EL PAíS › OSVALDO BARROS, SOBREVIVIENTE DE LA ESMA Y LA CONFESION DE UN REPRESOR

“Los que no tienen amparo hablan”

El ex detenido desaparecido recuerda al marino Víctor Olivera, quien reconoció ante la Justicia la incineración de cuerpos de personas secuestradas. El trabajo para ubicar e identificar a un represor que estuvo en las sombras durante años.

 Por Adriana Meyer

La represión en la Escuela de Mecánica de la Armada durante la dictadura tuvo protagonistas conocidos y otros no tanto. El suboficial retirado Víctor Roberto Olivera, alias “Lindoro”, vio pasar los juicios a sus compañeros desde su cómoda casa de Pilar. Integraba una lista de más de 300 sicarios del Estado sin imputación judicial. Una denuncia anónima que llegó a HIJOS hizo posible asociar su apodo con su apellido, la Justicia lo detuvo y en su declaración indagatoria se quebró y habló. Lindoro/Olivera, que fue procesado esta semana junto con otros cuatro miembros del grupo de tareas, confesó que hacían desaparecer cuerpos incinerándolos, en lo que llamaban “asadito”. Osvaldo Barros es uno de los tres sobrevivientes de ese centro clandestino que lo reconoció en rueda de presos. “Muchos están solos, fuera del amparo de la Armada, y cuando se ven sin respaldo hablan”, cree Barros. Recuerda que era sádico con los secuestrados, y aunque afirma que trató de librarse de su parte en la represión cotidiana de la ESMA, valora su declaración porque considera que “admite lo que ahí ocurrió”.

Osvaldo Barros tiene 60 años, estudió farmacología y bioquímica, pero dejó en 1975 cuando la Triple A secuestró y asesinó a su hermano, Guillermo, militante de Poder Obrero. Ambos eran maestros, pero él luego se hizo visitador médico. Fue despedido en 2001 y dos años después puso un local de comidas y venta de pan en el corazón de San Telmo. “Soy un militante del ’60, a los 18 años estaba en la universidad cuando fue intervenida por Onganía, integré esa generación que se organizó para oponerse a su dictadura. Fui militante sindical de Ctera y en 1972 me acerqué al GOR, Grupo Obrero Revolucionario, de orientación marxista-leninista, trotskista”, explica.

Fue secuestrado el 21 de agosto de 1979 junto a su esposa, Susana Leiracha, y trasladado a la ESMA. “Ya estaba clandestino. Mi esposa había sido secuestrada en la calle, y al rato me vinieron a buscar a mi casa, en La Paternal. Los primeros momentos fueron muy duros, llegué al sótano, al lugar de los interrogatorios que llamaban Huevera, ahí estuve dos o tres días, hasta que me subieron a Capucha, lo que era el tercer piso del Casino de Oficiales, ahí estaba mi esposa. Nos tenían tirados en el piso, con grilletes en los pies, esposas en las manos, la capucha en la cabeza. En los pocos momentos que uno podía sacarse la capucha conocí a Josefina Villaflor y su esposo (José Luis) Hazán, Ramón Ardetti, Elsa Martínez, que era la esposa de Raimundo Villaflor, Juan Carlos Anzorena, Víctor Basterra, Norma Cozzi, Héctor Piccini, Fernando Brodsky, Juan Carlos Chiaravalle, la tía Irene que era Ida Adad, y a Pablo Lepíscopo. Y estaba el Topo, que era Ricardo Sáenz y hacía mucho que estaba ahí.

–¿Cuándo conoció a “Lindoro” Olivera?

–Cuando entré en la ESMA. Nos custodiaban los “Verdes”, que eran alumnos del último año de la Escuela de Mecánica o recién recibidos, muy jóvenes, 16 a 22 años, y había un suboficial de guardia a cargo de los Verdes y de los secuestrados. Los llamaban “Pablos”, tenían una responsabilidad importante, llevaban y traían a los detenidos de la tortura, los sacaban de la Capucha para los “vuelos de la muerte”, garantizaban su custodia. Olivera era uno de ellos. Aunque en su declaración no reconoció el apodo de Lindoro, todos le decían así. Los Pablos tenían apodos.

–¿Es verosímil el relato de Olivera?

–Cuenta todo dibujado a su manera pero sabe muchísimo más, admitió a medias su responsabilidad, no nombró a todos los que tenía que nombrar, de sus superiores y de sus pares.

–¿Hablaban con él?

–Sí. Era sádico, podía estar tranquilo o muy violento, te podía pegar o no. Era irascible, lo teníamos como un loco, era peligroso porque era imprevisible. Pero maltrataba mucho a los secuestrados. Dijo que les daba comida o golosinas, pero yo nunca lo vi hacer un bien a nadie.

–También declaró que no participó de los operativos ni de las torturas.

