EL PAíS › HORACIO GONZALEZ Y EL FRACASO DEL SISTEMA DE PARTIDOS
“Hay que descubrir el modo en que se expresa una identidad nueva”
“El régimen binario no es el que más le conviene a la política. No hay ninguna forma interesante de la política que se haya alojado en una instancia dicotómica”, opina el sociólogo Horacio González sobre el proyecto de constituir dos bloques de partidos políticos, uno de centroderecha y otro de centroizquierda. “El peronismo es reacio a ubicarse en centroizquierda y centroderecha. Lo interesante no es si llega a constituirse, sino el llamado a hacer algo que no se hace con un sistema de verdad preconstituido”, dice González, subdirector de la Biblioteca Nacional y doctor en Ciencias Sociales de la Universidad de San Pablo, quien pondera el lugar de los partidos en la historia y en la actualidad.
–¿Cómo evalúa el estado del sistema de partidos políticos?
–Ese término, “sistema de partidos”, es una expresión heredada que se escuchó después de la salida del régimen militar. Había una ilusión de construir un sistema de equilibrios. La propia idea de “sistema” suponía una perspectiva organizadora y normalizadora. Alfonsín se atribuyó el rol de fundador del sistema de partidos: llamaba a un ordenamiento y se posicionaba como un garante último. Esta fue la base del gran debate de (Arturo) Jauretche: si el peronismo tiene que ocupar las dos alas con las cuales se mueve la sociedad. El lo llamaba el jacobinismo y los girondinos (hoy diríamos centroizquierda y centroderecha). Creo que fracasó en la Argentina la idea de un sistema de partidos.
–¿Cuándo se evidencia este fracaso?
–Con la aparición de una tercera fuerza, el Frepaso, que intenta tomar lo mejor de cada fuerza y representar una alternativa superadora. Frente a las tradiciones liberales o nacionales, el accidente interno y la ruptura de un falso cuadro de apariencias la protagonizaba un grupo que poseía una verdad de índole narrativa, cultural y crítica. En el frondizismo era “el fin de las viejas opciones”. En el caso de Forja fue del radicalismo hacia un terreno inhóspito, que era el peronismo. Con el Frepaso, al revés, del peronismo hacia otro terreno inhóspito. El Frepaso se encuentra con una de las expresiones más conservadoras del radicalismo y muerde el polvo de su fracaso, cuando se estrella contra De la Rúa. Esta es la dialéctica imperfecta que hasta ahora tiene la política argentina.
–La crisis de 2001 no alcanzó sólo a la Alianza, sino al amplio espectro de partidos. ¿Cómo se puede pensar la fragmentación actual?
–El 2001 es un lugar de desmantelamiento, pero de emancipación. Más allá de que había un exceso particularista en la demanda: las personas se definían por peculiaridades, como ser ahorrista. Fue un momento fundante y de muchísima vitalidad. La gran oreja política escuchó ese maderamen que crujía –y que, de alguna manera, todavía sigue crujiendo– y de allí surgió el proyecto inicial del Gobierno. Este gobierno utilizó armas muy poderosas: hurgó en el pasado, insinuó que había una vuelta al entusiasmo político y revisó el alfonsinismo en el acto de la ESMA. Kirchner interpreta que Alfonsín diluía la capacidad revulsiva y hace un llamado no a un nuevo sistema de partidos, sino un modo de organizar las formas de la política. Los medios también le imponen su armazón lógica. Los medios y su temporalidad le quitan a la política el examen final de los destinos colectivos. El mundo político ya no tiene el horizonte de la última palabra, que queda en manos de los medios, que piden orden, ética, y un sistema de partidos.
–¿Hechos como el de Borocotó no ponen en peligro la legitimidad que pudo haber construido el Gobierno?
–Falta algo que no sabemos qué es y que hay que descubrir con urgencia: el modo radical en el que se expresa una identidad nueva. Esa identidad, al contrario del sistema de partidos, dice: “Invento, pero no enhebro un conjunto de acción más permanente”.
