Miércoles, 19 de julio de 2006 | Hoy
Por Angeles Espinosa *
Desde Beirut
Los ataques de la aviación israelí están costando al Líbano unos 500 millones de dólares diarios, según calculó ayer el ministro de Finanzas, Jihad Azur. El ejército de Israel, aparte de haber matado a 230 personas, ha destruido casi 40 carreteras y un número similar de puentes, además de haber inutilizado tres aeropuertos y haber provocado graves daños en tres puertos, varios edificios públicos y más de un centenar de bloques de viviendas, según el diario Daily Star de Beirut. El gobierno libanés también ha calculado que la guerra le impedirá ingresar este verano los 2000 millones por turismo que tenía previsto.
Líbano huye de sí mismo. La frontera de Abudieh, que une el país con Siria por el noreste, está colapsada con familias que escapan de los bombardeos israelíes. Después de seis días seguidos de ataques de la aviación, muchos temen que la ofensiva continúe y no quieren arriesgarse. Van ya 230 muertos, la mayoría de ellos civiles. “No podemos más”, suspira Hala mientras espera con sus seis hijos a que su marido arregle los papeles con la policía siria. Decenas de miles de libaneses, además de la mayoría de los extranjeros que se encontraban en Líbano de vacaciones o por trabajo, están abandonando la guerra desencadenada desde que Hezbolá capturara dos soldados israelíes.
“Venimos de Trípoli. Nunca pensamos que (los bombardeos israelíes) llegarían tan al norte, pero tras los bombardeos de ayer (por el lunes) hemos decidido aceptar la invitación de mi cuñado y nos vamos a Tartus”, relata Hala. Su cara delata la tensión y el miedo. Los niños se apoyan agotados sobre la carretilla en la que transportan sus escasas pertenencias entre el puesto fronterizo libanés y el sirio. Como ellos, numerosos libaneses tienen familiares en Siria que pueden recibirlos, al menos provisionalmente. Por eso no han surgido los campos de refugiados habituales en este tipo de éxodos.
Nadie tiene cifras precisas. Fuentes de la seguridad siria en Homs, de donde depende el puesto de Dabusiyeh al que llegan quienes salen por Abudieh, estiman que entre 40.000 y 50.000 personas al día han cruzado la frontera desde el jueves. “El viernes fueron muchos más”, asegura no obstante un oficial incapaz de calcular el total. Líbano tiene 3,8 millones de habitantes. Los primeros en escapar fueron los turistas extranjeros, sobre todo árabes del Golfo, que han colapsado los hoteles y el aeropuerto de Damasco. También han regresado muchos de los cientos de miles de sirios emigrados en Líbano.
Autobuses que hace una semana trasladaban a turistas llegan cargados de gente que no quiere que sus hijos vivan el horror que ellos sufrieron durante los 15 años de la guerra civil (1975-1990). Lujosos coches particulares y destartalados colectivos pelean por adelantarse unos metros en el puesto fronterizo y sentirse antes a salvo. Pero también hay gente que llega andando con enormes bolsones en la cabeza, y hasta los enseres de cocina y las mantas en un altillo. Llevan la desesperanza en la mirada.
A pesar de ello, un puñado de obreros sirios se dirigía a primera hora de ayer a sus trabajos en Trípoli, a apenas 40 kilómetros de la frontera. Además, unos pocos coches con matrícula libanesa luchaban contra la marea de vehículos que trataban de cruzar a Siria y bloqueaban el paso a lo largo de unos 5 kilómetros.
El paso de Abudieh/Dabusiyeh ha sido la única salida segura hasta ahora, ya que la carretera que une Beirut con Damasco ha sido bombardeada en varias ocasiones, la última el martes a la altura de Zahle. Desde el lunes, Israel ha permitido que varios países europeos saquen a sus nacionales por vía marítima. Ayer, un barco británico partió hacia Chipre con un millar de pasajeros; por la mañana, un ferry fletado por Francia había trasladado a 1200 europeos y la noche anterior llegaron otros 400 en un navío italiano. Estados Unidos ha empezado a sacar a sus ciudadanos en helicóptero, aunque también planea utilizar un barco comercial. A media tarde, Trípoli, la segunda ciudad de Líbano con medio millón de habitantes, parecía sestear. Sólo las gasolineras, los talleres mecánicos y algunos cafetines permanecían abiertos.
* De El País de Madrid. Especial para Página/12.
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