EL PAíS › LA POLITICA LABORAL Y LAS MEDIDAS ECONOMICAS

Todo el trimestre en el asador

Cómo evalúa el Gobierno el saldo económico-social del verano. La lectura oficial sobre el aumento del mínimo imponible y sobre su virtual impacto en las paritarias. Qué se espera de un Moyano fortalecido en la interna. La batalla por la carne, su lógica y sus límites. Algo sobre desarrollo y crecimiento. Y una invitación jugosa.

 Por Mario Wainfeld

El verano toca su fin y no ha sido tan caliente en materia económica, aunque sí en la política, en territorios más que relevantes para el oficialismo nacional. Pero en lo que más importa, en la marea del crecimiento, el Gobierno conserva alta su autoestima. “La inflación fue baja en enero, conforme lo esperable. En febrero la controlamos por debajo de lo imaginable. En marzo (un mes estacionalmente siempre difícil) subirá, pero dentro de márgenes controlables. El conflicto laboral puede describirse con las mismas fluctuaciones. Pasamos el primer trimestre sin zozobras” tabulan, de modo casi calcado, en la Rosada, en Economía y en Trabajo. Paso a paso, como cuadra a la administración Kirchner, las sonadas convenciones colectivas se vienen urdiendo, pero se desplegarán a partir de abril.

Néstor Kirchner sigue sin renunciar al crecimiento fundado en una política muy simple en sus lineamientos básicos, a la que agrega un puntillismo inédito en la lucha contra la inflación. El incremento del mínimo no imponible para trabajadores y autónomos demuestra que no hay pánico respecto de mejorar algunos bolsillos ni de cebar la bomba del consumo. El combate a la inflación no se hará por vía de la ortodoxia, en buena hora.

El Gobierno procura otro objetivo más intrincado que es valerse de la medida para moderar las demandas sindicales en las paritarias. “El nuevo mínimo comenzará a regir en abril o mayo –ponderan funcionarios de postín– más o menos al mismo tiempo en que se vayan cerrando las nuevas escalas salariales. Así las cosas, se esperanzan, podría calmar las apetencias de los muchachos. La movida tiene algunas fichas puestas a Hugo Moyano, muy revalidado en la interna cegetista. “El Negro”, quien junto a su aliado Juan Manuel “Bocha” Palacios compartió estrado con Felisa Miceli y Carlos Tomada, tiene por delante su propia discusión paritaria. En los ’60 y los ’70 la convención metalúrgica marcaba el rumbo y el techo del resto de los gremios. En el siglo XXI el transporte terrestre no alcanza igual rango, por la mayor fragmentación de la clase trabajadora y la enorme gama de asalariados no formales. Pero tiene un peso simbólico no desdeñable. El Gobierno confía en que el esfuerzo fiscal realizado repercuta en el inminente tira y afloja. Y que Moyano se haga cargo de un rol sistémico que no ha sido la constante histórica de su conducta.

Si te hace falta un Consejo

Sacar del freezer al Consejo Nacional del Empleo, la Productividad y el Salario Mínimo Vital y Móvil (en adelante “el Consejo” para ahorrar espacio y profusión de mayúsculas) es otra hipótesis en análisis. La finalidad no será valerse de ese ámbito para lo que debería ser su función en una democracia integrada sino para la contingente misión de aumentar el sueldo mínimo. Una discusión recorre al Gobierno, es si hacerlo significaría una distensión para las paritarias o un acicate para que los reclamos sean más elevados. Algunos funcionarios piensan que elevar el piso, mientras vía ganancias se levanta el techo, generará un efecto balsámico y dará a Trabajo mejores armas para conducir las negociaciones. Y, detalle nada irrisorio, ungiría a Kirchner con el galardón de instar siempre mejoras para los más humildes.

En contrapeso, están quienes temen que lo reconocido se juzgue adquirido y fuerce a mejorar “para arriba”. Curiosamente en lo que suelen ser las incumbencias de todo gobierno, en general en Economía y Trabajo, prima el criterio de propiciar un aumento del mínimo y tomar los riesgos. Pero, como en casi todo, la resolución la tomará Kirchner. Leyendo muy entre líneas a un Gobierno que es muy melindroso para difundir sus debates (no sólo sus internas, aun aquellos de gestión que hacen al interés ciudadano) podría suponerse que lo más probable es que se convoque al Consejo. Si las cosas no cambian mucho, la (su) lógica sería hacerlo a fines del mes próximo, tratando de tener muy abrochado el acuerdo para que salga rápido, sin discusiones, como le agrada al Presidente. Si así fuera, el aumento al mínimo (y su eventual traslación a consumo y a precios) no podría ocurrir antes de fin del segundo trimestre. Si todo cuajara bien, ya habría pasado la mitad del año sin vaivenes espectaculares. Con crecimiento impetuoso y estable, algo que el oficialismo unánimemente da por hecho, el horizonte más lejano que se piensa sería auspicioso.

