Lunes, 30 de octubre de 2006 | Hoy
EL PAíS › OPINION
Por Eduardo Aliverti
Habrá que volver, como casi siempre que las urnas están cerca, a aquella frase pegada por uno de los jefes de estrategia electoral de Bill Clinton, en 1992, en las paredes del comando de campaña. Desde el candidato presidencial hasta el último orejón del Partido Demócrata, no debían olvidar, nunca, de qué se trataba: “Es la economía, estúpido”.
Basta con tomar lo anoticiado la última semana para advertir la precisión de ese razonamiento. San Vicente desapareció de la escena mediática, como no sea por la patética (continuidad de la) lucha de poder desatada entre los capitostes de la CGT. Y el lugar protagónico que ocupó, como cualesquiera de los episodios que surgen y se esfuman como si tal cosa, volvió a ocuparlo lo económico en aquellos aspectos que muestran nubarrones: los acuerdos de precios, los relinchos de las empresas de medicina prepaga, las protestas del campo y los signos de que la infraestructura energética podría no resistir un calor insoportable. Y hasta más ver con Moyano, las patotas del Hospital Francés, la cúpula de los curas, la Tuta Muhamad, los tiranosaurios que hacen actos en homenaje al terrorismo de Estado, Madonna Quiroz. E incluso el instrumento Blumberg, que arremetió enardecido contra el fallo que condenó a los asesinos de su hijo y que hubiera dicho lo mismo de cualquier sentencia más dura aún; porque a esta altura está claro que su insoportable dolor lo dejó preso de la criatura política que creó, hasta el extremo de que a las pocas horas del dictamen ya estaba en Misiones subido a una tribuna contra el oficialismo. Ni hablemos ya de Jorge López porque su desaparición –qué espantoso suena decirlo– también se transformó en un asumido paisaje de incertidumbre, por el que sólo siguen movilizados algunas organizaciones y partidos de izquierda. El miserable “por algo habrá sido” de la dictadura mudó ahora a una especie de “se lo habrá tragado la tierra”, que para la conciencia masiva empieza y termina allí como quien dice que lo que mata es la humedad.
Porque es la economía, estúpido. Es el Gobierno que juega solo, sin más rivales que los destellos efímeros de corporaciones varias. Algunas que desde “lo político” hablan de una república tiranizada, o poco menos; y otras que desde “lo económico” juntan sus ganancias en carretillas interminables pero acolchonándolas, desde el discurso, en que la devaluación y el default las afectaron. Claro: justamente por ser una temporada electoral es seguro que la histeria del país informativo seguirá regalando, en forma creciente, varios intentos de apuntar a la salud institucional. Hoy, mañana y –salvo imprevistos– hasta bastante entrada la semana, asistiremos a agotadores pronósticos sobre lo que habrá de deparar el resultado de las elecciones constituyentes de Misiones. Parecería que en esa provincia se jugó el futuro nacional, gracias a un Kirchner que, con su manía de estar en el centro del escenario a toda costa, le dio esa entidad a un conflicto de pago chico. Sin embargo, y al margen del resultado, cualquiera con dos dedos de frente puede apostar que las implicancias de los comicios misioneros durarán lo que un gas en una canasta.
Porque es la economía, estúpido. Porque desde que el mundo es mundo, y salvo en las etapas donde la épica de los proyectos en danza hizo jugar otros elementos, nunca subsistió nada armado coyunturalmente para entrarle al poder por la ventana. La pretensión de herir a este gobierno comparando a Ezeiza con San Vicente, o denunciando cooptación por la reforma del Consejo de la Magistratura, o alzando la voz contra los superpoderes de la Jefatura de Gabinete, o lo mismo contra los fondos santacruceños depositados en el exterior, son tácticas que no tienen la menor repercusión popular. No le importan a nadie que no sean sus inventores o difusores. Bajo riesgo de herir susceptibilidades de terruño, por más que sólo sea una circunstancia geográfica que ayer, hoy y mañana puede ser reemplazada por cualquier otra, ¿alguien cree seriamente que las elecciones de Misiones importan de forma sustantiva por fuera de los límites provinciales? Es decir, ¿alguien supone seriamente que lo que se votó allí tendrá incidencia en el rumbo gubernamental y social?
Justamente desde lo económico como eje del interés masivo, el kirchnerismo ofrece algunos agujeros impresionantes como para dejar que siga avanzando así como así en su retórica popular y populachera, sin tampoco renegar de aspectos realmente progresistas, corroborados por la realidad. Pero véase por ejemplo el Presupuesto 2007 que elevó a consideración de su decorado parlamentario. Mantiene una estructura tributaria que continúa descargando impuestos sobre los que menos tienen, y a la par sigue desgravando la renta financiera, del mismo modo en que la nueva Ley de Hidrocarburos proveyó de beneficios escandalosos a los pulpos del sector. El leve detalle es que sólo Mongo Aurelio y algunos pocos más se detienen en la disección (mucho menos que eso, en realidad) de asuntos tan apasionantes como la política impositiva o las concesiones petrolíferas. Es entonces que basta con mostrarles los dientes discursivos a unos cuantos conglomerados de muy mala fama (como las empresas de medicina privada o los paquidermos agropecuarios) para construir imaginario de lucha contra los poderosos, de la mano con la salida de la crisis. Con eso alcanza –-hasta aquí– para llegar tranquilos a las elecciones del año que viene, y ni San Vicente ni Misiones ni barrabravas ni el Hospital Francés ni ocho cuartos.
De esas elecciones en adelante habrá que ver, y eso no habla nada bien de la mentalidad de largo plazo de la gestión oficial. Cabrá repetir que éste es un gobierno del día a día; de la soja y casi que gracias. Pero tampoco es cuestión de subirse al primer tren que aparece para elucubrar o creerse, más o menos, que van chocar los planetas.
Si la oposición –y mucho más la corporativa que la inexistente partidaria– sigue circulando por allí, a derecha e izquierda, el único o mayor problema de la pingüinera podría consistir en seguir inventando su propia oposición.
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