Domingo, 24 de julio de 2016 | Hoy
EL PAíS › OPINION
Unidad en ciernes de las dos CGT. Un documento cuyo título lo dice todo. Relaciones entre los jefes gremiales y Macri, desde la buena onda hasta el enfrentamiento. El acto de abril, las paritarias que horadaron el techo oficial. Un triunvirato porque unicato no hay. Algo sobre ciudadanía. Y un saludo al piquetetazo.
Por Mario Wainfeld
“Taccone, Secretario de Luz y Fuerza, lo ha dicho con un epigrama: ‘La clase obrera no es clasista’. ¿Será clase, al menos? ¿Será obrera?”
Rodolfo Walsh,
¿Quién mató a Rosendo?
“De mal en peor” es muy buen título para el documento de las dos CGT, que se presentará en agosto. Su mayor virtud es ser diáfano: no deja resquicio a duda. Alude inequívocamente a la trayectoria del gobierno de Mauricio Macri, que no habilita balances transigentes, medias palabras o subterfugios. La CGT que lidera el camionero Hugo Moyano y la encabezada por el metalúrgico Antonio Caló preparan la “unidad” y le marcan tiempos al presidente.
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Lo que va de marzo a julio: “Los muchachos” arrancaron mansos y tranquilos, filo complacientes. Departieron con el presidente, sonrieron para fotos posadas, comentaron que había que darle tiempo. Los motivaban la bronca contra el kirchnerismo saliente y la cautela para enfrentar a un gobernante recién electo, con alta legitimidad de origen.
El 13 de abril, a cuatro meses de gestión, convocaron a un acto formidable, con el edificio de la CGT al fondo. El lugar connotaba, todavía, una aliviada para Macri: le ahorraron una movilización masiva en la Plaza de Mayo, centro histórico de la protesta. Cientos de miles de laburantes se dieron cita.
La cautela de Moyano en su discurso y la pobre retórica de Caló entibiaron la euforia y el alarde de pertenencia que se palpaba en la calle. Los Secretarios Generales de las dos CTA, Hugo Yasky y Pablo Micheli, fueron más confrontativos. Un documento sensato y no abdicante, leído por Juan Carlos Schmid redondeó un promedio sensato entre la concurrencia formidable y un palco mayormente contenido.
Estaba en danza la ley de Emergencia ocupacional, alias “anti despido”, impulsada por el conjunto de la oposición política. Una oferta para que el oficialismo conjugara un gesto de preocupación y un dique a las cesantías infundadas. Macri vetó la ley, aprobada con mayorías significativas en ambas Cámaras del Congreso nacional. Lo hizo para dar tranquilidad a los inversores, que no reaccionaron conforme a lo esperado. El frío cala los huesos, la lluvia de dólares se hace esperar.
El Gobierno quiso compensar el desdén con un placebo: un compromiso unilateral trucho, suscripto solo por empresarios prometiendo una tregua sin despidos incausados. Un engaña-pichanga, que los propios firmantes burlaron en los meses sucesivos. El elenco macrista citó de urgencia a dirigentes gremiales a la Casa de Gobierno, no les ofreció nada y les pidió que firmaran el engendro. Se negaron y tomaron nota del desaire. Los elefantes, dicen los zoólogos, son de marcha lenta y de memoria larga.
El Gobierno confiaba en la templanza de “los muchachos”, regada con fondos de las Obras Sociales que satisfarían sus primeras urgencias, calmando los nervios y la víscera más sensible.
Pero los sindicalistas están “condenados a representar” si no quieren perder apoyo de las bases, cantidad de afiliados, un cacho de dignidad. Por cierto, hay compañeros que interpretan la condena con criterios ultra garantistas o abolicionistas: son hipar cautos antes de jugarse, de mostrarle los dientes al gobierno, de alejarse del calorcito del oficialismo.
Como fuera, el primer revés serio a la política económica M lo propinaron los sindicalistas en las paritarias. El ministro de Trabajo Jorge Triaca (h) y el de Hacienda y Finanzas Alfonso Prat Gay fijaron la vara de los acuerdos en un quimérico 25 por ciento. Era la inflación que ellos y el propio presidente Macri proyectaban para todo el año, cada quién dirá si por mala fe, ignorancia o voluntarismo delirante.
Ningún dirigente que quisiera perdurar podía conformarse con esa pauta. La existencia de instituciones laborales estables (convenciones colectivas anuales, Paritarias nacionales docentes en Nación y provincias) sirvió de marco para horadar el techo que el oficialismo quiso forzar. Esas instituciones y su dinámica anual repetida son parte de “la pesada herencia kirchnerista”, que esta vez no fue suficiente para conservar el valor adquisitivo de los salarios pero sí para poner coto a un despojo.
