Domingo, 21 de enero de 2007 | Hoy
SOCIEDAD › HACE 70 AÑOS QUE VIVE EN ESTA CIUDAD Y 22 QUE ADMINISTRA UN CAMPING
Rosemarie Gesell eligió de niña su destino: junto a uno de sus cinco hermanos acompañó a su papá, don Carlos Gesell, en la fundación de la villa. “Lo mío también es fundacional”, dice.
Por Carlos Rodríguez
Desde Villa Gesell
“En marzo de 1931, mi papá comenzó con la idea de comprar tierras en esta zona y al poco tiempo mi mamá quedó embarazada de mí. Yo nací en enero de 1932. Esto significa que mi gestación y la de Villa Gesell son casi de la misma fecha. Eso significa que lo mío es fundacional.” Rosemarie Gesell, hija de don Carlos Gesell, el fundador de esta ciudad balnearia, se ríe de buena gana cuando, en diálogo con Página/12, recuerda los primeros años de su infancia, al lado de su padre y de Bubi, uno de sus cinco hermanos, en una zona desierta, desolada, donde ella se crió “en contacto con la naturaleza, descalza, aprendiendo a leer y escribir porque nos enseñaba mi padre, sin maestros, sin escuelas en esos primeros años. Me iba a los médanos, los días feos, para sentir el viento en la cara. La vida acá, en invierno sobre todo, podía ser muy dura, pero a mí siempre me gustó porque soy salvaje. Nunca podría veranear en un hotel con jacuzzi.” Esta mujer, que el jueves cumplió 75 años, asegura que “a veces es difícil ser Gesell porque la gente habla de papá y me mira como diciendo ‘¿y vos qué hiciste?’. Nadie tiene en cuenta que yo también fui una pionera”.
Hijo de inmigrantes alemanes, Carlos Gesell nació en Buenos Aires el 11 de marzo de 1891 y tuvo seis hijos, tres varones y tres mujeres. Cuando se separó de su primera esposa, Marta Tomys (ver recuadro), cuatro de los hijos del matrimonio se quedaron con la madre, en Buenos Aires, mientras que Rosemarie y su hermano mayor, Bubi, siguieron la aventura de su padre. “De todos mis hermanos, yo soy la más compenetrada con Gesell. Mi papá compró diez kilómetros de frente de playa, un terreno de 1680 hectáreas que no era terreno, era un arenal.” El lugar, que todavía no llevaba el apellido paterno, estaba en medio de una zona de médanos vivos que se movían al compás del viento y que se extendía desde Punta Rasa hasta Mar Chiquita.
“Mi papá ha sido una persona muy interesante. Una persona de una gran corrección y de una gran creatividad. Había estudiado y vivido en Estados Unidos. Era un gran admirador del progreso y de la tecnología. Su ídolo era Henry Ford y había tenido un acercamiento a su obra porque había visitado la fábrica de automóviles en los Estados Unidos. También fue un inventor. Tenía patentados un montón de inventos. El primero había sido la invención de unas planchas metálicas anticorrosivas para embarcaciones. Su inventiva le hizo ganar una beca con la que recorrió Estados Unidos y conoció sus industrias. El viaje se interrumpió cuando estalló la Primera Guerra Mundial, en 1914, y se tuvo que volver a la Argentina.”
En esos años, Carlos Gesell trabajó junto a su padre, Silvio, en Casa Gesell, una empresa que primero se dedicaba a la importación de materiales para la medicina y que luego se convirtió en una fábrica de ropa para niños. “Fue la más grande y famosa de Sudamérica en su tiempo y ésa fue también una creación de mi papá, que convenció a mi abuelo para cambiar de rubro.” La idea de comprar los campos movedizos frente al mar surgió de un viaje a Mar del Plata, donde Carlos Gesell tomó contacto con el empresario Carlos Guerrero, que le contó que estaba realizando una trabajo de forestación en lo que hoy es Cariló. “Guerrero fue el que le comentó a mi papá que se vendían terrenos en esta zona. También le dijo que en Cariló crecían muy bien los pinos y cuando llegamos a lo que hoy es Villa Gesell, mi papá empezó a sembrar pinos, pero fue un fracaso. Se morían. Pasó tiempo hasta que encontró la fórmula para hacer crecer las acacias y a partir de allí comenzó el trabajo de forestación para fijar los médanos. En Cariló plantaban árboles sobre tierra, campo adentro. Acá se tuvo que trabajar al lado del mar y fue mucho más dificultoso”.
