Lunes, 17 de julio de 2006 | Hoy
Por José Natanson
La sucesión de guerras –del agua, del gas–, presidentes –Gonzalo Sánchez de Losada, Carlos Mesa, Eduardo Rodríguez–, crisis económicas y conflictos e inestabilidades de todo tipo hacen que, aún para el lector atento, sea bastante difícil seguir el día a día de la historia reciente de Bolivia. Aunque la rotunda victoria de Evo Morales en las elecciones presidenciales de diciembre pareció estabilizar el panorama, aún quedan algunos asuntos inmediatos por resolver, que en cualquier momento podrían convertirse en el germen de una nueva crisis: el futuro de las autonomías y los reclamos de la poderosa Santa Cruz, con su consiguiente discusión en la Asamblea Constituyente, es sólo uno de ellos.
La revolución de Evo Morales ofrece una panorámica completa sobre los episodios más recientes ocurridos en el país más pobre de Sudamérica. Escrito por Pablo Stefanoni, becario de Clacso y corresponsal de Página/12 en La Paz, y por Hervé Do Alto, historiador y politólogo, el libro narra con detalle los distintos acontecimientos que fueron marcando el ascenso de Morales, desde su humilde condición de pastor de llamas y trompetista, hasta convertirse en el primer presidente indígena de su país y en el símbolo, si no de la descolonización del Estado boliviano, al menos de la llegada al poder de amplias mayorías excluidas.
Pero, además de contar la historia, Stefanoni y Do Alto se ocupan de los principales temas de la realidad boliviana. En el comienzo del libro, el tema es el colapso de la clase política de la “democracia pactada”, cuyo fracaso consistió en perder el control de la situación y no poder sacar a la política de las calles (No es casual, en este sentido, que el libro más famoso de Fernando Calderón, uno de los más brillantes intelectuales bolivianos, se llame, precisamente La política en las calles). El capítulo sobre la coca es especialmente destacable. Allí se explican las ventajas de la coca sobre otros cultivos: es trabajo intensivo, requiere poca inversión inicial de capital, emplea indistintamente a hombres y mujeres, no necesita fertilizantes y produce tres cosechas al año. Es, como el café, un clásico cultivo de minifundio. Pero, al mismo tiempo, se matiza la entronización de la coca como “hoja divina” señalando que fue, durante muchos años, una herramienta que les permitió a los colonizadores maximizar la explotación de los indígenas. Finalmente, el libro analiza la articulación de los sindicatos cocaleros, base territorial del poder de Morales, y plantea los dilemas del MAS: la delicada intersección entre indianismo, marxismo y nacionalismo, ejes del discurso partidario, que es contingente y aún debe ser puesta a prueba.
Hay, desde luego, muchos interrogantes que quedan pendientes. ¿Cómo se resolverán las tensiones entre la base campesina e indígena del MAS, liderada por los movimientos cocaleros, y los intelectuales de izquierda más o menos reformistas, generalmente blancos y urbanos, referenciados en el vicepresidente García Linera? ¿Cómo se situará Morales en el escenario internacional? ¿En sintonía con Hugo Chávez y Fidel Castro u oscilando entre el caudillo venezolano y Brasil, en una suerte de reedición del péndulo boliviano? ¿Cómo resolverá Morales la falta de cuadros políticos y administrativos? ¿Cuál será el rol de las Fuerzas Armadas bolivianas, que, como corresponde a las fuerzas armadas de casi todos los países latinoamericanos, son reaccionarias y antidemocráticas? ¿El Ejército, que participó sonoramente en el acto de anuncio de la nacionalización del gas, es la institución adecuada para gestionar una empresa de semejante envergadura? A medio tono entre la crónica periodística y el análisis político, La revolución de Evo Morales responde algunas de estas preguntas y deja otras abiertas. Esto no invalida a un libro sólidamente fundamentado, en el que cada afirmación se apoya en un dato, una fuente, una cita. Podría objetarse, no obstante, una visión un tanto acrítica de algunos fenómenos y decisiones del gobierno de Morales, pero a favor de los autores hay que decir que siempre es difícil encontrar el punto justo entre la expectativa desmesurada y la esperanza razonable.
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