Domingo, 9 de noviembre de 2008 | Hoy
EL PAíS › OPINION
Una reacción paliativa contra una bicicleta financiera. Una semblanza de los que pedaleaban, parientes y pobres. La historia de la decisión, un reflujo de los lindos. La motivación política de los ciclistas y la de las amenazas de despidos. Las misiones de la nueva Anses. Y los desafíos a la sociedad salarial.
Por Mario Wainfeld
Una mayoría apabullante aprobó en Diputados la reforma del sistema previsional, aunando al oficialismo con las fuerzas progresistas que se ubican a su izquierda. Si no median intromisiones ensobradas de lo-bbies muy excitados, el Senado hará ley la iniciativa con una proporción similar: dos votos favorables por uno no positivo.
La información mediática dominante sugería una contienda pareja en la Cámara baja, una señal que no pintaba tanto la realidad cuanto sus posturas políticas. Un relevante sitio informativo on line titulaba, el mismo día de la deliberación, que la propuesta tenía el “rechazo unánime de la oposición” lo que dejaba en el limbo al SI, al socialismo, al MPN y a Proyecto Sur. Tal vez fue un error involuntario concordante con la línea editorial, tal vez un lapsus freudiano, tal vez un enésimo intento de manipulación. En cualquier caso, un indicio de lo que le espera al Gobierno si debate, abre el juego y suma en el terreno institucional: la puja se traslada a otros escenarios, más viscosos. Si los representantes del pueblo no acompañan, si las movilizaciones son exiguas, los republicanos de la última hora se valen de otros recursos. “Los mercados” no votan pero tienen medios para hacerse sentir en otras canchas. O velódromos. Donde no hay representatividad bastante, se puede pedalear.
El Banco Central se desayunó tardíamente de maniobras para fugar capitales y el lunes puso en ejecución en conjunto con la Comisión Nacional de Valores (CNV) una medida sencilla, funcional en lo inmediato. Jugadores importantes gambeteaban la limitación de remesar un máximo de dos millones de dólares al mes valiéndose de una operatoria sencilla. Comparaban bonos públicos o acciones de empresas que cotizan en otros países en la Bolsa local, los revendían afuera haciéndose de divisas en un santiamén.
Se trata de una típica maniobra de elusión, un modo de gambetear las (ínfimas) regulaciones cambiarias vigentes sin violar, al menos en principio, la ley. Técnicamente, esa bicicleta se denomina “contado con liquidación”. Los iniciados la apocopan como “contado con liqui” o la motejan “pedal”. Es el vocablo que mejor le cabe al cronista, barrialmente afecto a los apodos afectuosos y eficaces.
La decisión que se tomó, a instancias de la Presidenta como se contará más adelante, fue establecer un período de tres días para exteriorizar las compras y retener los papeles en la cartera de los compradores, antes de poder liquidarlos. Como en viejas películas de ciencia ficción, la luz dañó a los alienígenas. Las movidas, reveladas, perdieron su encanto por dos motivos. El primero es que los especuladores quedaban expuestos a las fluctuaciones del tipo de cambio por un lapso largo, en relación al torbellino financiero. El segundo es más denso, menos obvio: los compradores-vendedores trasnacionales no pueden exhibirse con laxitud.
La intervención del Central y la CNV se realizó pari passu con un control estricto de otras agencias estatales, entre ellas la AFIP. Un repaso somero de las transferencias alegremente realizadas en días previos comprobó que el pedal no era monopolio de grandes empresas o fuertes jugadores de Bolsa. También participaban integrantes de sus parentelas, súbitamente dotados de enorme liquidez. No hay nada más lindo que la familia unida.
Las investigaciones también comprobarían que los buenos muchachos actualizaron un antiguo rebusque de la city. Hace unos años, en el contorno de una fiebre de compras minoristas de dólares, se conchababan “coleros”, personas humildes que soportaban el plantón para comprar “su” cupo de divisas con dinero provisto por terceros. Recibían un módico estipendio y luego le rendían a sus mandantes: la zorra pobre volvía al portal y la rica al rosal, como en la “Fiesta” de Serrat. La simpática modalidad (a la que cabe reconocerle un potencial mano de obra intensivo) se eleva a una categoría VIP. Según comentan funcionarios del área económica, muchos insolventes figurarían en la lista de los “mercados” que compraron acciones y las vendieron más allá de las fronteras propias. La picardía podría transformar la astucia elusiva en un delito, difícil de probar pero digno de ser investigado a fondo.
Cortado ese flujo capcioso, el nivel de las operaciones bursátiles mermó como por encanto. La mayoría de las crónicas respectivas habló de “volúmenes atípicos” a fuer de poco significativos. Vaya un consejo remanido en estas páginas, lector: no les crea. La reducción fue correlato de la limitación de maniobras de fuga, dejando a la mínima Bolsa porteña reducida a su expresión normal.