Tal vez por eso, Rosemarie Gesell vive en una casa que se llama El Acacial y que está muy cerca de Mar de las Pampas, en medio de los médanos. Su actividad, desde hace 22 años, es ser la responsable, junto con sus dos hijas, de dos campings situados sobre una ruta que sigue sin ser asfaltada. “A mí me sigue gustando el viento, el médano, la playa desierta, en invierno, sin nadie. En verano yo ni me asomo a la playa. Hoy no se puede disfrutar como antes. Aunque pueda sonar antipático, yo me siento invadida cuando todo se llena de gente.” Aclara que comparte muchas cosas con sus hijas, pero “cada una en su casa, para mantener la paz. La familia unida, pero no tanto”, dice, mientras se vuelve a reír con ganas. Su rostro, de bellas facciones, muestra con orgullo un tono dorado y arrugas que tienen la orden al mérito de haber vivido de cara al viento marino.
“Cuando llegamos a lo que hoy es Gesell, los campos llegaban hasta cinco cuadras del mar. Lo primero que hizo mi papá fue hacer la casa para la gente que tenía que venir a trabajar con él. En el médano vivo la hizo. Tenía cuatro puertas, una en cada dirección. De esa forma sabía que por alguna ibas a poder salir, porque los médanos las tapaban y era imposible abrirlas”. La segunda casa la hicieron frente al mar y hoy es un museo donde se recrea toda la vida de la familia. “Mi papá invirtió acá cifras astronómicas. Claro que él tenía un buen pasar, porque la Casa Gesell daba mucho dinero. En los años 1931, 1932, en plena depresión económica, él tenía mucho dinero, y por esa misma razón se podría haber quedado en Buenos Aires, pero él tenía un espíritu aventurero. El se jugó todo, retiró el dinero que le correspondía de la Casa Gesell y se vino para acá.”
“Era muy difícil soportar el estar acá. En esa época no había caminos, tenías que andar por el medio del barro. No es como ahora, que encima la gente se queja por el pavimento roto (en este punto su voz adquiere un tono abiertamente burlón). Esto era para gente con sangre en las venas, no para cualquiera. Los primeros turistas que llegaban tuvieron que sortear todas las dificultades. Los primeros hoteles eran sencillitos, no como ahora que si no hay jacuzzi no vienen (otra vez se ríe). Era otro tipo de gente. A mí me gusta más esa gente. Me gusta la gente de camping porque tiene un poco de espíritu de aventura. Nunca estaría en un hotel.”
Sentada sobre un tronco, dice que siente que “el espíritu” de su padre “anda por acá”. Don Carlos Gesell, afirma, “quería algo así, salvaje, libre, para vivir de forma sencilla”. Asegura que “ésa fue la esencia de Villa Gesell y yo la mantengo. Yo vivo acá todo el año, cuando no hay nadie, cuando los álamos pierden las hojas. Todo es hermoso. Ser una Gesell es una responsabilidad. Todos me dicen: ‘Ay, todo lo que hizo tu papá’ y parecen preguntar ‘¿Y vos qué hiciste?’. Yo fui pionera de las excursiones al faro cuando nadie sabía que existía el faro. Con 25 años, cuando no había más que caracoles y una huella de nada. Diez años como guía. Y toda mi niñez junto a papá. Yo también tengo que ver con la historia de Villa Gesell”.
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