Domingo, 21 de enero de 2007 | Hoy
EL PAíS › GLADYS CABEZAS, HERMANA DE JOSE LUIS
La hermana del fotógrafo asesinado asegura que a diez años del crimen no sabe cuáles fueron los motivos. Cuenta sus impresiones sobre la libertad de los acusados y sus entrevistas con los horneros.
Por Laura Vales
Gladys Cabezas pide disculpas: los plomeros acaban de dejar hecha un desastre su casa, un departamento del barrio del Congreso donde recibe a Página/12 en el único lugar que se salvó de los trabajos de picado y soplete, un pequeño living de paredes amarillas en el que apenas cabe una mesa y dos sillas. De un cuarto contiguo llega música: es la hija adolescente que está con una amiga. Esta es la casa de una familia de clase media, sin lujos a la vista, pero en la que todos están acostumbrados al despliegue de cámaras y a los reportajes. Hace diez años, cuando mataron a su hermano, Gladys era docente y madre de tres hijos chicos. Todo cambiaría desde entonces: para poder ocuparse del caso dejó la escuela y convirtió su casa en un centro de operaciones, en el que sus chicos aprendieron obligadamente a leer pericias y transcribir expedientes. Ahora la calma parece haberse restablecido. “Tratamos de seguir nuestra vida, pese al dolor y a la bronca que sentimos porque los autores del asesinato están en libertad”, dice. Y realmente, todo en ella lo transmite. Ofrece un vaso de gaseosa para sobrellevar el calor de este enero.
–Hoy casi todos los acusados libres, ¿sirvió el proceso judicial?
–Sirvió para saber quiénes fueron los asesinos de José Luis. Pudimos conocer quiénes lo mataron, saber que actuaron policías, que hubo una mafia. Pero hay algo que nunca me quedó claro.
–¿Qué le falta saber?
–Por qué lo mataron, el motivo. Creo que nadie mata por una fotografía.
Lo dice sin dejarse arrastrar por la emoción. Habrá hablado de esto tantas veces que ya puede contarlo sin que la voz le tiemble. En el mismo tono calmo –y sin embargo duro– critica las excarcelaciones: “Los asesinos no tienen la culpa de estar libres, la culpa es de los jueces que les rebajaron las condenas, y de la Corte Suprema que no se expide (la Cámara de Casación bonaerense rebajó las penas a los horneros y Gregorio Ríos, y la Corte Suprema de la provincia lleva tres años sin resolver la apelación). Por alguna razón los jueces no firman, no quieren firmar.”
–Si la Corte ratificara la condena de primera instancia, ¿ellos volverían a prisión?
–Sí, porque no cumplieron su pena, estuvieron presos sólo ocho años. Pero son personajes con una protección tremenda. Cuando Gregorio Ríos quedó en libertad, por ejemplo, al Patronato de Liberados no le avisaron. No sabían nada, ni siquiera que tenía trabajo.
–¿Está trabajando?
–Tiene autorización para salir de su casa a trabajar; cuando lo soltaron había recibido dos ofertas.
–¿De quiénes?
–No se dio a conocer. Acá hay mucha plata de por medio, y jueces que dejan mucho que desear.
–Su mamá tiene dudas sobre si Yabrán está muerto, ¿y usted?
–Yo creo que sí, que Yabrán está muerto, porque era parte de una mafia y como en toda mafia si te sueltan la mano te tenés que matar o matan a tus personas queridas. Es cierto que a él Menem lo recibía en la presidencia, pero en algún momento le soltaron la mano.
–Usted se entrevistó con los horneros. ¿Cómo fue?
–Nada... Me contaron cómo lo habían matado a José Luis, que lo habían agarrado, que fue (Gustavo) Prellezo el que lo mató, que aunque ellos participaron, en ningún momento les dijeron que había que matarlo, que era para darle un susto... el susto era llevar kerosén en el auto, no sé qué clase de susto, pero bueno, es lo que ellos dijeron.
–Es la versión que dieron en el juicio oral.
–Sí, con un abogado defensor que los acusaba: “Fueron ellos, fueron ellos”.
–También se reunió con la hermana de Yabrán.
–Para una entrevista, pero fue como robarle caramelos a los chicos, ¿qué me podía decir?
–De todas maneras, ninguna de las dos cosas debió ser fácil.
–Quería saber por qué habían matado a José Luis. Si me hubiesen dicho “tenés que ir a hablar con Yabrán” lo hubiera hecho, si me hubiesen dicho “no fuimos” y me hubieran dado cualquier pista, la seguía.
Como todos los que se enfrentan a una muerte injusta, Gladys necesitó entender qué había pasado. Dudaba de todo, cuenta: hasta que no le llevaron una copia de la autopsia, veía a su hermano caminando por la calle, para ella no lo habían matado.
