Domingo, 9 de noviembre de 2008 | Hoy
EL PAíS › OPINION
Por Sandra Russo
Hay algo con la energía femenina expuesta en público que no se termina de digerir. El cruce de María América González y Patricia Bullrich en la Cámara fue un dato más de esta etapa argentina misteriosa, apasionante, crispada. En principio, diré que estaba haciendo cosas por mi casa, la tele puesta en TN, cuando el tono monocorde de los discursos se quebró abruptamente y fui a ver qué pasaba. No podía creer lo que veía. Bullrich había saltado en su banca y se desencajaba, y entonces volvieron a estudios. Apreté convulsivamente el control remoto y puse C5N. No lo podía creer, tampoco. Con la discusión de fondo, el cronista decía bobadas. Era evidente que ese cruce iba a ser el recuadro “de color” (ya vuelvo sobre las comillas en el color) más importante después de la noticia de la media sanción, pero la televisión, que hubiese podido transmitirlo en directo, se lo morfaba.
En el discurso político en general hay dos tonos. Uno que es el principal, el que argumenta, el que razona, el que insta o explica. Y hay otro que sobreviene cuando la razón deja paso a la pasión, en lo que podría interpretarse como la puesta en escena del amor del sujeto político por el bien. Lo que argumenta es lo que él considera más cerca del bien común. Ama el bien común. Luego, ese amor, esa pasión, se transmite en los momentos en los que el discurso se enciende, el orador vibra, la voz se quiebra, las manos golpean la mesa, en fin, todo eso.
Cuando las mujeres políticas exhiben esta versión de sí mismas, cuando ellas acceden a ese estado de “fuera de sí” –que no siempre es honesto, claro–, algunos mienten en los dos tonos, sobreviene un desconcierto. “Discusiones de peluquería”, se las ha llamado ya varias veces desde que hay tantas mujeres por la política. Esa manera de designar esas explosiones de vehemencia no hace otra cosa que subestimarlas de entrada. En la peluquería se discuten boludeces. Yo creo que lo que estaban discutiendo el jueves María América González y Patricia Bullrich no era ninguna boludez.
En los programas periodísticos, los columnistas con nombres conocidos se preguntaban esta semana qué pasó que la oposición fue tan fácilmente partida por el oficialismo. No deberían haberse preguntado solamente eso. Deberían haberse preguntado cómo fue que también ellos, los protagonistas de los grandes medios, se quedaron de pronto con menos entrevistados y menos argumentos para demonizar al oficialismo. Ya no tuvieron ese mosaico amplio que les regaló la 125. No sólo la oposición política se partió.
La discusión sobre las AFJP puso en blanco sobre negro quiénes son algunos de los que hace unos meses no sólo empezaban a encarnar la nueva derecha sino a creerse que eran una fuerza mayoritaria. Pueden serlo. Pero no lo son aún. La discusión entre María América González y Patricia Bullrich puede ser leída como la fractura en acto del friso loco de la 125. Hay dirigentes que han sostenido a lo largo del tiempo una misma línea de pensamiento, y han mudado de bloques acomodando sus fuerzas a sus convicciones, y hay otros, como Patricia Bullrich.
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