Domingo, 6 de abril de 2014 | Hoy
Por Jens Andermann *
Siempre resulta enriquecedor, para alguien que viene estudiando el devenir argentino de hace más de veinticinco años, venir a Buenos Aires a compartir reflexiones con amigos y compañeros sobre cuestiones que, más que un “objeto de trabajo”, ya son parte del propio mundo afectivo y de militancias y debates compartidos. El evento puso de relieve al mismo tiempo la enorme riqueza del trabajo intelectual y académico acumulado en los últimos diez años sobre memoria, política y duelo en la posdictadura argentina y latinoamericana, como también la enorme fragilidad que amenaza en nuestro presente lo que tal vez demasiado a menudo pensamos como batallas ganadas. La catástrofe sobre la que “hacemos memoria” sobrevuela nuestros quehaceres no sólo porque perduran heridas, desapariciones e impunidades, sino también porque acecha en la trama social un resentimiento ya no tan mudo que desea con ferocidad brutal el regreso de una violencia purificadora, un gran acto de venganza en nombre de los supuestos desheredados de la década K. En esos mismos días en que discutíamos los avances, límites y aporías de una cultura de la memoria, en las calles de Rosario el discurso de la mano dura y del pánico moral permanente cobró de manera salvaje la vida de un joven de 18 años.
David Moreira no fue la primera ni será, infelizmente, la última víctima de una violencia homicida que el discurso de memoria, verdad y justicia, aun cuando parecía hegemonizar el campo de lo decible, en realidad nunca desplazó: sólo logramos silenciar por algunos años su expresión más pública y obscena. De ahí, insisto, que tenemos que redoblar hoy en día esfuerzos para llevar adelante el diálogo que propusieron estas jornadas, por difícil que fuese a veces. Sólo al poner en diálogo y en disputa los aportes producidos en Latinoamérica sobre cuestiones de memoria y derechos humanos con líneas críticas provenientes de otros contextos culturales y geopolíticos, donde a menudo la tradición liberal y republicana se invoca en función de justificar “intervencionismos humanitarios” o de denunciar el fundamentalismo del otro, podemos empezar a reconocer los contornos del monstruo que nos acecha. Y viceversa, el debate europeo de la “posmemoria” haría bien en escuchar la experiencia latinoamericana: sería una suerte de vuelta al origen de gran parte de las discusiones producidas en los últimos treinta años, o como lo formuló en un encuentro anterior una de las teóricas principales de los Memory Studies anglosajones, Susannah Radstone, equivaldría a “traer la memoria a casa”.
* Profesor de estudios latinoamericanos de la Universidad de Zurich, Suiza.
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