Ayer, en el Panorama Económico de este diario, Alfredo Zaiat describió con certeza la lógica de esa fuga: “Tiene que ver más con el poder de veto que con condiciones objetivas de la economía, situación que la insistente prédica de catástrofes busca debilitar generando inseguridad para realimentar la dinámica de la salida de capitales”. Las remesas son uno de los recursos más fuertes de quienes tienen pocas manos elevándose en el Parlamento.
Las supuestas reacciones de “los mercados” no son la conjunción de tácticas de variados actores regidos por el rational choice. Expresan una estrategia política que ayuda a captar la magnitud de lo que se disputa en estos días, recalentados más allá de la temperatura ambiente.
“¿Vio que Cristina no escucha solamente a los lindos?”, ironizan varios integrantes del Gobierno con el cronista. La semana pasada, en esta columna, se comentó que varios de ellos rezongaban por el exceso de predicamento y de ínfulas de “los lindos” (Martín Redrado, Sergio Massa, Amado Boudou y Sergio Chodos), cuya preeminencia en Olivos les preocupaba. Su influencia, a su ver, limitaba los márgenes de acción oficiales y le costaba haberse desprendido de demasiados “dólares muy baratos”. El viraje que venimos de comentar era obviado por Redrado a pesar de los planteos de la plana mayor de Economía (empezando por el ministro Carlos Fernández y por el secretario de Finanzas Hernán Lorenzino), por el secretario de Política Económica Martín Abeles, por la presidenta del Banco Nación Mercedes Marcó del Pont y desde la Comisión Nacional de Valores.
Varios de ellos fueron llamados por la Presidenta durante el fin de semana pasado, en el que se adoptó la decisión mencionada. Hernán Martín Pérez Redrado, un maestro en otorgarse atributos de los que carece (incluyendo a su nombre), se adjudicó la iniciativa, que en realidad remendó su desidia previa y recurrente.
Los promotores de la medida asumen que su efectividad, que como se dijo fue notoria, sólo vale en el corto plazo. Podría reforzarse un rato más acotando la cantidad autorizada para enviar “por derecha”, por ejemplo a un millón de dólares mensuales. De cualquier modo, el activismo estatal es una buena señal y una advertencia a los “mercados”.
En la cúspide del kirchnerismo se redondeó el pressing con llamadas telefónicas a varios de los “grandes jugadores”. La indignación mediática trepó veloz: según ciertos códigos ideológicos un telefonema es un atentado contra la institucionalidad mientras la fuga de capitales oscila entre ser un secreto de la intimidad, un recurso intachable de “los mercados” o un acto de patriotismo.
En la Rosada y Trabajo prima la obsesión por el mantenimiento del nivel de empleo. El impacto de la crisis económica global se hace sentir, especialmente en actividades de punta. La disminución de precios de las commodities está entre nosotros, la de volúmenes es un riesgo presumible. En otro rubro, las automotrices, uno de los sectores que más prosperó en cinco años, ya se notan el efecto combinado de la caída de exportaciones y de los diseños de las multinacionales que programan despidos en los países emergentes para alivianar el costo social en sus países de origen.
La idea oficial es activar todos los instrumentos de crisis para evitar los despidos. Lo buscarán negociando reducciones horarias, limitación de horas extras, adelantos de licencias. El sector tiene gimnasia empresarial y sindical al respecto, habrá que ver si las patronales se manejan con responsabilidad. Sus ganancias han sido siderales, su templanza en un momento borrascoso debería ser proporcional. Víctor Klima, el cuadro político austríaco que preside Volkswagen, en Argentina reconoce que los mayores rindes mundiales de esa multi se consiguieron aquí. A su turno, el verborrágico Cristiano Ratazzi se muestra atribulado con el horizonte, vaticina despidos y se justifica diciendo que los sueldos subieron demasiado en este lapso. Nada menciona acerca de las ganancias colosales logradas en ese tiempo, de las jornadas de 24 horas. La Constitución Nacional, tan meneada cuando se defiende el derecho de propiedad de los poderosos, garantiza a los trabajadores participación en la ganancia de las empresas. Esa cláusula, como tantas otras progresivas, es por lo general letra muerta, pero sería auspicioso que (de mínima) los dueños del capital tuvieran, por una vez, una conducta sensata y sistémica en vez de sus tradicionales reflejos rapaces.
Por cierto, esos amagues patronales no persiguen resultados sólo dentro de las paredes de la fábrica. Juegan en el ágora: los despidos y aun las suspensiones son misiles contra el Gobierno, consagrado a preservar los niveles de ocupación. Son también, bien mirados, una herramienta política de desgaste, como el pedal.