La memoria cercana de los trabajadores es otro incentivo (o disuasivo, según el caso) que condiciona a sus mandatarios. Habituados a aumentos regulares, no hubieran bancado el tope inicuo.
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La nueva Marcha Federal: La CTA de los Trabajadores anunció la segunda Marcha Federal, honrando al revivirla la épica movilización de 1994 contra el gobierno de Carlos Menem. Recorrer toda la geografía nacional fue la segunda de sus virtudes: la primera consistió en desafiar al neo conservadorismo que arrasaba en el mundo, en la Argentina, en la Casa Rosada, en casi todas las universidades y centros del saber criollos.
La tercera fue escenificar el nuevo mapa de la clase obrera, distinto al clásico de trabajadores dependientes que alumbró en la década del 40 del siglo XX y perduró, con zozobras, hasta bien entrados los 80. En 1994 marcharon miles empleados de armadurías, una masa creciente de temporarios, las primeras columnas de desocupados o sub ocupados. Nada comparado con lo que se vería seis años después en las rutas o calles pero una tremenda diferencia con la realidad y el imaginario de los mejores tiempos.
La segunda Marcha Federal hará visible la subsistencia de la informalidad, las asimetrías dentro de la clase trabajadora (medidas en niveles de salario y de vida, en derechos realmente ejercidos). Seguramente dará cuenta del empobrecimiento reciente y dirán “presente” sectores jaqueados que bregan por no caerse del mapa. Están en la cuerda floja, sin red abajo, las empresas recuperadas, las cooperativas, pequeños productores rurales, micro emprendedores que reciben ayuda estatal. Son construcciones colectivas para sobrevivir a la crisis de principio de siglo, apuntaladas luego por los activos gobiernos kirchneristas. El porvenir se les ennegrece, sin apoyo gubernamental o, peor, con la política oficial en contra.
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La clase y la estructura: La elocuente verba del presidente Juan Domingo Perón reconocía variaciones, según el momento o la necesidad coyuntural. A veces dijo que la clase trabajadora era la columna vertebral del justicialismo, en otras puntualizó que era el Movimiento Obrero Organizado (MOO). La diferencia es significativa y se ahondó conforme cambiaron el modo de producción capitalista y la estructura social argentina. El MOO siempre expresó a una fracción de la clase, la proporción se redujo notoriamente.
La vieja ciencia de las cúpulas gremiales enseñaba que, en tiempos de retroceso, lo prioritario era cuidar las estructuras. La idea era conservarlas para resistir o para volver a avanzar, cuando cambiaran las correlaciones de fuerzas. Así obraron los jefes cegetistas más empinados durante la dictadura o en la etapa menemista. A más de cuatro se les fue la mano: los sindicatos se sostuvieron más o menos, los laburantes la pasaron mucho peor.
Durante los gobiernos kirchneristas se recuperaron derechos, se derogaron leyes anti obreras, se dictaron otras progresistas y pro operarias. La afiliación creció significativamente, todos ascendieron.
Los líderes cegetistas más connotados aprovecharon las ventajas del “modelo”, sin abandonar rémoras del pasado. “Desde siempre” se desentendieron de los compañeros informales o desocupados. Las CTA enarbolaron esas banderas, con enjundia aunque con las limitaciones propias de Centrales que básicamente aglutinan a trabajadores estatales.
La elite sindical se renueva poco, característica común a los burócratas, a los pragmáticos, a los luchadores, a los combativos… por dar un puñado incompleto de categorías posibles. Muchos de sus emergentes son protagonistas gastados, avejentados en los que a veces es difícil reconocer a lo que fueron décadas atrás. El crecimiento y la integración distorsionan o empeoran pero la mayoría está compuesta por laburantes surgidos de los sectores más humildes, que construyeron sus carreras desde abajo, autodidactas, inteligentes, hábiles para negociar o hablar en público.
Con sus virtudes y defectos, la dirigencia cegetista lee el panorama y entiende que se acabó el período de gracia de Macri (para varios fue luna de miel). Que sonó la hora de aglutinarse, de defender derechos y conquistas. Representar tiene sus privilegios y también sus deberes, aún para los más desaprensivos.
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Triunvirato, es lo que hay: Si se termina de “armar”, rosquear, sumar y contener en agosto habrá una nueva conducción, un triunvirato: Juan Carlos Schmid (CGT Moyano), Héctor Daer (CGT-Caló) y Carlos Acuña (barrionuevista). La fracción del eterno “Luisito” queda sobrerrepresentada: mucho pago para una veintena de gremios de magra gravitación. Las coaliciones, no es novedad, “garpan” de más a los socios chicos para sumarlos.
Schmid (Dragado y balizamiento) y Daer (Sanidad) son dirigentes lúcidos, de buena oratoria, buen prospecto para convocar al conjunto.
