Viernes, 3 de noviembre de 2006 | Hoy
EL PAíS › MARIO LANDABURU, PIONERO EN LA DEFENSA DE LOS DD.HH.
“Da para más, el tema es enorme”, repite, insistente, Mario Landaburu, un letrado que defendió desde la Asociación Gremial de Abogados y la CGTA a los trabajadores que fueron perseguidos por la Triple A. En diálogo con Página/12, este protagonista de una época a la que definió como “compleja” –del ’73 al ’76– señala que la represión parapolicial, consumada durante el terrorismo de Estado, demuestra que “las prácticas siempre fueron las mismas. Los argentinos inventamos la birome, el dulce de leche, el colectivo... y la picana, que se usaba para obligar a las vacas –que sabían que las iban a matar– a que entraran al brete”.
A partir de la aparición de la Triple A, las desapariciones “crecen en cantidad de gente –explica Landaburu–, pero eran más selectivas porque el aparato era más chico”. En su momento, recordó, “Perón dio la orden de que se investigue a este grupo paramilitar. La causa se tramitó en el juzgado porteño de Pedro Aquino. Se pidieron expedientes y aparecieron expedientes provenientes de todo el país, pero no se avanzaba en la investigación. Lo que pasa es que el Poder Judicial es una organización celular, lo que muchas veces conspira cuando aparece algo grande, que supera los límites provinciales.” Lo “grande” que empezaba a gestarse se cobró, en sólo dos años, la vida de 800 personas (entre ejecutados y desaparecidos).
Según relató el abogado, el accionar parapolicial era conocido por todos los que estaban en el poder. El decreto firmado por Isabel Martínez de Perón, que exigía “aniquilar a la subversión” (y que fuera defendido por Carlos Ruckauf durante el Juicio a las Juntas), no fue el único apuntado a perseguir a los opositores políticos. “Firmó muchos decretos para limitar el accionar ‘subversivo’. Por poner un ejemplo, hubo uno que obligaba a los abogados que interponían hábeas corpus a dar su dirección y otro que prohibía a los que estuvieron presos por orden del Poder Ejecutivo la posibilidad de emigrar a países vecinos.”
Junto a un grupo de catorce abogados, provenientes de la Gremial, Landaburu preparó un informe sobre la situación represiva que padecía el país, bajo el mando de “Isabelita” y José “El Brujo” López Rega. Para los letrados, el accionar de la Triple A “era una especie de nube blanca”. Fue por eso que el escrito se titulaba “la represión blanca”. Pero el informe, que debía llegar a París, se quedó en el camino: “Tal vez se perdió en Europa o capturaron al mensajero”, argumentó. Mientras tanto, la organización parapolicial se cobraba más y más víctimas, que hoy casi nadie reivindica porque, admite el abogado, “murieron antes del golpe del ’76”. “Norberto De Leroni, un peronista hasta las uñas, y su mujer, por ejemplo. O Julio Troxler, que lo secuestran a la salida de la Facultad de Derecho y aparece muerto en Barracas. En la placa de los abogados que fueron víctimas de la represión no figura su nombre, él había llevado el tema de la Triple A al PJ.”
Aunque luego del golpe que llevó al poder a Jorge Rafael Videla, Orlando Ramón Agosti y Emilio Massera las cosas se pusieron más pesadas, paradójicamente, la investigación iniciada sobre el accionar paramilitar continuaba. Un reducido grupo de testigos se reunió con Landaburu para consultarle sobre los pasos a seguir y las consecuencias que tendría insistir en el asunto. El abogado no dudó en advertirles: “Ojo que acá están arriesgando la vida”. La causa iniciada a pedido de Perón quedó en la nada. “Hubo lugares donde realmente se avanzó. En Santa Fe llegaron a intervenir la policía”, comentó el abogado, a quien la Triple A “le dio vuelta la oficina”.
“Evidentemente fuimos precursores”, admitió irónicamente Landaburu al recordar cómo aparece la desaparición: “El origen está en Alemania, en 1944. Fue (Adolf) Hitler el que impuso la modalidad de la Noche y la Niebla (que luego daría, por sus iniciales –Nacht und Nebel– en la figura del NN). Después pasó a Brasil...”. Cuando llegó a la Argentina, no era novedad. Por eso, este abogado pide que se enumeren las primeras desapariciones, sufridas por los anarquistas durante los años ’30: “Hay que hablar de gente como Miguel Ancangel Rosinia, Andrés Paredes y Fernando Malvichini”.
Informe: Emilio Ruchansky.
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