La inflación ya no es el issue principal, el colapso energético (vaticinado y anhelado por la oposición) sigue stand by, el pago al Club de París quedó en carpeta, el acuerdo con los hold outs y el quimérico dinero fresco que traerían son evocaciones de un pasado remoto. La coyuntura ha cambiado y alberga una paradoja: es peligrosísima pero a la vez más congruente con el ADN del oficialismo. Las prioridades vuelven a ser pocas vigas de estructura: la actividad económica, la recaudación, el superávit, el nivel de empleo, el crédito. No son pavadas pero acaso son más afines al decisionismo y al intervencionismo kirchnerista que la sintonía fina que venía manejando sin destreza desde hace cosa de dos años.
Es evidente la centralidad del rol de la “nueva” Anses en esa contingencia. Cortada toda canilla de crédito internacional, con los bancos privados extremando su sempiterna vocación de limitar el crédito, el sector público será el émbolo dinamizador de la economía... o no será.
Cuando se controvierte la reforma jubilatoria se señala que no quedó garantizada la sustentabilidad futura del sistema. Es parte de una verdad, que recién cobra real sentido si se añade que ese futuro tampoco está asegurado ahora, sino todo lo contrario. Fondear un sistema jubilatorio extendido sólo será posible con una economía dinámica, muchos trabajadores activos aportando y un estado eficaz recaudando. Ningún gobierno de los últimos 25 años estuvo más cerca de (y atento a) esos parámetros que el actual, que de todas maneras le pasa lejos. Los dos datos son dignos de mención.
El engrosamiento de las arcas de Anses no puede ser intangible, una imposible variable de colchón que iría devaluando su contenido, sino una fuente de recursos bien administrados y mejor controlados para motorizar la actividad interna. Eso también se discute en estas semanas de furor, los inquisidores de la “caja” estatal no explican cómo piensan activar la economía. En otras latitudes los gobiernos (muchos de derecha) meten mano sin empacho en el sistema financiero. En las primitivas polémicas nativas esa sensata praxis extendida por toda la aldea global se equipara al choreo.
En una crisis machaza, engendrada y parida en el centro del mundo, reverdecen los laureles de Lord Keynes y Franklin Delano Roosevelt. Por acá, tienen gran acogida los colegas de los causantes de la catástrofe. En Diputados se dejó pasar la ocasión que no obviaron sus pares en Europa y Estados Unidos: hacer comparecer a los directivos de las AFJP para que se explayaran sobre sus paracaídas de oro, las fortunas que cobraron las planas mayores de entidades que manejan dineros de otro y que llevaron a la quiebra. Es pintoresco enterarse de cómo mejoró su patrimonio mientras curraban a los aportantes, desvalorizaban la cartera de las aseguradoras y (ya que estaban en el baile) desfondaban el patrimonio estatal. La nota de tapa de hoy (ver páginas 2 y 3) detalla ese escándalo, revelador de la lógica implacable de los “mercados” y de los logros económicos (y hasta morales) accesibles gracias a la versión criolla del derecho de propiedad y de seguridad jurídica.
El proyecto de ley oficial fue mejorado en un diálogo pluralista constructivo con la oposición que comulga ideológicamente con un sistema solidario versus el individualista que algunos defienden con ahínco. De cualquier modo, harán falta leyes ulteriores correctivas más minuciosas. La urgencia en sancionarla es real, enfrente hay un mundo que se bambolea y, puertas adentro, gentes que pedalea a todo lo que da.
El “modelo” kirchnerista que jugó todas sus fichas a la creación de empleo, enfrenta un desafío diferente que debería llevarlo a revisar sus premisas, que parecían agotarse aún antes de configurarse el actual contexto. Según los pronósticos oficiales más optimistas, el desempleo no bajará o subirá unas décimas. Contingencias como las actuales llevaron a estadistas como Roosevelt o los líderes europeos de post guerra a ampliar la cobertura social. En una entrevista publicada días atrás en PáginaI12, el sociólogo francés Serge Paugam explicaba que las etapas de carencia son propicias para sistemas sociales y laborales extendidos porque el animus social está más abierto a acompañarlos. Tenemos un ejemplo doméstico cercano, la anuencia que tuvo la implementación a tambor batiente del Plan Jefas y Jefes de Hogar durante el mandato de Eduardo Duhalde en medio de la malaria total. Mantener reactivado el mercado interno pide inyectar recursos en los bolsillos de los más pobres, que consumen todo lo que reciben y lo compran cerca de sus domicilios.
Quizá haya un aumento a los jubilados una vez aprobada la ley en el Senado. Entre paréntesis: (llama la atención la falta de discursos acerca de cómo impactará el nuevo presupuesto de Anses en la controvertida fórmula de actualización de las jubilaciones móviles). Pero es lógico repasar la posibilidad de implementar otros instrumentos de reparación social, entre ellos la asignación universal por hijo. Cuando la carencia aumenta, la preservación de mínimos standards de subsistencia no debería quedar confinada en las menguantes perspectivas de la sociedad salarial, que afronta meses o años de zozobra.
En el ínterin, el Congreso y la coalición patronal del pedal y los paracaídas de oro seguirán con sus rutinas en una pugna que no sólo se juega en la bonita cancha de las instituciones democráticas.
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