Domingo, 10 de febrero de 2008 | Hoy
EL PAíS › OPINION
Kirchner se hizo ver y oír sin hablar y a la distancia. El peso específico del primer ex presidente de la era global. La relación con la Presidenta, según sus aliados. De cómo todos hablan más que antes. De qué habla Kirchner. El New Deal con aliados y funcionarios. Los enigmas de una situación sin precedentes.
Por Mario Wainfeld
La repercusión del acuerdo Kirchner-Lavagna fue enorme. Da la impresión de que hasta resultó desproporcionada a su real impacto. En la arena mediática esa diferencia virtual es una minucia: si fue tapa de diarios y comidilla de las radios durante varios días, fue importante.
Todos los sectores políticos se vieron forzados a definir posiciones y realinearse, si era el caso. Los radicales remanentes, los más golpeados, reaccionaron con furia acorde con su desamparo, recalando en las primeras planas que les vienen siendo esquivas desde hace tiempo. Gerardo Morales se empacó en un discurso defensivo de pertenencia (“nos quedaremos acá aunque seamos cinco”) que trasunta más debilidad y obstinación que fuerza, más adecuado para un defensor del Alcázar de Toledo que para un dirigente de un partido de masas. La UCR se había despegado del ex ministro apenas supo cuántos votos y cuántos legisladores conservó llevándolo como paladín. Su rabia ulterior se emparienta con la de aquel que rompió con su pareja y luego se enfurece cuando se anoticia de que ésta sale con otr@.
En otro rincón, numerosos kirchneristas borraron con el codo todo el ninguneo que le prodigaron a Lavagna desde el mismo instante en que éste dejó el gobierno. Como Pedro con Jesús, cantaron loas a aquél que habían negado tres veces.
El desparramo fue directamente proporcional al peso específico de Kirchner y del PJ, incomparables de momento con cualquiera que ose competir con ellos. Ambos dividen aguas, se está con ellos o contra ellos como primera definición, lo demás viene en letra más chica.
¿Qué dijo e hizo Kirchner en estas horas? Ni una palabra. Actuó, cambió el escenario a su guisa, puso en movimiento a los demás. Luego calló y se pasó la semana en Santa Cruz, manteniendo plena centralidad pero alejado del fárrago y el bullicio, evocando (¿adrede?, ¿de casualidad?) ciertos manejos de Juan Perón.
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Cuestión de talles: “El PJ es demasiado grande para que lo presida cualquier otro” tabula un dirigente “kirchnerista, no pejotista” que (la vida es así) tendrá una silla o un banquito en la conducción pejotista. Es Kirchner o nadie, la herramienta no puede dejarse en manos poco confiables, ni en compañeros de menguada representatividad (todos lo son comparados con el ex presidente).
El contertulio de la mesa chica agrega que Kirchner caviló hasta después de la asunción de Cristina. El hombre detesta el PJ. “Pero en algún lugar tenía que meterse”, comentan por ahí, como si el PJ fuera también un dique para encauzar una fuerza de la naturaleza y una fuente de actividad para un hombre hiperactivo que hace décadas que no sabe lo que es vivir sin gobernar. Página/12 se acuerda de la parábola del jarrón chino, pero espera hasta el próximo párrafo para citarla. De momento, incursiona en la cuestión del tamaño.
¿El PJ le queda a medida a Kirchner? intenta traducir el cronista. O más bien sonsaca de lo que imagina que vendrá.
“Le queda chico”, es un punto donde hacer pie. Kirchner, comulgan en su entorno, es también el líder del Frente para la Victoria (FPV), ese sello tan simpático que ha quedado medio vaciado. Y de la Concertación Plural. De su desdén por las instancias de diálogo Kirchner ha pasado a sentarse en la cabecera de una seguidilla de mesas.
En la semana entrante habrá de recibir a integrantes de movimientos sociales que están entre desconcertados y enfadados por la seguidilla de gestos pejotistas. Entre tanto, Alberto Fernández intentará consolar, contener y conformar a representantes de fuerzas transversales. Un rebusque que tendrá a mano para aliviar broncas y sorpresas es prometer un eventual futuro encuentro con Kirchner: constelar cerca del sol siempre entusiasma.
