EL PAíS › OPINION

Ahora hay que gobernar los dos años que faltan

 Por Mempo Giardinelli

Un colega norteamericano de la Universidad de Virginia está dando un curso sobre Historia y Literatura Argentina, y me cuenta, en un mail, que les pidió a sus 40 estudiantes seguir las elecciones, pero resultó que el martes estaban todos confundidos. Habían seguido el proceso leyendo los grandes diarios argentinos y de su país y no sabían si el kirchnerismo había ganado o perdido.

Esto hace pensar que ciertamente es de celebrar que la Corte Suprema haya declarado la constitucionalidad de la ley de medios, pero eso no significa que vayamos a asistir a un cambio en el comportamiento ni de las empresas ni de sus columnistas. Más bien al contrario, es muy probable que insistan en sus mentiras tendenciosas. Como los niños cuando no quieren aprender, gran parte de la clase política argentina –y la maquinaria político-periodística que los orienta– se ha acostumbrado a ver solamente lo que quiere ver, aunque no se corresponda con la realidad.

En ese contexto, la sociedad argentina concreta tres décadas de democracia, con un notable proceso electoral: el 76 por ciento de los 30 millones de argentinos/as habilitados votó en libertad y con entusiasmo en comicios excepcionalmente limpios, veloces e incuestionables que al decir del ministro Randazzo fueron “los mejor organizados de los últimos treinta años”.

La voluntad popular se expresó con una claridad y contundencia muchísimo mayores que las interesadas y en muchos casos retorcidas interpretaciones de dirigentes, encuestadores y columnistas. El simple repaso de los resultados deja en claro que el partido de gobierno, aunque sufrió traspiés importantes (la derrota en la provincia de Buenos Aires; la de Daniel Filmus en la Capital) se consolidó como fuerza mayoritaria con presencia en todo el territorio nacional. Ganó en 12 provincias –la mitad del país– y con el 33,27 por ciento de los votos para diputados y el 39,37 por ciento para senadores, logró quórum propio en ambas cámaras del Congreso.

La Unión Cívica Radical con sus aliados ganó en 4 provincias y se consolidó como la segunda fuerza política nacional con presencia en todos los distritos. Con el 24,68 por ciento de los votos de todo el país, logró 36 bancas de diputados (tendrá 61 en total) y tres de senadores (para totalizar 19).

El Frente Renovador de Sergio Massa recibió el 12,24 por ciento de los votos de todo el país, concentrados en un único distrito en el que venció por una importante diferencia al obtener el 43,92 por ciento de los votos bonaerenses para diputados.

Partidos provinciales de origen peronista triunfaron en Neuquén, Chubut, Jujuy, San Luis y Córdoba, mientras el PRO, con el 8,04 por ciento de los votos totales del país y presencia en una decena de distritos, es ahora la cuarta fuerza política nacional. Va a tener senadores por primera vez y tiende a dejar de ser un partido municipal. Con el 39,27 por ciento de los votos capitalinos para senadores logró dos bancas y con el 34,45 por ciento de los votos para diputados obtuvo 12.

La izquierda hizo una excelente elección en varios distritos y logró 3 diputados nacionales. En las provincias de Buenos Aires, Salta y Mendoza, y también en Chaco, Formosa y Jujuy se convierte en refugio de disconformes. Lo que no significa necesariamente un ascenso del trotskismo alineado en el Partido Obrero (PO). Y respecto de la derecha, hay aparentes equivalencias entre el PRO y el FR con vistas a 2015, pero es una igualdad discutible. Los señores Macri y Massa se despegaron velozmente el uno del otro y en pocas horas tres diputados electos el domingo por el FR se pasaron, el lunes, al PRO. Y la película recién empieza.

Hasta aquí los datos, que en una elección son los que hablan. Lo demás son interpretaciones y, como fuere, al Gobierno lo que le queda ahora es una sola cosa: aprender la lección –llámese derrota o triunfo, susto o decepción– que significa bajar del 54 por ciento de 2011 al presente 33 por ciento. Para algunos paliza, para otros llamado de atención, lo cierto es que el kirchnerismo –sobre todo el duro, el que rodea a la Presidenta– bien haría en leer estos comicios de medio término como una oportunidad de cambio a tiempo. En lugar de autoconsuelos o flagelaciones, deberían implementar urgentes y profundos giros en cuestiones gravitantes.

Por ejemplo, el ataque a la corrupción debería ser inmediato, a fondo y en todos los órdenes y niveles de la administración pública. Una cruzada en este sentido va a ser, seguramente, acompañada por la sociedad toda, pero sólo si se hace con seriedad y sinceridad, no “pour la galerie” ni de manera cosmético-mediática. Hay que tener mucha fuerza y convicción para hacerlo. Pero no es imposible.

Y no es lo único. Por caso las políticas ambientales del kirchnerismo, que son horribles, deberán cambiar con velocidad. Es imperativo acabar con el festival de pesticidas en todo el territorio argentino, que escandaliza esta misma semana a la revista estadounidense Mother Jones por sus pavorosas consecuencias (http://www.motherjones.com/tom-philpott/2013/10/argentina-cancer-cluster-pesticide). Y la mismísima presidenta bien podría aceptar que oponerse a las mineras depredadoras y prebendarias que destruyen la cordillera y contaminan las aguas en varias provincias, no es oponerse a la minería.

Bueno sería, además, que los cercanos a ella la resguarden y asesoren para que no se exponga pronunciando discursos a diario; y para que se concentre en la gestión y en las grandes decisiones estratégicas, que es, por lejos, lo mejor que sabe hacer y lo que ha venido aprobando el pueblo argentino.

Dos años de gobierno no son poco tiempo, aunque tampoco demasiado. Habría que empezar los cambios de inmediato, con el convencimiento de que es mejor hacerlos que mirar cómo se diluye la arena en el reloj.

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