–Tengo entendido que todos los que formaban parte del grupo de tareas participaban de los operativos, como una forma de que todos quedaran involucrados. A Víctor Basterra, que lo secuestraron unos quince días antes que a mí y estaba recién operado, después de la tortura este Lindoro le pegaba con un palo en la herida. También dijo haber ayudado a Raimundo Villaflor. Cuando nosotros llegamos Raimundo ya no estaba. Pero los comentarios que nos llegaron fueron que lo maltrató muchísimo, que falleció por la tortura y por los golpes que él le dio.

–¿Cuál es la importancia de la declaración de este represor?

–Es el primer represor de la ESMA detenido que admite lo que ahí ocurrió. Muy pocos dijeron algo, como (Luis María) Mendía, que era jefe de Operaciones Navales y tenía un poder absoluto. Pero en el caso de Olivera además participó en forma directa, tiene las manos manchadas.

–Olivera también habló del destino de los cuerpos.

–Estaban los vuelos de la muerte, que eran los traslados de los miércoles, oscurecían el Casino de Oficiales y llamaban a los destinados. Pero cuando alguno fallecía en la tortura, o por herida de bala, y no estaban preparados para hacer un vuelo, una de las formas para hacerlos desaparecer era incinerarlos en el campo de deportes, que da al río. A eso le decían “el asado”, al parecer ponían el cuerpo en una parrilla y abajo quemaban gomas.

–¿Cómo salió de la ESMA?

–En enero de 1980 se produce un momento de gran tensión, fue el cambio del staff del grupo de tareas y deciden el destino de cada secuestrado. Mi señora, yo, Cozzi y Piccini salimos en libertad en febrero. Esa misma noche al grupo Villaflor y a otros que estaban en Pecera los llevan de nuevo a Capucha. Todos ellos están desaparecidos.

–¿Cómo siguió su vida?

–Salimos con la ropa puesta y el documento en el bolsillo, nos habían robado todo. Tratamos de reconstruir nuestra vida. La mayoría de los amigos y compañeros se había ido al exilio. Para el liberado era terapéutico hablar, una necesidad. Luego de dos años fuimos a un cumpleaños, nos preguntaron, empezamos a hablar, y enseguida nos dijeron “no, no hablen más que les hace mal”, y en realidad les hacía mal a ellos escuchar. De a poco fuimos encontrándonos con otros sobrevivientes y hablábamos con humor negro, era la única forma. Nuestro caso fue uno de los ocho por los que fue condenado el almirante (Armando) Lambruschini, en el juicio a las Juntas. Desde 1986 integro la Asociación de Ex Detenidos-Desaparecidos, que jugó un rol importante en los años ’90, el cruce del desierto, cuando la sociedad miraba otro canal.

–¿Cómo fue que decidieron buscar a más represores?

–Hay más de 300 represores identificados, de los cuales están imputados muy pocos. El fiscal de la causa (Eduardo) Taiano le hizo el requerimiento al juez Sergio Torres con casi 300 personas. Figuraba Lindoro pero el apellido de Olivera surge de una denuncia anónima que llegó a HIJOS, juntamos nombre con apodo y le pedimos al juez que lo detuviera. Y nos llamaron para el reconocimiento.

–¿Cómo fue ese momento?

–(Suspira.) Nunca había estado en un reconocimiento de este tipo. Fue en el subsuelo de los tribunales de Comodoro Py. Tenía temor porque lo recordaba como era en el ’79, rubión, de ojos claros, con pelo lacio y un mechón sobre la frente, de estatura mediana y flaco. Pero cuando lo vi no tuve ninguna duda, no había cambiado tanto. Estaba con otras tres personas en una salita en la que uno puede mirar sin ser visto, como con cámara Gesell. Lo reconocimos con Basterra y Carlos Lordkipanidse.

–¿Qué sintió?

–Y, uno queda conmocionado. Pero me dio alegría haberlo podido reconocer, esperemos que ahora sea juzgado. Con lo que le pasó a (Héctor) Febres, las muertes dudosas en Córdoba y en Marcos Paz, la fuga de (Julián) Corres, con lo que pasó con Etchecolatz en la investigación de Julio López, cuando el juzgado iba a allanar y todos sabían y ocultaron todo, hay complicidad del Servicio Penitenciario y de la policía. Por eso uno teme que no llegue a juicio. Torres desguazó la causa y cometió un error. A partir de Febres el juzgado hizo una autocrítica y por eso a Ricardo Cavallo ahora le imputaron casi 600 casos. Hasta que no procesen a todos por todos los casos va a seguir siendo un disparate. La forma de agilizar los juicios tiene que ser por campo de concentración, porque no solamente se dilapida esfuerzo y tiempo del juzgado y nuestro, que tenemos que ir repetidamente a declarar, sino que se desdibuja la dimensión del plan sistemático de exterminio, se oculta el genocidio.

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Osvaldo Barros fue secuestrado el 21 de agosto de 1979 junto a su esposa.
Imagen: Leandro Teysseire
 
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