, dijo Cheney. Cuando dejó la presidencia, había restaurado la confianza pública en la presidencia, y la nación miraba al futuro nuevamente con confianza.
Alexander Haig, que fue el primer jefe de gabinete de Ford, recordaba ayer las discusiones que surgieron en la Oficina Oval a raíz del tema del perdón. Admitió que él también se negó a apoyarlo. Pero Haig, como muchos otros, ahora cambió de parecer. “El presidente se mantuvo en sus trece. Fue una decisión muy solitaria la que tomó al perdonar al presidente Nixon, pero lo hizo por el bien del país.” No se sabe si Ford se dio cuenta en ese momento del daño que se estaba haciendo a sí mismo.
Cuando Ford asumió la vicepresidencia nadie creía que aspirara a esa posición. Sin embargo, ahora sabemos que Ford creció dentro de la función y, para cuando esta estaba llegando a su fin, quiso quedarse. Derrotó a Reagan por la nominación republicana y luchó con fuerza para vencer a Carter. Por cierto hubo otros factores detrás de la pérdida. Ford asumió en medio de un desorden económico y una inflación de dos dígitos. También presidió en 1975 durante la caída de Saigón, el desenlace final de la humillación estadounidense en Vietnam. Cargó con la cruz de haber perdido una guerra que siempre había criticado. Fue, además, el primer presidente estadounidense en visitar Japón y el primero en hacer públicos sus estudios médicos.
Ford puede haberse equivocado al perdonar a Nixon. No obstante, la mayoría de los estadounidenses llegó a ver en su decisión coraje y sabiduría.
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12
Traducción: Celita Doyhambéhère.
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