Domingo, 18 de mayo de 2008 | Hoy
Por Roberto Navarro
A pesar de que la cantidad de alimentos que se vende en el mercado local tiene cada vez menor relevancia en el resultado total de la renta agropecuaria, los productores y los grandes comercializadores despachan al mismo precio en la plaza internacional que en la local. Por eso son imprescindibles las retenciones a las exportaciones para poder bajar el precio de los alimentos en el país y que tengan una relación razonable con los ingresos de los ciudadanos.
En 2001 un dólar costaba un peso, no había retenciones ni cortes de ruta. Por ese entonces, las exportaciones agropecuarias eran un tercio de las actuales. Según datos de la consultora SEA, una hectárea de soja arrojaba antes de la salida de la convertibilidad una rentabilidad de 155 pesos. En la actualidad, con las retenciones móviles, deja 1826 pesos. Por ese entonces una hectárea de maíz ofrecía una ganancia de 80 pesos, hoy deja 1906 pesos. En el caso del girasol la rentabilidad pasó de 70 a 2242 pesos y en el trigo subió de 95 a 1210 pesos.
En el caso de la soja la rentabilidad aumentó un 1100 por ciento; en el del girasol, un 3000 por ciento, siempre incluyendo las retenciones móviles. Estos son los dos granos a los que el gobierno les aumentó los Derechos de Exportación el 11 de marzo último, medida que desató el conflicto que aún continua. En estos siete años el promedio de los ingresos de trabajadores ocupados creció un 152 por ciento. La evolución de las exportaciones no depende sólo del aumento de la producción, también de los saldos exportables que deje el mercado interno. Estos, por supuesto, dependen de la relación entre los ingresos de los consumidores y el precio de los alimentos. De esa forma ha habido una enorme transferencia de recursos de toda la sociedad hacia el sector del campo. Y todo esto ocurrió, a pesar de las retenciones.
La competitividad y la rentabilidad del sector agropecuario están relacionadas con la ventaja comparativa del clima y el suelo argentino, con la eficiencia de los productores y con la evolución del precio internacional. Pero también con el marco macroeconómico. Principalmente, con el beneficio de la paridad cambiaria frente a sus principales clientes: los países del Mercosur y la Unión Europea. Además, el Estado está subsidiando el precio del gasoil y de las tarifas de electricidad y gas. Es decir que el enorme aumento de la renta agropecuaria no es sólo patrimonio del campo. La buena noticia es que el país ya produce alimentos para el 7,5 por ciento de los habitantes del planeta; la mala es que en el último año y medio el precio de los comestibles volvió a alejarse del bolsillo popular de los argentinos.
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