Miércoles, 19 de julio de 2006 | Hoy
EL MUNDO › ESCENARIO
Por Santiago O'Donnell
Guerra, otra vez. Pero una guerra peligrosa. Nadie sabe hasta dónde puede llegar. Los dos bandos hablan de reglas de juego. Acusan al otro de no respetarlas y amenazan con hacer lo mismo. En esta guerra ya han muerto casi 200 civiles. ¿Existe otra clase de guerra, peor que ésta, por fuera de las reglas de juego?
Para el primer ministro israelí, Ehud Olmert, las reglas cambiaron en enero, cuando la Autoridad Palestina eligió gobernarse a través del partido Hamas, considerado “terrorista” por Washington y Tel Aviv. “Cambiarán las reglas del juego”, advirtió entonces Olmert. Según el premier israelí, las reglas cambiarían porque Hamas no iba a hacer nada para frenar los lanzamientos de cohetes Kazam desde Gaza y Líbano. Los Kazam rara vez causaban víctimas, pero irritaban a la población israelí. Entonces había nuevas reglas para frenar los cohetes: las respuestas militares serían cada vez más agresivas hasta acabar con el problema.
Para Hamas, Israel rompió las reglas el 10 de junio, cuando una andanada de metralla cayó sobre una concurrida playa de Gaza en un día feriado, muy lejos de objetivos militares, y terminó con la vida de cinco adultos y dos niños que disfrutaban de un picnic, además de causar decenas de heridos. “Esto cambia las reglas del juego”, dijo entonces el portavoz de Hamas, Ghazi Hamad. Ese mismo día, Hamas declaró el fin de una tregua declarada en enero de 2004 y esa noche una lluvia de cohetes cayó sobre Israel. A partir de entonces los ataques de cohetes palestinos se volvieron rutina. El 25 de junio, tras un asalto a un puesto militar fronterizo, fue secuestrado un soldado Israelí. “Esto nos obliga a cambiar las reglas de juego”, dijo Olmert. Entonces Israel invadió Gaza.
Al día siguiente, tras una reunión de gabinete convocada de urgencia para tratar la situación, Israel emitió un comunicado que hacía referencia, una vez más, a las reglas del juego: “Las reglas del juego en nuestra relación con la Autoridad Palestina y Hamas tienen que cambiarse”, decía el comunicado. Las nuevas reglas respondían a la decisión de “iniciar una larga batalla centrándose en las instituciones e infraestructuras que ayudan al terrorismo”, explicaba el comunicado.
El 8 de julio, horas antes de la apertura del frente libanés, aprovechando un repliegue de tropas israelíes en Gaza, el ministro israelí de Cultura y Deportes, Ofir Pines-Paz, aseguró que su gobierno deseaba “cambiar las reglas de juego” y llegar a una tregua con los palestinos. “Tenemos un gran interés en cambiar las reglas del juego”, aseguró Pines-Paz, miembro moderado del Partido Laborista, a Israel Radio. “Si llegamos a una situación en la que no hay secuestros, no hay misiles, no hay túneles, no hay ofensivas en nuestro territorio, desde luego Israel tendrá que corresponder.”
Pero el 12 de julio se rompieron más reglas. Hezbolá atacó un puesto militar en la frontera con Líbano, mató a cinco soldados y secuestró a dos. Entretanto en Gaza, Israel lanzó una bomba de 250 kilos sobre una vivienda con la intención de asesinar a prófugos de Hamas. La explosión mató a nueve miembros de una familia palestina, incluyendo a un niño de cuatro años. El jefe del ala militar de Hamas, Mohammed Deif, resultó herido pero escapó. “Esto cambia las reglas de juego a futuro”, desafió el vocero del ala militar de Hamas, Abu Obeida.
Poco pareció importarle a Israel, que a esa altura parecía más preocupado por el cambio de reglas en la frontera libanesa. “El gobierno libanés, que ha permitido a Hezbolá cometer un acto de guerra contra Israel, pagará un alto precio; las reglas del juego han cambiado”, declaró esa mañana el ministro de Justicia israelí, Haïm Ramon, a propósito del secuestro de los dos soldados.
Pero Israel no iba a dejar que le cambien las reglas así nomás. Al día siguiente el gobierno celebró otra reunión de emergencia, tras la cual anunció una ofensiva en territorio libanés. Por si hacía falta, aclaró que las reglas habían cambiado y que era Israel el que imponía las modificaciones. “El gobierno quiere cambiar las reglas del juego en Líbano y hacer entender al gobierno libanés, que es responsable de lo que ocurre”, indicó el ministro de Agricultura, Shalom Simchon, al salir de la reunión. El jefe del Estado Mayor israelí, general del aire Dan Halutz, fue un paso más allá y anunció que Israel ya había cambiado las reglas, enhorabuena, y que era tiempo de que el resto del mundo se diera por enterado: “Se trata de decirles a las otras partes que no estamos dispuestos a jugar de acuerdo con sus reglas del juego y nosotros vamos a fijar las nuestras”.
Al otro día, tras escapar por poco de un intento de asesinato de la aviación israelí que destruyó su casa, el líder de Hezbolá acusó recibo del cambio de reglas. Dirigiéndose a la población israelí por televisión, Hasan Nasralá le declaró la “guerra abierta” y dijo: “Ustedes tendrán que asumir la responsabilidad de su gobierno, que cambió las reglas del juego. Nosotros también las cambiaremos. Los próximos días serán entre ustedes y nosotros; vamos a atacar mucho más lejos que Haifa, no sólo los ciudadanos libaneses pagarán, sino también los israelíes”.
Para que no queden dudas de sus intenciones, ese día Hezbolá extendió el alcance de sus cohetes, que hasta entonces sólo habían caído sobre ciudades limítrofes, hasta la ciudad de Haifa, más de 30 kilómetros al sur de la frontera.
En esta “guerra abierta” no sobreviven muchas reglas. Queda en pie, sin embargo, la más absurda: Israel puede bombardear y matar a los vecinos, parientes y amigos de los milicianos que persigue, pero no puede tocar al país que más los alienta y financia, que en este caso vendría a ser Siria. Es una regla tan absurda como necesaria. El presidente iraní, Mahmoud Ahmadinejad, enemigo público de Israel, dijo que un bombardeo israelí contra Siria sería considerado un ataque contra todo el mundo islámico y que ocasionaría una “respuesta feroz”. De ahí a una guerra nuclear hay sólo un par de pasos.
¿A qué estamos jugando?
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