–¿Cómo cree que va a jugar el peronismo en la hipotética conformación de una centroizquierda y una centroderecha?
–Esa es la pregunta fundamental. De algún modo, el radicalismo está en su momento crepuscular. Pero sería injusto hablar sólo del radicalismo, porque la interrelación entre radicalismo y peronismo se constituye con la idea que tenía Balbín del turno. Agotado uno, llegaba el turno del otro. Esa idea de turnarse, que probablemente viene de los juegos infantiles, también se liquidó cuando el radicalismo no encontró el rumbo. Si lo encuentra sólo el peronismo, se genera un vacío existencial en la política argentina. Es un dilema central. Peronismo y radicalismo eran juegos de identidad que se leían mutuamente con mucha astucia. Para ser peronista había que saber muy bien lo que era un radical y viceversa.
–Esa relación de turnos del bipartidismo es la que entró en crisis...
–Sí, en este punto, esos saberes están rotos. Se rompió esa sabiduría complementaria que poseían radicales y peronistas de saber quién era el otro. Ese sistema del otro, al cual había que combatir y al mismo tiempo sostener. Creo que hay que ponerle nuevos nombres a la política argentina. El peronismo es una palabra muy fuerte, que tiene alrededor un rosario de nombres (“nacional y popular”, “justicialismo)”, una biblia de palabras que es muy reacia al veredicto liminar de centroizquierda y centroderecha. El peronismo sería capaz de alojarse en un lado o en el otro: Menem con la centroderecha y Kirchner, por la centroizquierda.
–¿El peronismo está dispuesto a resignar parte de su capital histórico?
–Está dispuesto, porque tiene una gran capacidad de metamorfosis. Pero no va a creer en esa capacidad caligráfica de dividir con plumín la centroizquierda y centroderecha. Lo interesante no es si llega a constituirse, sino el llamado a hacer algo que no se hace con un sistema de verdad preconstituido. De algún modo está pasando, porque hay figuras que les dan un nombre a particularidades muy irreductibles. Carrió es una figura inabsorbible por otro régimen interpretativo. Y Kirchner, lo mismo. Tiene un momento de irreductibilidad muy fuerte. No sólo por sus silencios, sino porque su conversación tienen momentos inesperados –como el discurso en Mar del Plata– y momentos ligados al intercambio político tradicional. En este momento la expectativa es mayor en la medida en que todas las personas en condiciones innovadoras asocian su nombre a un conjunto de lealtades que los rodean, como es el caso de Kirchner, Carrió o Macri. Tienen todos su irreductividad y nos deja a todos disconformes, porque querríamos un panorama más amplio.
–¿Quiénes pueden ocupar ese lugar del otro para Kirchner?
–No lo va a ocupar nadie como una figura invertida. Pero podría ser Macri. Hay algo que ha descubierto Macri: nunca hubo tanta asesoría alrededor de una figura política. El asesor, el escritor fantasma, el consejero áulico, todo ha recrudecido con la figura de Macri. Es como si tuviera su Pigmalión, que le ha dicho que cultive los tonos bajos y austeros, el no pronunciamiento, la distracción y la huida. Como surge del interior de los medios, del deporte y de la empresa, no precisa ser un representante. Sólo precisa ser distraído. Este marketing que lo rodea se revela en el nombre aséptico y deshistorizado de su fuerza: PRO. Se trata de una derecha que busca lo imposible (la deshistorización) contra un gobierno que buscó una historización problemática, pero interesante. El debate con Macri es sobre la lengua de la historia. El régimen binario no es el que más le conviene a la política. No hay ninguna forma interesante de la política que se haya alojado en una instancia dicotómica. Es necesario extremar la imaginación, que es un arma formidable: pensar lo impensado. Eso es lo que hay que reclamarle a este momento histórico.
Reportaje: Werner Pertot.