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El jarrón chino: Cuando lo ven, todos le dicen “presidente” y no aluden al Pejota. En puridad es ex presidente. Cuesta llamarlo así, seguramente porque es un ejemplar exótico, un ornitorrinco de la política: el único que existió en la Argentina en las últimas décadas.
Raúl Alfonsín terminó su mandato a los barquinazos, su rival interno Eduardo Angeloz fue el candidato en las presidenciales, que su partido perdió. Después siguió en tirabuzón, a la baja. Carlos Menem tuvo un periplo parecido: Duhalde lo desplazó como candidato y perdió con la Alianza. Sus “días después” fueron de decadencia y consunción. De Fernando de la Rúa ni hace falta hablar.
Desde 1983, Kirchner es el primer ex presidente que pasa al llano en la cúspide de su prestigio y legitimidad. No fue castigado en las urnas ni radiado por su partido. No revista en la oposición ni ejercita un oficialismo culposo (como Alfonsín con la Alianza) sino que es ariete del oficialismo.
El cronista interpreta que situaciones históricas precedentes (previas a la globalización, el boom de las comunicaciones, el estallido informativo, a la actual relación entre medios y opinión pública) no son estrictamente comparables, le parecen otros mundos. Quien piense distinto podría repasar la relación entre Roca y Juárez Celman o la de Yrigoyen con Alvear. La de Perón y Eva Duarte no tiene mucha similitud. Cámpora-Perón fue un experimento demasiado breve, una dupla inestable y tensa que duró lo que un suspiro.
En fin, que no hay precedentes cercanos u homólogos. Un ex presidente potente, desequilibrante y en plena acción es toda una novedad. Un aporte inédito para el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner pero también un intríngulis. Esa presencia y ese poder exteriores tienen sus bemoles. Hace años, el inolvidable periodista Sergio Moreno recordó una parábola sobre ex presidentes de ese cuño, proveniente de España: se lo comparaba con un jarrón chino. Un jarrón chino grande, de calidad, que debía ser colocado en un ambiente más o menos chico. No es posible omitirlo, no hay forma de disponerlo sin que atraiga mucho la atención y, tal vez, obstruya el paso. Los jarrones chinos y los ex presidentes tienen su tamaño y ocupan mucho espacio.
Bueno es tenerlos a favor pero lo del espacio es todo un detalle, que habilita dudas: ¿el enorme protagonismo de Néstor es pura ganancia para Cristina? ¿El jarrón la dejará lugar? En estos días fue fenomenal la distancia de visibilidad y de brillo entrambos. ¿Seguirá esa tendencia? En tal caso, ¿será funcional a la reputación y el poder propio de la Presidenta?
Los dilemas se irán descifrando con el tiempo y no son moco de pavo, aunque en la Casa Rosada se pregone que la sinergia es total y la mera duda es jactancia de los diletantes o de los gorilas.
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Estado y sociedad civil: “No hay conflictos, no hay doble comando. Kirchner habla con Cristina sobre Lavagna, lo discuten, luego él decide. Cristina habla con Néstor sobre las retenciones, intercambian, ella se queda con la decisión. Si alguien cree que Kirchner la maneja a su antojo, no la conoce”, explica, enclavado en Balcarce 50, alguien que departe a diario con los dos. La duda de Página/12 no es su affectio societatis, más bien si el desempeño del ex presidente no roba cámara en exceso. Su interlocutor no se preocupa nada o, al menos, eso dice.
En su vistazo inaugural, legisladores y funcionarios K se alegran del New Deal. Página/12 habló con ministros, secretarios, diputados y senadores varios, su relato es unívoco. Evalúan que “ahora hablo más con él. Llama con asiduidad, se nota que está distendido y dispone de más tiempo. Cristina tiene otra forma de dialogar, pide explicaciones, deja hablar más, se adentra en los detalles, reclama datos por escrito”. Correveidiles de Palacio hacen cuentas: “n” reuniones mantuvo la presidenta con Jorge Taiana y Héctor Timerman por el entuerto con Estados Unidos, una marca mucho más alta que las de su predecesor. Las citas con la CGT y CTA tuvieron backstages y soportes informativos inimaginables un año atrás.
