Domingo, 4 de marzo de 2012 | Hoy
SOCIEDAD › LAS NUEVAS TENDENCIAS EN TORNO DE LAS BICICLETAS
Las hay plegables, eléctricas, de bambú. Hay ciclistas que se juntan a recorrer la ciudad de a cientos los primeros domingos de cada mes. Y hay un taller popular para aprender a arreglarlas. La bicicleta se renueva. Los nuevos usos y el crecimiento imparable.
Por Soledad Vallejos
Será una vieja conocida, pero la bicicleta está renovada. Y va por más. Las formas, los materiales, los usos, las ideas, los públicos: en los últimos años, en torno de las dos ruedas empezó a transformarse casi todo, empezando por la forma de uso. Lo dicen fans y hacedores de nuevos hits: no es moda, sino una tendencia que recién empieza y cruza fronteras con la facilidad de un virus, especialmente en grandes ciudades. En tiempos de congestión vehicular y revalorización de lo sustentable, la bicicleta se vuelve menos sinónimo de vida sana y ejercicio que de solución de transporte urbano. Lo dicen ciclistas avezados, inventores de modelos modernísimos en proceso de incorporación al mercado y fabricantes tradicionales: del millón ochocientos mil nuevas unidades de producción nacional que se vendieron en Argentina el año pasado, un porcentaje creciente de bicicletas tiene por destino el trajín cotidiano. Ni más ni menos que ir y venir de casa al trabajo, quizás de ahí al bar, a algún otro lado, y nuevamente a casa para recomenzar el ciclo.
“Es el vehículo más vendido. De eso no hay dudas”, asevera rotundamente Néstor Sebastián, presidente de la Asociación de Ciclismo Urbano (ACU, www.acu.org.ar), que en sus quince años de existencia, dice, se ha convertido en “la memoria del ciclismo urbano en la ciudad de Buenos Aires”. Que la bicicleta es mucho más que un ejercicio bonito, dice, se empezó ver como uno de los efectos inmediatos de la crisis de 2001, tiempo después de que el abaratamiento de las importaciones hubiera producido “cambios tecnológicos en el parque de bicicletas del país y por eso un boom”. Con el fin de la convertibilidad, muchas de esas unidades se revelaron como soluciones de emergencia: “se transformaron con la gente que tuvo que bajarse del colectivo y subirse a la bicicleta”.
–¿Y después?
–Sucedió que el mejoramiento económico no hizo que mucha gente bajara de la bici. Porque mucha gente se apropió de esa forma de moverse que, evidentemente, es más económica. Creo que ese sería el principal tema: el dinero. Y la practicidad de no tener que esperar colectivos, hacer combinaciones...
Curiosamente, incorporar la bicicleta al día a día de la vida en la ciudad permitiría sustraerse a algo tan característico de la vida urbana como los ajetreos del sistema de transporte público. Sería ganar, por así decirlo, una independencia y un contacto con la calle que ningún otro medio de desplazamiento podría propiciar. Y la preferencia, que crece, que se expande con la facilidad del boca en boca, que tal vez sume al corrillo algún detalle de cómo podría el ciclismo diario mejorar también la calidad de vida, se vuelve visible en las pequeñas cosas. Sebastián jura y perjura que hay una prueba irrefutable: “Entrá a cualquier bicicletería y vas a ver que tenés buena onda. Eso es porque les está yendo bien”.
Desde Aldo Bonzi, las palabras de Marcelo Guido Petrucci fluyen a velocidad record por el teléfono. Como antes su abuelo, él preside la fábrica Aurora, una empresa familiar que lleva 56 años haciendo bicicletas y desde siempre tiene por hit a “la bicicleta para chicos, porque no es de juguete, sino una bicicleta de verdad, como la de los grandes”. Es el mismo Petrucci el que reconoce que la tradición, en un universo que podía pensarse estable hasta el fin de los tiempos, tuvo que adaptarse y sucumbir ante una moda fulminante: las bicicletas plegables. “No es un fenómeno argentino, ¿eh?, en la última feria (mundial de fabricantes de bicicletas), en Shanghai, el 60 por ciento de lo que se exponía eran bicicletas plegables. Y no son baratas, ¿eh?, vimos hasta de ocho mil dólares.”