Ha llegado un inspector

El politólogo sueco que hace su tesis de posgrado en la Argentina recibe un inquietante correo electrónico de su padrino de tesis, el decano de Sociales de la Universidad de Estocolmo. “No puedo decir que sus informes son malos, porque no recibo casi ninguno. Le pido que subsane su fiaca. Valoraría que investigue a un nuevo protagonista de la política gaucha, que me parece fascinante. Es el belicoso secretario de Comercio, más aguerrido y mediático que Montoya. Por añadidura se llama Néstor Kirchner, igual que el Presidente. Me subleva no haber recibido ya un paper sobre ese notable fenómeno nativo.” El politólogo sabe que hay inquina contra él en sus pagos. Se ha enterado, por vías informales, que el decano contrató a uno de los más famosos policías de su país, el inspector Kart Wallander, para pesquisarlo en Buenos Aires. Por si hiciera falta algo más, el forzado uso del “usted” en el correo es una señal de distanciamiento, ya que en Suecia (aun más que en Argentina) el tuteo está extendido en todas las relaciones cotidianas. Haciéndose cargo del problema, pero sin ceder terreno, el hombre teclea la respuesta. “Trataré de complacerte, decano. Pero vos tendrás que empezar a leer mejor los diarios. El hombre que perrea los precios de la carne es el Presidente y no un sosías homónimo. Van en archivo aparte un informe sobre las fluctuaciones del precio del asado de tira en los supermercados y un plano detallado del Mercado de Liniers.”

Con la papa en la boca

“El Presidente se ocupa de lo que le importa a la gente. El precio de la carne impacta en los bolsillos, sube la inflación, no es un tema menor.” Tal la doctrina del oficialismo que no suele permitirse la introspección o la duda. Las hipótesis de que acaso existan dificultades para delegar tareas o exceso de pulsión por la coyuntura no inquietan la mente de los funcionarios.

El modus operandi presidencial, vale reconocer, se funda en su lectura política acerca de la gobernabilidad y (estilizando un poco el análisis) de la representatividad. Kirchner lee que son muy endebles, muy vulnerables a los fenomenales cambios de humor social que tienen los argentinos. Pelear todos los días veinte escaramuzas en pos de una ansiógena revalidación no es, a su ver, un capricho sino una necesidad.

Más vale que esa necesidad lo pone en el lugar de paladín de los más y de contradictor de “los malos”, rol que le gusta como el dulce de leche. Por lo general, el Presidente elige con sagacidad a antagonistas muy poco queribles, lo que mejora su reputación en términos masivos. Sus bestias negras de estos días, ceñudos consignatarios y ganaderos que (en involuntaria paradoja existencial) hablan con una papa en la boca, son un adversario ideal. La soberbia de clase de los dueños de la tierra, su necedad al no advertir que no son empresarios schumpeterianos sino beneficiarios de un sacrificio colectivo por mantener un dólar sideral, su discurso de acreedores eternos que nada deben ofrecer los transforma en una contraparte apetecible para Kirchner.

Proponiendo debates a gritos contra rivales poco consistentes, el oficialismo soterra ciertas preguntas dignas de formularse. La más vasta es si hay vida después de las sucesivas madres de las batallas de cada trimestre. O, como lo proponen en un sugestivo documento de discusión (“Una perspectiva de la inflación como fenómeno económico y social”) los economistas Alejandro Peyrou y Hernán Neyra, si es posible “pensar en el desarrollo y no sólo en el crecimiento”. Un eje ajeno a la praxis oficial y aun a su imaginario. Tanto como discurrir, como hacen Peyrou y Neyra, que “los acuerdos sectoriales de precios que se están realizando tienen como contrapartida un impulso a la cartelización de empresas”. Una política de largo plazo contra la concentración económica es una tarea pendiente del Gobierno que forma parte de otra más amplia, la de hacerse cargo de los límites y las contradicciones de sus acciones coyunturales.

En lo referido a la carne, allende las taimadas medidas de los formadores de precios, hay dos problemas estructurales de la economía nacional que anclar los precios no zanjará por encanto: la limitación del stock ganadero y las tensiones (entre muy atípicas y únicas en el mundo) de una sociedad que “come lo que exporta”.

No todo se resuelve zafando en el día. Entre otras cuestiones esenciales, sigue pendiente alguna iniciativa de concertación social, imprescindible en una situación de expansión económica y cierta paz política. El deseable fin de la emergencia debería alumbrar mayor institucionalidad y no sólo espasmos de acción gubernamental, así sean valiosos. Pero, mientras el corto plazo siga siendo propicio, el Gobierno no tiene pinta de pensar más allá. Al fin y al cabo, como predicaba John Maynard Keynes, en el largo plazo todos estaremos en la parrilla.

Manducando con el enemigo

Al politólogo no le gusta ni ahí que el inspector Wallander lo ande siguiendo. No quiere que husmee en sus devaneos con la pelirroja progre que a veces es kirchnerista y a veces no. No quiere que descubra que sus ingentes rendiciones de cuentas tienen que ver con cenas galantes y no con comidas con líderes de opinión. Puesto contra las cuerdas, toma el toro por las astas. Tras una sencilla averiguación sobre la morada del policía, lo llama por teléfono, se presenta y lo invita a conocerse. Y qué mejor modo que un asadito en el PH con patio de la morocha. Desarmado por la sorpresa, el inspector pregunta si no será mucho gasto, pero accede.

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