Hugo Moyano pasa a cuarteles de invierno, confirmando una tendencia al declive. Para la unidad “Hugo” no debía estar (o “debía no estar”): es un personaje divisivo, que suscitó más rechazos que apoyos en los últimos años.
El triunvirato es una estructura de conducción precaria, inferior a la existencia de un Secretario General, líder, primus inter pares o líder reconocido. Si se apela a esa figura que produjo tantas tribulaciones a Marco Antonio y Cleopatra en la Antigua Roma es porque no hay figura que “le junte la cabeza” a todos los compañeros. Se echa mano al triunvirato porque el unicato no es accesible. La intención confesa es construirlo en un lapso que dependerá de variados factores, internos y exógenos. Tres conduciendo es mucho aunque quedan afuera y protestando referentes importantes que amenazan no concurrir a sellar la unidad. El taxista Omar Viviani y el Tío Tom del “campo” Gerónimo Venegas, entre los más pintados.
El Consejo Directivo se avizora poblado para reconocer “espacios” y calmar los nervios de los quejosos. No es una Asamblea, hay rangos en su interior: el albañil Gerardo Martínez y el citado Andrés Rodríguez están habituados a revistar en cargos elevados y vistosos. La muñeca de los negociadores será puesta a prueba, la parada es difícil.
Daer y Schmid no son revolucionarios ni, acaso, “combativos” hoy día. Pero han sabido luchar por los derechos de sus organizaciones y compañeros. Ambos acompañaron al kirchnerismo gobernante un largo trecho, entre 2003 y 2011. Los caminos luego se bifurcaron y el antagonismo escaló. Sin entrar en detalles de esa historia o en el cálculo de las responsabilidades de cada cual, da la impresión de no haber sido “un adiós inteligente de los dos”. Tal vez los años difíciles que se avecinan sirvan para recapacitar, no como ejercicio psicologista o autocrítica hueca, sino como orientación para etapas venideras.
En el armado de la CGT re-unificada brillan o destacan por su ausencia dirigentes de Regionales del interior, en general de camadas generacionales más jóvenes, luchadores y menos desgastados. En las provincias los conflictos y las relaciones con las bases son más cara a cara lo que forja otra modalidad, cuanto menos al inicio. Signo llamativo de la etapa es la irrupción del Secretario General de la Bancaria, Sergio Palazzo. Es un gremio privilegiado por la prosperidad patronal, sueldos, beneficios adicionales y nivel de empleo. Palazzo se valió de las ventajas comparativas como herramienta para defender uno por uno a los compañeros del Banco Central, despedidos por la gestión actual. Se movilizaron al Congreso el día en que asumió Macri y enfrentaron la represión. Todos fueron reincorporados a la Banca pública. El discurso de este dirigente radical de una actividad de servicios (que antaño se hubiera llamado de “cuello blanco”) es bastante más punzante que el del conjunto en 2016. Su repertorio de citas, asombroso: va de los programas canónicos de Huerta Grande y La Falda hace más de medio siglo, Perón, Evita, Raúl Alfonsín y Néstor Kirchner. El más establecido entre los luchadores, alguna ambición tendrá.
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Laburantes, ciudadanos y consumidores, la lucha es una sola: La CGT concentra y concentrará su representación en los trabajadores formales. Ya no se restringirá a clamar por el impuesto a las ganancias (reivindicación válida, que atañe a los más favorecidos) o añagazas como “la inseguridad”: Tales fueron flojas banderas de paros “de Moyano contra Cristina”. El macrismo en acción les facilitó un paquete de demandas más urgentes y dolorosas: desde los despidos hasta la caída galopante del valor adquisitivo del salario, las suspensiones masivas, cierres de establecimientos…
Argentinas y argentinos de a pie de clases medias se movilizan en tanto ciudadanos, consumidores o integrantes de colectivos: el tarifazo fue repudiado en calles y plazas de todo el país, tanto como la política universitaria. La pérdida del Fútbol para Todos se padecerá por goteo: su sujeto es difuso y disperso, la procesión irá por dentro y se agregará a otros malestares.
La sociedad civil argentina, siempre chúcara y dispuesta a la acción directa, se expresa cotidianamente frente a un gobierno que satisface solo a una sola clase: aquella de la que provienen casi todos sus cuadros de gestión.
La entropía del Frente para la Victoria y la mansedumbre de la oposición parlamentaria (con la sensible excepción de la izquierda) le dan oxígeno político al oficialismo en su momento más peliagudo desde diciembre. La inflación no ceja, hasta el amistoso Fondo Monetario Internacional anuncia recesión. El blanqueo, la oportunidad para que “todos dejemos de escondernos”, es la ilusión que ayuda al gobierno a pensar que algo florecerá en la primavera. El invierno cuesta pasarlo, como en los gloriosos tiempos de otro ingeniero, Álvaro Alsogaray.
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