Viernes, 3 de abril de 2009 | Hoy
EL PAíS › EXPECTATIVAS Y DESCONFIANZA CON EL SALDO DEL G-20
Por Eduardo Curia
Los enunciados generales que surgen de la reunión del G-20 parecen recoger una orientación correcta. Por un lado, en medio de una crisis de proporciones, en la que se advierte una contracción importante de la demanda y del comercio internacionales, se decide por un lado alentar la demanda y el comercio globales a través de la provisión directa de fondos, mientras que también se refuerzan considerablemente los capitales de organismos internacionales, con vistas al apoyo de las naciones más afectadas por la crisis.
Se produce así un giro importante, dando por sentado que las medidas se efectivizarán rápidamente. Las propias expectativas generales tienden a ser vigorizadas por los anuncios. Naturalmente, habrá que examinar la letra chica de tales anuncios y del resto de paquete.
Los interrogantes esenciales que requieren develarse son las condicionalidades o requisitos en general que se establezcan para que los distintos países, y pensando especialmente en el nuestro, accedan a los beneficios del paquete, sea en términos de acceso a los mercados internacionales, sea en lo relativo a la asistencia financiera que se brinde. En perspectiva, lo mejor para el país es que cualquier asistencia financiera, aparte de las facilidades con las que sea concedida, opere como una palanca inicial, a modo de puente para ejercitar una capacidad de acceso ampliado a los mercados mundiales, fenómeno que no debe ser obstado por inhibiciones perturbadoras en cuanto a las posibilidades de manejo propio de la política cambiaria, de las de defensa contra las prácticas desleales y de las vinculadas con el ordenamiento productivo interno. Las necesarias limitaciones al proteccionismo no deben confundirse con obstáculos indebidos en esos aspectos. Por supuesto, se trata de un camino de doble vuelta: si el marco mundial se hace propicio, la Argentina debe retomar, expurgando los desvíos cometidos, la exitosa estrategia del período 2003(2002)-2007.
Por Ricardo Aronskind *
Si bien hay que esperar más información sobre las medidas de apuntalamiento a los bancos y países más frágiles del G-20, ya se pueden señalar algunas limitaciones de lo decidido.
El esfuerzo continúa puesto en inyectar liquidez al sistema financiero mundial para evitar la continua caída de bancos, el default de países y la retroalimentación del pánico financiero.
La ilusión que parece flotar detrás de las posturas norteamericana y europea es que una vez pasada la emergencia financiera, contenido el derrumbe, se procederá a “mejorar lo que estaba mal” antes de la crisis, según ellos, la regulación de los mercados financieros.
Sin embargo, la crisis tiene raíces más profundas, ya que la “incapacidad” en los últimos 20 años para regular el mercado financiero global no proviene de una distracción, sino precisamente del poder que éste otorgó a las grandes corporaciones financieras y a algunos estados. En América latina conocemos perfectamente lo que ha significado el descontrol financiero internacional desde los años ‘70: para nuestra deuda no hubo “paquetes” sino condicionalidades interminables que profundizaron el subdesarrollo de nuestras economías.
La segunda observación es que es ir detrás de los acontecimientos pensar que la crisis está aún contenida en los bancos: la crisis ya pasó a la actividad económica real, vía consumo e inversión, y recuperar los niveles productivos previos no será cuestión de meses. Convendría empezar a pensar en medidas redistributivas audaces.
Tercero: Estados Unidos, que ha cuadruplicado su base monetaria en los últimos 18 meses, está arriesgando su moneda y la credibilidad de su deuda externa. El Estado norteamericano está aprovechando la confianza global que (todavía) hay en su moneda y en sus bonos de deuda pública, lo que ha provocado las quejas de China, expuesta a ver licuados sus activos de reserva de origen norteamericano. Algunos economistas están ya pensando en las ventajas que traería un golpe inflacionario que redujera drásticamente el peso de las deudas de empresas y particulares y contribuyera al despegue económico. Los gobiernos europeos cuyas finanzas públicas no están demasiado maltrechas (Alemania y Francia) no quieren avanzar hacia una emisión descontrolada de moneda. El G-20 busca introducir los menores cambios posibles, a pesar de la magnitud del daño causado. Todavía no se ha empezado a salir del orden de prioridades del neoliberalismo.
* Economista UNGS-UBA
Por Atilio A. Boron
Meses atrás la formidable maquinaria propagandística del imperio alimentaba la ilusión de que la reunión del G-20 en Londres le daría la estocada final a la crisis. Sin embargo, a medida que se acercaba la fecha comenzaron a oírse voces discordantes. Nicolas Sarkozy y Angela Merkel lanzaron baldes de agua fría sobre el inminente cónclave y el anfitrión, el “progresista” británico Gordon Brown, aconsejó bajar las expectativas al paso que un número creciente de economistas críticos e historiadores advertían sobre lo fútil de la tentativa. Pese a ello los ilusionistas y malabaristas del sistema no dejaron de ensalzar la reunión de Londres y tratar de que las tibias medidas que allí se adoptasen fuesen interpretadas por el público como propuestas sensatas y efectivas para resolver la crisis.