De cualquier manera, conviene no exagerar. La relación entre Fernández de Kirchner y sus colaboradores sigue siendo radial. No hay reuniones de Gabinete, muy poco trato horizontal entre pares y escasea el diálogo interdisciplinario. La decisión se macera más, la Presidenta sólo la toma cuando puede explicarla al dedillo (un recaudo que no preocupaba a Kirchner), pero se toma en soledad y sin mucha consulta lateral.
Kirchner está más locuaz y menos urgido pero, confiesan sus aliados, no llama para divagar, ni tampoco luce muy presto a abrir su oreja. Llama para pedir acción –una solicitada, una respuesta pública en los medios–- o información, para estar al día en las cifras de la macro, en el trámite de las normas, en los armados territoriales. “Llama por lo que llamó siempre”, cifra alguien habituado a esa imperiosa voz, que ahora resuena desde la sociedad civil.
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El más grande, en movimiento: Los críticos del kirchnerismo se han visto en figurillas tras la movida con Lavagna. Guste o no, la reactivación partidaria y esa incorporación “abren” el juego. Habrá más debate, alguna pluralidad, nadie puede suponer que el ex ministro callará sus posiciones. El PJ redivivo es un gran atril para Kirchner, otros compañeros tendrán atriles más chicos pero hasta hace poco inexistentes.
Las diatribas contra Lavagna son desmesuradas, en un país donde los cambios de pertenencia son moneda corriente. El ex ministro jamás abjuró de su peronismo, más bien lo sobreactuó desde que dejó Economía. Como nunca, se hizo ver con compañeros menos presentables que él. Se fotografió en el restaurante El General, cantando la marchita a voz en cuello. No era lo suyo, con antelación. Hombre moderado, de eterna buena relación con terceras fuerzas, sustentado en su capacidad técnica y su nivel intelectual, Lavagna había sido avaro en plegarse a la liturgia peronista. Su vuelta al redil no puede considerarse asombrosa, máxime a partir de la disolución de su coalición electoral.
Las internas tienen mala prensa, propinada por medios que añoran a los partidos pero deploran que funcionen como tales. De cualquier modo, son más democráticas que el dedo y más prolijas y legibles que las colectoras. La resurrección del PJ no rehabilita, para nada, a un partido de excelencia pero es un trámite necesario, muy reclamado desde diversas tribunas. Y un desafío para los demás partidos, que despotrican contra el hegemonismo y el unicato. Para quedar a la altura de lo que dicen, deberían reavivar su vida interna, promover el debate, reorganizarse.
Los radicales, tupacamarizados, se verán en figurillas para hacerlo. El ARI y PRO tienen ambiciones nacionales pero no expansión territorial acorde. Y están muy supeditados a su figura principal, seguramente más que el kirchnerismo que, como se viene contando, tiene dos.
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Puntos suspensivos: Sin haber emitido un monosílabo en público, ubicado a miles de kilómetros de la cabeza de Goliat, Kirchner volvió a ser la atracción política de la semana. La imagen de la Presidenta y de su equipo de gobierno es en comparación tenue, menos visible. ¿Es todo deliberado? Cerca del despacho de Fernández de Kirchner confiesan que el esquema recién empieza a funcionar, todos están desacostumbrados, incluida la pareja presidencial. “Cristina le va tomando el tiempo a la gestión. Néstor se va habituando a manejarse en otros registros. Nosotros (los ministros) todavía nos sorprendemos cuando aparece ella y no él.” El apólogo termina prometiendo que la marcha del carro acomodará los melones. La fe mueve montañas, a veces.
En tanto, sigue abierto un interrogante: cómo se constituye la autoridad presidencial que tiene mucho de enigma, mucho de muñeca y mucho de imagen. Otros actores y protagonistas leen el peso relativo de los dos Kirchner, definen dónde está el poder, obrarán en consecuencia.
Esta historia no está cerrada ni tampoco cifrada desde el vamos. Esta historia continuará, vaya si continuará.
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