SOCIEDAD

Los hijos de la vergüenza, contracara del genocidio

 Por Juan Gómez*
Desde Berlín

Entre 1933 y 1945, el régimen nazi dedicó un esfuerzo logístico descomunal al asesinato sistemático de judíos y gitanos, de enfermos o minusválidos. Pero también puso empeño en un experimento para reproducir “raza aria”. Desde la jefatura de la paramilitar de las SS, Himmler impulsó la asociación Lebensborn (fuente de vida), contracara de la política eugenésica que llevó a la cámara de gas a millones de personas. Muchos de los nacidos en el marco de ese programa viven aún y llevan consigo el peso de esa historia. Decidieron organizarse para afrontar ese pasado.

En 1935, Lebensborn nació como asociación dependiente de la SS para fomentar la “raza aria” en Alemania y los territorios ocupados durante la Segunda Guerra. Su cometido fue la erradicación del aborto mediante la disposición de maternidades en las que aquellas mujeres solteras que superaran estrictos controles “raciales” pudieran dar a luz en secreto a niños concebidos con hombres que cumplieran los mismos requisitos. Pasaban éstos por la demostración de una ascendencia por completo “aria” y por la superación de un examen médico que certificara buena salud y rasgos que cumplieran los criterios estéticos del hitlerismo. Así, Lebensborn abrió alrededor de quince clínicas en Alemania, Bélgica, Francia y Noruega, en las que nacieron entre 8000 y 20.000 niños con esta denominación de origen. Además, cinco orfanatos cobijaban a los niños abandonados y a aquellos con aspecto “ario” que las tropas alemanas secuestraban en los países vencidos durante el principio de la guerra. Niños destinados a participar en la futura Alemania triunfante que dominaría el mundo.

Con el tiempo, las maternidades se convirtieron en centros preferidos no sólo por las solteras que escapaban en ellos de la infamia que significaba dar a luz a un hijo ilegítimo y concebido en muchos casos junto a hombres casados, sino también por las esposas de los jefes nazis. Eran clínicas seguras, lejos de los bombardeos y atendidas por médicos capaces, que a menudo ocupaban propiedades confiscadas a judíos.

Podría considerarse con estos datos que los niños de Lebensborn fueron privilegiados. Así lo vio el tribunal de Nuremberg que, encargado de juzgar a los jerarcas nazis tras la rendición alemana en 1945, encontró inocentes a los responsables del proyecto y consideró que Lebensborn fue “una institución caritativa” de la SS. El historiador Georg Lilienthal explica que los jueces no tuvieron en cuenta los secuestros ni la patente colaboración de Lebensborn con otros crímenes de la SS. Lilienthal apunta al respecto que “pese a los desquiciados controles, es natural que algunos niños nacieran con taras; a esos bebés los enviaban al programa de eutanasia para su asesinato.”

El autor de la obra Lebensborn e.V. dice que gran parte de los nacidos en sus clínicas no conocieron jamás a su padre, muchos tampoco a la madre, y la mayoría carecieron de familia para siempre. Y añade que “fueron otras víctimas” de la biopolítica del régimen, puesto que crecieron “entre mentiras y sigilos, entre pistas falsas y en la incertidumbre sobre su identidad”. El secreto de Lebensborn, bien guardado durante la dictadura, atrajo gran curiosidad tras los juicios de Nuremberg. En 1958, la revista Revue publicó un folletín de Will Berthold, un éxito fulminante que llamó la atención de varios productores de cine. Las películas que siguieron comparten la línea de Berthold: Lebensborn aparece como el lugar de encuentro entre jovencitas y hombres de la SS, una suerte de picadero subvencionado donde mujeres rubias e ingenuas eran violadas por nazis de uniforme.

La doctrina nazi postulaba que un matrimonio saludable debía tener al menos cuatro hijos. La SS no se conformaba con esto y recomendaba a sus hombres concebir hijos con mujeres “de buena sangre” fuera del matrimonio, cuantos más, mejor. Muchos de los niños de Lebensborn procedían de estas relaciones. Las mujeres solteras que daban a luz en sus maternidades eran animadas a volver, los padres pagaban cuotas para el mantenimiento de los niños. Buena parte de los miembros de la SS eran miembros de la asociación.

Se suma así para muchos de los nacidos en el programa la sospecha de descender de criminales implicados en el exterminio nazi. El sentimiento de culpa es una constante en las narraciones de los que han decidido contar su historia.

En 2005 se agruparon en la asociación Lebensspuren (Huellas de vida), que preside Gisela Heidenreich. Esta psicóloga, cuya autobiografía El año infinito sigue desde 2002 en las librerías alemanas, expone las etapas de su experiencia: “Las historias de los niños de Lebensborn se parecen entre sí; mi madre me mintió siempre, es un caso ejemplar: éramos hijos de la vergüenza”. Esta soledad lo llevó a Heidenreich a buscar a otras personas con el mismo pasado. A instancias de Lilienthal, varios niños de Lebensborn se reunieron en 2002, “en un antiguo psiquiátrico donde los nazis gasearon a 14.000 enfermos”, recuerda Heidenrech. “Allí estábamos los elegidos para ser elite, en el lugar donde se asesinaba a los rechazados”.

De aquel intercambio nació la idea de organizarse. En 2005 surgió Huellas de vida como grupo de apoyo mutuo. En noviembre pasado salió al espacio público con metas que, como aclara su presidenta, están implícitas en el nombre de la asociación. Por un lado “se refiere a las de sus miembros, que buscan las huellas de su propia vida”. A la vez alude a “las huellas que queremos dejar en el futuro”. Los niños de Lebensborn asumen de este modo un compromiso ético para que, en palabras de su directora, “nunca se repita lo que sucedió entonces”.

*De El País de Madrid. Especial para Página/12.

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Lebensborn, experimento nazi.
 
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