Graciela Perotti de Carrera es psicóloga clínica y profesora universitaria. Hace 35 años que está casada “con el mismo”, tiene un hijo de 25 años y una hija de 31. “No me gusta que elijan por mí, me gusta decidir yo”, sentenció cuando Página/12 le preguntó por la forma en que determina qué boleta meter en la urnas.

“Yo tuve una educación fundamentalmente democrática, porque mi padre era una persona de mente muy abierta”, recordó. El nunca le decía a quién votaba y dejaba que los demás se manejaran “con libertad”. Básicamente, en la casa de sus padres se transmitía información histórica pero no había discusiones.

Con su esposo la situación es diferente, hablan mucho de los temas políticos. “Nos preguntamos el uno al otro, ¿vos ves esto como lo veo yo o estoy loca?”, ejemplificó. De todas maneras, mantienen la independencia a la hora entrar al cuarto oscuro. “Nos contamos cuando llegamos a casa, pero no nos cuestionamos”, relató. En general suele haber muchas coincidencias y si no “cada uno explica por qué votó a tal candidato”. Para Graciela, si no fuera así “no estaría hace 35 años con la misma persona porque lo más insalvable en una pareja es una diferencia ideológica”. Apelando a sus dotes de profesora de psicología, aseguró que “después del enamoramiento, cuando uno empieza a ver las cosas que no le gustan del otro, esas diferencias se vuelven viscerales”.

Sus hijos “tienen otra línea política”, aunque comparten las miradas de fondo en temas como “la justicia social” o “la convicción democrática”. Cuando ninguno de ellos habla por su cuenta del tema político prefieren no preguntar para “no meterse”. “Yo brindé cuando ellos pudieron votar con 18 años porque yo no había podido hacerlo hasta los 26 por la (autodenominada Revolución) Libertadora”, explicó.

Informe: Sebastián Abrevaya.