Se metió en la investigación a fondo. Al año ya había dejado la docencia para dedicarse al juicio. “Mis hijos eran chicos, pero vivieron todo. Yo traía los expedientes a casa, los leían conmigo, porque al principio como no nos prestaban el expediente teníamos que grabarlo, llegar a casa y desgrabar. Que vinieran a hacer notas... Me acuerdo que un día los chicos me dijeron “basta, mamá, por favor, que no suene más el teléfono, que no venga nadie más”, porque ya era como una invasión, con la casa siempre llena de gente. Yo tomé todo como algo que tenía que hacer, pero a ellos les costó. Un día llegué a casa desde Dolores, estaba lavando los platos y el más grande, que entonces tenía 16, me quiso decir algo, yo no le di mucha bolilla. “Mamá, me echaron del colegio”, me dice. Era mentira, algo que dijo para que lo escuchara. Ellos sufrieron no tener a la madre; pero bueno, también los hizo personas más completas.
–¿Qué edad tienen hoy?
–Uno de 26, que ya se casó; otro de 19 y la nena de 16.
–Pocos casos como el de Cabezas generaron tanta movilización y cobertura en los medios y sin embargo los condenados eludieron cumplir sus condenas. ¿Se pregunta qué hacer?
–No sabemos qué más, mis viejos dos por tres están yendo a hablar a tribunales, ya no los quieren ni atender... No creo que ya dependa mucho de nosotros.
–Todo lo que pasó y sigue pasando con su hermano, ¿no es un espejo del país?
–Es difícil un país así, pero bueno, hay que atacarlos, porque son como una enfermedad: si no la atacás, la enfermedad te come. Ellos hacen lo que hacen para decir “acá estamos”, como con Gerez y con López.
–¿Ve continuidades con la desaparición de López?
–Creo que lo de José Luis vino de todo un proceso, la forma en que lo mataron, que lo esposaron, que lo privaron de la libertad, que fueron policías... No hay que olvidarse de que Gregorio Ríos participó en la dictadura... me parece que fue más de lo mismo. Hubo una sociedad entre mafia, civiles como los horneros y policía, la Policía Bonaerense que según el gobernador Eduardo Duhalde era la mejor policía.
–¿Y esa policía cambió en estos diez años?
–No creo que todos los policías sean iguales. En el trabajo tengo compañeros que son policías, y no creo que sean todos iguales. Es la vida: uno puede ser buen médico o mal médico.
–Usted trabaja en la Secretaría de Derechos Humanos, ¿no es así?
–Sí.
–¿Qué hace?
–Me ocupo de la recepción de denuncias.
–¿Le genera contradicciones trabajar para el Estado y al mismo tiempo ser víctima de la impunidad generada por el mismo?
–Desde la secretaría puedo pelear, puedo hacer cosas, por los otros y por mí. Estar ahí me ayuda, porque tengo contacto con la realidad, hay que contener a la gente, saber qué decirles... el tema de que te saquen la vida es muy fuerte, porque a la vida la da o la saca Dios. A nosotros, cuando nos tocó, estuvimos un poco solos, nos llevó tiempo encontrarnos con otros familiares. Me acuerdo que a los papás de Bordón los conocí en el primer aniversario de José Luis. Hicimos un acto y la mamá me pasó una cartita, así nos fuimos conectando, ya había pasado un año. Venían con desesperación y uno que ya había trabajado todo un año sabía las trampas y las cosas, podía ayudar. Esa experiencia vale.
–¿Hubo responsables del crimen no investigados?
–Sí, supongo; no me pregunte quiénes. Pienso que en el momento del crimen, en la cava hubo mucha más gente, pero no se supo o no lo quisieron investigar, o lo supieron y no lo volcaron al expediente. No sé si hubo una pelea entre Menem y Duhalde, entre Duhalde y Yabrán, pero creo, como les dije, que nadie mata a otro por una foto. Eso es algo que José Luis se llevó a la tumba.
“Muchos cuestionaron que me haya ido. Y yo misma me sigo preguntando si no fue una decisión equivocada”, le dijo esta semana a la revista Noticias Cristina Robledo, la mujer de José Luis Cabezas. Desde España, donde se mudó hace ya casi siete años con su hija Candela, Cristina aseguró que resolvió irse de la Argentina por la nena, a la que quiso darle una vida normal. “Quise evitar que ella crezca en el odio”, definió. Candela ya cumplió diez años y habla el catalán a la perfección. Lo aprendió en la escuela, como lengua principal. Ella y su mamá vivieron inicialmente en Barcelona, y desde hace seis meses residen en las Islas Canarias. La viuda de José Luis Cabezas no oculta su impotencia por la impunidad que hoy volvió a teñir el caso: “La justicia no existe en la Argentina”, considera. Por ahora no tiene planes de volver al país.
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