Domingo, 23 de julio de 2006 | Hoy
Por Horacio Verbitsky
opinion
En una escueta declaración las Madres de Plaza de Mayo-LF repudiaron la frase de la diputada nacional Elisa Carrió (ARI-CABA), según quien “Kirchner es igual a Hitler con la diferencia de que hoy no hay campos de concentración en la Argentina”. Las Madres aportan así una voz distinta, desde su actividad específica, al debate político. Carrió fue pionera en ese camino descalificatorio. Pero detrás de sus huellas siguen algunos periodistas, políticos, periodistas políticos y políticos periodistas. Entre los más recientes y llamativos el senador Rodolfo Terragno (UCR-CABA) sostuvo que Kirchner era un general y sus ministros Alberto Fernández y Julio De Vido dos coroneles; Mariano Grondona escribió que el actual gobierno ha perdido en el ejercicio su legitimidad de origen y se desvió “en dirección de un poder sin límites republicanos” hasta incurrir en la infame traición a la patria que fulmina el artículo 29 del texto constitucional, y el semanario Noticias tituló su portada “La Gestapo de Kirchner”.
¿Qué hechos avalan estas afirmaciones? Carrió llamó por primera vez fascista al gobierno luego de las elecciones del año pasado, en las que atribuyó a maniobras oficiales su derrota frente al hombre de negocios con el Estado Maurizio Macri. Luego del acto convocado por Kirchner el último 25 de mayo lo comparó con el ex dictador Galtieri. Hitler ocupó su pensamiento luego del debate parlamentario por la reforma del artículo 34 de la ley de administración financiera y la reglamentación de los decretos de necesidad y urgencia. A esas sanciones legislativas se referían también el columnista Grondona y el senador Terragno. En el caso de Noticias, cuando se pasa de la portada al texto, la presunta Gestapo se reduce a una oficina de prensa, como la que han tenido todos los gobiernos argentinos y tienen casi todos los del mundo, que monitorea las cosas que se dicen sobre el gobierno y sus funcionarios.
¿Cuál es su consistencia? Es verosímil que la denuncia acerca de cuentas de Enrique Olivera en el exterior haya sido un invento de la propaganda paragubernativa, acaso inspirada en las que Carrió formuló años antes contra Domingo Cavallo. Si así fuera, parece excesivo atribuirles el rechazo social al ex superministro y el insatisfactorio resultado electoral del ARI. En cualquier caso no guardan parentesco ni lejano con los métodos brutales del Duce italiano, quien reprimió cualquier disidencia política o social sin los recaudos por los que Kirchner es criticado, ya se trate de piquetes urbanos o cortes de puentes en el Litoral. El 25 de mayo el presidente desperdició la oportunidad de plantear ante la mayor concentración en muchos años un discurso más orientador sobre la nueva etapa política, pero ningún esfuerzo de la imaginación permite parangonarlo con la vergonzosa convocatoria del general beodo que intentó cubrir con la bandera argentina los crímenes de una dictadura que se caía a pedazos. La hipótesis de un Hitler sin campos de concentración y que permite tan dura denuncia contra su régimen y su persona se desmiente a sí misma. Es curioso que Terragno, quien debió exiliarse en 1976, confunda aunque sea por vía de metáfora a un asesino serial con un presidente electo por el voto popular. Con un agravante: cuando fue jefe de gabinete de ministros, requirió y obtuvo del Congreso facultades algo más vastas de las que ahora beneficiarán a su sucesor Alberto Fernández. Grondona recurre a los mismos conceptos que hace cincuenta y cuarenta años le sirvieron para justificar los derrocamientos de Juan Perón y Arturo Illia, idénticos a su vez a los que José Manuel Estrada usó hace doce décadas para deslegitimar a Miguel Juárez Celman. Lo único novedoso es el giro positivista de Grondona, que ya no invoca la ley natural sino la Constitución, y que no golpea las puertas de un cuartel sino las de la Corte Suprema de Justicia, si se lo toma al pie de la letra. En el caso de Noticias, es difícil encontrar otra explicación que la frivolidad.
Las disputas políticas argentinas no han sido nunca amables y en distintos momentos todas las fuerzas significativas fueron víctimas del clima así creado. El problema de ciertas demasías discursivas es que predisponen a la búsqueda de atajos en procura de soluciones drásticas al margen de los trabajosos procedimientos institucionales. Cuando Estrada instó a vender la túnica y comprar la espada puso el prólogo a la revolución de 1890, que dio origen a la UCR. Los editoriales descalificatorios de la prensa precedieron al derrocamiento de los gobiernos radicales de Yrigoyen en 1930, Frondizi en 1962 e Illia en 1966. Desde el retiro de la Convención Reformadora de la Constitución en 1949, el radicalismo pasó a la conspiración contra el peronismo. Luego del largo ciclo de las dictaduras, que concluyó en 1983, nadie piensa en ese tipo de recursos. Es un consuelo, pero relativo: las crisis que abortaron los mandatos de Raúl Alfonsín y Fernando de la Rúa lo ejemplifican. Los exabruptos de Carrió, Terragno, Grondona y Noticias producen un doble efecto: ofenden a quienes han sido víctimas de procesos tan horrendos como el nazismo, el fascismo o la dictadura argentina y mellan la propia crítica al gobierno, abroquelan en su defensa a muchos sectores que de otro modo objetarían algunos procedimientos y adelgazan el espesor de las reflexiones que la sociedad necesita.
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