Como era de esperar, poco y nada concreto salió de la reunión. Y esto por varias razones. Primero, porque lo que con arrogancia e ignorancia inauditas algunos caracterizaron como Bretton Woods II ni siquiera se planteó la pregunta fundamental: ¿reformar para qué, con qué objeto? Al soslayarse el tema por omisión quedó establecido que el objetivo de las reformas no sería otro que el de volver a la situación anterior a la crisis. Esto supone que lo que la causó no fueron las contradicciones inherentes al sistema capitalista sino aquella “exuberante irracionalidad de los mercados” de la que se lamentaba Alan Greenspan, sin percatarse que el capitalismo es por naturaleza exuberantemente irracional y que esto no se debe a un defecto psicológico de los agentes económicos sino que tiene sus fundamentos en la esencia misma del modo de producción. Segundo: dado lo anterior no sorprende comprobar que el G-20 haya decidido fortalecer el papel del FMI para liderar los esfuerzos de la recuperación, siendo el principal autor intelectual de la crisis actual. El FMI ha sido, y continúa siendo, el principal vehículo ideológico y político para la imposición del neoliberalismo a escala planetaria. Es una tecnocracia perversa e inmoral que percibe honorarios exorbitantes (¡exentos del pago de impuestos!) y cuya pobreza intelectual la resumió muy bien Joseph Stiglitz cuando dijo que el FMI está poblado por “economistas de tercera formados en universidades de primera”. ¿Y de la mano de estos aprendices de brujos se piensa salir de la crisis más grave del sistema capitalista en toda su historia? No hay en esto un ápice de exageración: esta crisis es la manifestación externa de varias otras que irrumpen por primera vez: crisis energética, medioambiental, hídrica. Nada de esto había en la depresión de 1873-1896 o en la Gran Depresión de los años treinta. En su entrelazamiento estas crisis plantean un desafío de inéditas proporciones, frente al cual las recetas del FMI no harán sino profundizar los problemas hasta extremos insospechados. Tercero: dada esta situación el tema es demasiado grave para dejarlo en manos del G-20 y sus “expertos”. Por eso el presidente de la Asamblea General de la ONU, Miguel D’Escoto, dijo que lo que se necesitaba no era un G-20 sino un G-192, una cumbre de todos los países, y la convocó para junio de este año. El G-20 trata de cooptar a varios países del Sur con la esperanza de robustecer el consenso para una estrategia gatopardista de “salida capitalista a la crisis del capitalismo”: cambiar algo para que nada cambie. Pero no hay posibilidad alguna de capear este temporal apelando a las recetas del FMI, y los países invitados a Londres, entre ellos la Argentina, lo mejor que podrían hacer es denunciar con serenidad pero con firmeza la inanidad de las medidas allí adoptadas y que dentro del capitalismo no habrá solución para nuestros pueblos ni para las amenazas que se ciernen sobre todas las formas de vida del planeta Tierra.
Por Alfredo García *
Las decisiones tomadas en la cumbre de Londres son relevantes, aunque la efectividad es tan difícil de medir como la intensidad que tomará la crisis económica internacional por la cual se reunieron. La mayoría de las resoluciones se enfocan en el mediano plazo, acorde a la dificultad y complejidad de su implementación, cuando la suerte se juega en el corto plazo, período que las economías desarrolladas manejan mejor.
En los acuerdos alcanzados, las dos posiciones que pujaban antes de la reunión quedaron abordadas. Los países se comprometen a realizar un sostenido esfuerzo fiscal para restaurar el crecimiento, centrado en la creación de empleos, por hasta cinco billones de dólares hasta fin de 2010, meta muy amplia y de difícil cuantificación. En lo financiero, se crea un organismo para la estabilidad financiera (FSB), aunque entre sus funciones no estará la regulación global del sistema financiero, sino que deberá identificar, promover, coordinar y asesorar sobre la vulnerabilidad financiera y las regulaciones de los distintos países. Se expresaron definiciones tajantes como “la era del secreto bancario ha terminado”, aunque los cambios legales que ello requiere serán tan vastos que llevará un gran tiempo lograrlo.
Quizás el más beneficiado de esta Cumbre haya sido el FMI, que además de recibir 1,1 billón de dólares de aportes de los gobiernos, se le asigna una especie de supervisión global sobre todas las economías, con el auxilio del FSB. De acuerdo a la historia del organismo, puede deducirse que los que sufrirán sus recomendaciones serán los países periféricos. La cumbre otorgó un apoyo explícito a la nueva Línea de Crédito Flexible del FMI, que exige condicionalidad ex ante, lo que significa que serán premiados los países que, de acuerdo a los criterios publicados, aplicaron las políticas neoliberales que llevaron a esta crisis. Este mayor protagonismo del Fondo lleva a preguntarse si no terminará posibilitando que los países desarrollados descarguen parte de la crisis en los países periféricos.
La regulación financiera no llegó a la profundidad requerida. Un verdadero cambio sería la adopción de un nuevo paradigma económico y político, por el cual se acepten las medidas defensivas de los países periféricos sobre los flujos de capitales, como los controles de cambios y otras medidas de intervención del Estado. Como era esperable, estas cuestiones estuvieron ausentes de la agenda de la Cumbre del G-20.
* Economista Jefe Banco Credicoop.
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