Viernes, 7 de agosto de 2015 | Hoy
SOCIEDAD › OPINIóN
Por Esteban Rodríguez Alzueta *
En materia securitaria ha sido una década que se cerró con más preguntas que respuestas. Pero, ¿había margen para encarar procesos de reforma? No basta la prepotencia de trabajo y la voluntad; si no hay acuerdos políticos difícilmente puedan sustraerse esos temas de las coyunturas electorales y construir los tiempos largos que necesita tanto la reforma policial como la composición de políticas públicas multiagenciales para encarar los delitos. Más aún cuando los partidos de la oposición arrastraron la crisis de representación: si los representantes no representan, los sectores con puntos de vista distintos buscarán otras cajas de resonancia para canalizar sus problemas y hacerse escuchar. Y si la tapa de los diarios se la llevaba la inseguridad, entonces hablarían a través del miedo. La oposición tampoco se quedó atrás y empezó a manipular el dolor del otro. En ese punto, quedamos dando vuelta en el mismo surco: una oposición que hace política con la inseguridad no le dejará demasiado margen al funcionariado para ponerse en otro lugar, y ante cada “nueva ola” ofrecerá más policías, más penas y más cárcel. Esta dinámica nos ha dejado en una situación de inercia durante la década, empantanados en el coyunturalismo. De la misma manera que a la oposición le resulta más efectivo transformar el dolor en crítica que en construcción política; al Gobierno, sin aquellos acuerdos, le saldrá más barato –electoralmente hablando– acordar con las policías que encarar los procesos de reformas.
En segundo lugar, tanto las reformas como las políticas multiagenciales deben medirse con el imaginario conservador de la opinión pública, en donde seguridad es igual a policía y el delito está asociado a determinados grupos con determinados estilos de vida y pautas de consumo. De esa manera el problema no es el delito sino el miedo al delito vinculado con los jóvenes pobres urbanos que visten ropa deportiva cara y usan gorrita. Ese imaginario es una máquina de producir fantasmas y fantasías. La fantasía de la “prevención” está hecha a la medida del fantasma del “pibe chorro”.
Entonces, además de acuerdos políticos, se necesitan dar pequeños pasos sobre el sentido común, buscando construir nuevas expectativas. Es cierto que son muy pocos los pasos que se han dado, pero no estamos parados en la década del ’90. Primero hay que desactivar la máquina de producir fantasmas y fantasías, dar esta otra batalla cultural. No basta el deseo para hacer una reforma si el pueblo no lo comparte. Sacudir los estratos obsoletos de la sociedad implica armarse de paciencia, sabiendo que se avanza, repliega y retrocede todo el tiempo; pero que aun así, en tiempos de retroceso o estancamiento se pueden llegar a dar todavía grandes pasos.
* Docente e investigador de la UNQ. Autor de Temor y control. La gestión de la inseguridad como forma de gobierno. Miembro de la Campaña Nacional Contra la Violencia Institucional.
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