Ahora van “detrás de los hechos”, dice Petrucci, pero en realidad su empresa había sabido tener en el catálogo desde 1966 un modo muy similar, al menos estéticamente, al que ahora causa furor. “Era más pesado, eso sí, y lo dejamos de hacer en 2002, pero hace dos años la relanzamos” con algunos cambios porque “empezaba a tener pedidos de ese tipo de producto”. La primera “cumplía el objetivo de ser plegable” pero resultó demasiado pesada porque tenía cuadro de acero. La siguiente, de aluminio, solucionó eso pero sumó otra arista a pulir: “era rodado 26, y aunque uno la pliegue, con la rueda no puede hacer nada”. La tercera, más pequeña, dio en el palo. “Y ahora, de los modelos para adultos, es el más vendido”, porque ronda los 10 kilos, se pliega, entra en un bolsito.
–En la fábrica, fui el primero en agarrar una. Obvio. Ya de chico había tenido, pero claro, esa no la doblabas ni con W40, era durísima. Pero ahora es más fácil. Y esos modelos se imponen porque para una ciudad es bárbara. Claro. Si no, con la cantidad de líos, piquetes, subtes parados, ni el taxi te soluciona eso. Por eso digo que la bicicleta en la ciudad, ahora, más que una moda es una necesidad.
“A la gente le cuesta entender a veces. Es como que falta la práctica de intercambio humanitario”, dice Nicolás, mientras a su alrededor las herramientas socializadas van y vienen en manos de personas que a él lo rebautizaron “Chino” y al lugar, “la Fabri”. Anochece a metros de la estación de Villa Urquiza y la Fabricicleta (lafabricicleta.com.ar) bulle porque es martes: hay cuadros dados vuelta sobre el piso, ruedas, un niño de once años paseando con una decena de cámaras como collares, piezas pequeñas, adultos, no tanto, chicas, chicos, algún perro que pasaba por ahí. Sucede que en martes, a estas horas, entre el fin de la tarde y la llegada de la cena se produce la magia: en lo que, tiempo atrás, funcionó una pizzería y luego recuperó la Asamblea del barrio, funciona el “taller de auto(bici)reparaciones” y “espacio de enseñanza, aprendizaje y socialización de saberes sobre velocípedos”. Los sábados entre las cuatro de la tarde y las ocho de la noche, cuentan aquí, el gentío es todavía mayor. Las escenas se repiten desde hace dos años.
Sentado al estaño donde funcionó el mostrador, Santiago, rastas cortitas y manga de tatuaje en un brazo, habla con este diario mientras responde preguntas a diestra y siniestra sin perder la concentración. “Es que a mí me adoptó un bicicletero cuando tenía 9 años”, explica para que se entienda que, a los 34, es suyo un taller dedicado a delikatessen de ciclistas con dinero y fabricantes que valoran lujos artesanales. “Vivo de estas cosas desde que tenía la edad de los chicos”, agrega, cuando ve pasar a Eduardo, con el collar de cámaras, y sus amigos, pequeños, inquietos y acostumbrados a vender lapiceras en el tren Mitre a todas las horas de todos los días excepto éstas, en que vienen al taller popular para aprender a armar las bicicletas propias.
Que todo el que trasponga el umbral “ayude a hacer o arreglar las bicis de sus compañeros, se involucre en una actividad colaborativa. Que participe, comparta. Cualquier duda, le puede preguntar a otro que esté ahí. Entre todos podemos resolver o aprender qué hacer”, dice el Chino que es el espíritu del lugar. Y en la entrada reciben tres bicicletas ruedas para arriba, en tren de resucitar gracias al revuelo de dueños y voluntarios bien dispuestos alrededor. Pasillo adentro, circula un mate inmenso y alguien avisa que “Sofi está buscando una llave francesa para arreglar la dirección”. A un lado, sigue la faena sobre otras tres, cuatro bicicletas; a unos metros, hacia el fondo que en realidad es a un costado, suenan enumeraciones de piezas, cuelgan cuadros y ruedas; descansan, en una estantería etiquetada con más paciencia que prolijidad, pedales, asientos, platos, masas, pies, V brakes. “Son cosas que va donando la gente que viene”, explica Nicolás.
Aquí, la veintena de chicos y chicas que integra el, por así decirlo, núcleo fundador, se conoció en alguna Masa Crítica, a la que siguen asistiendo (ver aparte); mantiene la página web y el blog, acerca donaciones, cuenta a profanos, recibe a los tímidos. También, supo darse un manifiesto de diez puntos que declara, entre otras cosas: “desarmando sus bicicletas las personas se conocen mejor, se predisponen a conocer mejor a los demás y al mundo”; “toda tarea del ser humano puede ser realizada sobre una máquina a pedal”; “condenamos las políticas obscenas e inescrupulosas que se impulsan en nombre de las bicicletas”. ¿Por qué, pregunta el profano? Sencillo: “amamos a las bicicletas sin distinción de marca, peso o material”.
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