Domingo, 9 de agosto de 2015 | Hoy
Por Alfredo Zaiat
El contexto económico internacional no es favorable y pone bajo tensión variables clave de la economía doméstica. Frente a este escenario, diferente al vigente en los últimos años, ha empezado a desplegarse la controversia sobre cuál debería ser el sendero de la política económica, debate agudizado por el cambio en la conducción de gobierno a partir del 10 de diciembre. El análisis convencional dice que el nivel del gasto público se acomodó a una situación de bonanza externa que hoy no existe. La propuesta entonces es reducirlo con el conocido ajuste fiscal y, de esa forma, adaptarlo a la nueva situación externa de caída de los precios de las materias primas y perspectiva de suba de la tasa de interés en Estados Unidos. Como saben que hoy no es aceptable en términos políticos formular abiertamente la reducción del gasto público, postulan que ese sacrificio se justifica tras el objetivo de evitar un mal mayor expresado en una crisis económica general. Lo que no dicen es que la crisis irrumpirá precisamente si se disminuye el gasto público.
La Fundación de Investigaciones Económicas Latinoamericanas (FIEL), usina importante del pensamiento económico del establishment, lo expresa sin la inhibición electoral que exhiben las fuerzas políticas conservadoras: “Es notorio el deterioro que se observa en las cuentas fiscales y externas. La continuidad del modelo económico actual no es posible porque el gasto interno se adecuó a condiciones externas que hoy no están disponibles. Las promesas electorales de mayor bienestar sólo pueden cumplirse si se modifica drásticamente el modelo populista”, sentencia en su último informe. Luego de reconocer que la economía crecerá este año (“la mejora en los indicadores de actividad de los últimos meses probablemente permita evitar una caída del producto bruto”) y que se ha desacelerado el aumento de precios (“descenso de más de 10 puntos en la tasa de inflación real”), Daniel Artana, economista de FIEL, advierte que “el gasto estatal y el costo laboral del sector privado formal, medidos en dólares, no son más financiables por un sector transable golpeado por la crisis de Brasil y los menores precios de las commodities”.
El ajuste fiscal y monetario es la propuesta de la ortodoxia y la heterodoxia conservadora frente al shock externo negativo. Otra vez, como si no hubiesen aprendido de traumáticas experiencias pasadas, invitan a la sociedad a transitar hacia una crisis. Lo hacen con la habilidad de quienes saben confundir: dicen que la economía está en crisis y que para salir de ella se debe aplicar un ajuste. Pero en realidad el ajuste sumergiría a la economía en la crisis. Con más o menos énfasis, con mayor o menor capacidad de distracción discursiva, gran parte de los economistas que participan públicamente en ese debate cotidiano, proponen enfrentar el desfavorable contexto internacional con la política fiscal. La orientación de esa estrategia es contractiva por el lado de plantear la disminución de subsidios a los servicios públicos o la de establecer una pauta del gasto público por debajo de la evolución de los ingresos impositivos. La promesa es que de esa forma se estaría en mejores condiciones de abordar las tensiones monetarias y cambiarias evitando una crisis.
La línea argumental es que la política fiscal es el principal canal de trasmisión para provocar una crisis económica doméstica. Y que el sector externo sólo la acelera. Aunque no es habitual en esta controversia dominada por el dogma fiscal, existe una corriente interpretativa diferente que invierte la causalidad de los fundamentos. En el documento “Las tasas de interés, las condiciones de las crisis comerciales y de divisas: ¿Estamos al borde de una nueva crisis en la periferia?”, los economistas Nathaniel Cline y Matías Vernengo explican que “en lugar de centrarse en las cuentas fiscales nacionales, nuestro enfoque sugiere que se debe prestar una mayor atención a la estructura de las cuentas corriente y de capital”. Para ello indican que se debe implementar medidas para controlar los flujos de capitales y los costos de endeudamiento, así como impulsar políticas nacionales que mejoren el saldo comercial entre importaciones y exportaciones. “Son medidas que pueden ser más exitosas para evitar crisis”, afirman. Ejemplifican con la crisis en la Eurozona periférica, especialmente con el caso de Grecia, donde el déficit externo provocó el déficit fiscal y, por lo tanto, “el enfoque de austeridad es tanto peligroso como fuera de lugar” para esas economías. Los shocks externos por problemas estructurales de la balanza de pagos, generados por disminución de los precios de las materias primas de exportación y/o el alza de la tasa de interés internacional, no deberían ser abordados como una cuestión fiscal para justificar el ajuste tradicional. “Las medidas de austeridad, de hecho, no han llevado necesariamente a una mayor estabilidad y a ratios de deuda/PBI en declive, especialmente en la Europa periférica”, indican Cline y Vernengo.
Si bien el sector externo es desfavorable, en comparación con situaciones pasadas similares, la economía argentina está en mejores condiciones relativas para administrar el shock negativo sobre la balanza de pagos. Además de que el nivel de la demanda de commodities se mantiene estable aunque a precios menores y de que la tasa internacional subirá pero seguirá en niveles muy bajos, la relación stock de deuda/exportaciones y, más específicamente, vencimiento de intereses y capital de deuda/exportaciones es bastante más aliviado que el existente en otros períodos de tensión. También “las reservas internacionales de los países en desarrollo se encuentran en un nivel alto en términos históricos”, lo que provee “protección contra una crisis monetaria”, afirman Cline y Vernengo. Otro factor que alivia las tensiones es que el sistema financiero no está dolarizado como antes del estallido de la convertibilidad y hoy esta solvente, capitalizado y con una morosidad muy baja. La mejor posición relativa no significa que no existan las tensiones externas ni que no haya corridas especulativas contra la moneda doméstica. Lo que brinda es mayores márgenes para enfrentar el impacto negativo proveniente del sector externo sin caer en la trampa de la ortodoxia del ajuste fiscal.
No deja de ser un comportamiento llamativo que quienes durante años explicaron exclusivamente por el denominado “viento de cola” el crecimiento sostenido de la economía argentina, ahora no consideran como un factor restrictivo para el nivel de actividad el “viento en contra”. Lo mencionan para insistir con la necesidad del ajuste eludiendo así que el impacto negativo del actual contexto internacional desfavorable desnuda que “la razón principal del subdesarrollo se encuentra en las deficiencias de su estructura productiva, raíz de la restricción externa”, y no en las cuentas fiscales, señala el último informe “Coyuntura y Desarrollo” de la Fundación de Investigaciones para el Desarrollo (FIDE). Para agregar que “cabe subrayar la importancia decisiva que tiene el intercambio desigual con el exterior como razón causal de las tendencias vigentes en la acumulación de capital en el presente, predominantemente adversas a los países en vías de industrialización. Dicho en otros términos, bajo la restricción externa como fenómeno estructural de largo plazo, se encubre el proceso internacional de concentración del capital generado por el intercambio desigual”.
La clave entonces para abordar el actual escenario económico no pasa por reducir el gasto público ni aplicar una brusca devaluación para enfrentar las actuales tensiones provenientes del sector externo, porque ese camino sólo convocaría a una crisis, sino que invita a sostener una pujante demanda agregada (gasto público y consumo privado) para inducir el aumento de la inversión, mientras se instrumentan cambios estructurales en la economía para aliviar la restricción externa.
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