Jueves, 31 de octubre de 2013 | Hoy
EL PAíS › OPINION
Por Norma Giarracca *
En todos los debates preelectorales, Elisa Carrió se remontó al país de 1860 a 1930 como el modelo ideal de crecimiento económico y espíritu republicano. Como acuerdan los historiadores, con la “fundación” del Estado moderno y con el modelo agroexportador, el país mostró un deslumbrante crecimiento económico basado en la renta agraria que prodigaban las fértiles praderas de la Pampa húmeda. Pero simultáneamente a estos procesos se fueron dando otros que la diputada omite o –como dice Boaventura de Sousa Santos– “produce ausencias”, como resultado de su matriz colonial de pensamiento y de ser. En 1880, Julio Roca desata una “campaña” para recuperar tierras que avergüenza al país digno; muchas veces mencionamos como nefasto ese etnocidio fundacional que nunca terminó ni fue juzgado. Asimismo, los intentos de democratización que las metrópolis proponían fueron imperfectos, fraudulentos y resultaban en masacres obreras, estados de sitio en los festejos del Centenario, etc. Más que ponerlos como ejemplos debiéramos reflexionar sobre ellos para no caer una y otra vez en procesos de violencia y autoritarismo. Pero Carrió está muy convencida de sus palabras y profiere sus afirmaciones como verdad.
Y justamente un aspecto que nos interesa del discurso de Elisa Carrió es su concepción del criterio de verdad en la política, pues tal vez allí es donde se expresan sus particularidades, contradicciones y tensiones. El filósofo Alain Badiou dice que desde hace más de 30 años, una corriente importante de la filosofía política sostiene que una característica de la política es ser extraña a la noción de verdad y que desde el momento en que la vinculamos con esa noción empezamos a caer en la presunción totalitaria. Por lo tanto, lo único que existiría son opiniones, verdades relativas. Se trata de una tesis específica sobre la política, cuya argumentación se remonta a Hannah Arendt y sostiene que la política es la actividad cuyo objetivo y desafío reside en el estar juntos, por lo tanto se la debe dotar de un espacio pacífico en el que puedan desplegarse las opiniones dispares y que, si hay una verdad, ésta necesariamente ejerce una opresión elitista sobre el régimen oscuro y confuso de las opiniones.
Carrió, como seguidora de Hannah Arendt, sostiene valorar esta pluralidad de opiniones y se queja de su ausencia en el espacio partidario. Si, como pareciera, para Carrió (con Arendt) sólo hay “opiniones” para caracterizar el buen desarrollo del juego político, la búsqueda del consenso que necesita la “buena república”, ¿dónde ubica las fuertes opiniones que ella no duda en expresar públicamente? Recurrimos nuevamente a Badiou, quien nos dice que cuando se decide a afirmar que “no hay nada más que opiniones”, la opinión dominante es la que se va a imponer como consenso o como marco general en el que pueden emitirse otras. Y es esto precisamente lo que le ocurre a Elisa Carrió, exige flexibilidad y fundamentación de opiniones al resto del campo político partidario (al que llena de diatribas, excepto a sus aliados coyunturales), pero a pesar de ello se atribuye la potestad de decir a diario su verdad, sin dotarla del sentido relativo de cualquier opinión, sino que la emite como una verdad comprobada, a comprobarse en el tiempo, o legitimada por ella.
Esta supuesta propiedad de una verdad (en el contexto de buscar opiniones o verdades fragmentadas en los otros), así como su necesidad de elevarla al pedestal de la predicción, obnubila la práctica política de la diputada; le permite decir hoy que es de izquierda, mañana de derecha, pasado que estamos de parto y luego que agonizamos; puede un día respetar el dolor y otro convertirse en una perversa que desea la muerte de su prójimo o cosas aún peores. Su accionar, sus dichos, sus contradicciones y sobre todo sus “des-límites” (no son transgresiones) son tolerados, aprovechados por terceros y repetidos en esas marchas con raras condiciones de contorno que aparecen por las calles cada tanto.
En estos momentos ha decidido levantar la espada justiciera por considerar espuria la resolución de la Corte Suprema de Justicia sobre la ley de medios audiovisuales. Ella, como única portadora de una verdad que demostrará con kilos de expedientes, demandará, exigirá juicios políticos y todo lo que suele mencionar en estas circunstancias. Nuevamente, no tiene una opinión entre las muchas que escuchamos estos días a favor o en contra de la ley, sino la verdad hegemónica que desea imponer la empresa afectada. Carrió, además de exponerse en sus verdaderas creencias, está afectando a muchas poblaciones que lucharon por esta ley desde el llano y que seguirán luchando para que se aplique en todo su sentido democrático.
Sólo resta decir que lamentamos que Pino Solanas haya decidido asociarse con Carrió y haya decidido denostar con ella la resolución de la Corte. Solanas fue un militante que mantuvo un principio de precaria verdad que fue intentando construir y resignificar colectivamente a lo largo de su vida y que, además, pudo adentrarse en el pensamiento decolonial tanto por aquellas recordadas entrevistas junto a Octavio Getino a Juan Perón, como por su larga amistad con Alcira Argumedo. Pero en la política institucional, cambia, todo cambia...
* Socióloga. Instituto Gino Germani (UBA).
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