Domingo, 21 de enero de 2007 | Hoy
EL MUNDO › ESCENARIO
Por Santiago O’Donnell
No hace mucho un político ateo me dijo, a modo de confesión, que en la Argentina hay que ser católico para hacer política. Me lo dijo en su despacho cuando le pregunté sorprendido por una foto enmarcada colgada sobre su escritorio que lo mostraba recibiendo la bendición papal.
La necesidad política de estar bien con Dios en un continente donde más del 90 por ciento de la población se declara cristiana no conoce ideologías. Hasta Fidel besó el anillo del Papa.
Lo novedoso es que la influencia de la religión en las políticas de gobierno ya no es sólo patrimonio de los Bush, los ayatolás y los imitadores de Francisco Franco. La nueva generación de políticos de centroizquierda que hoy ocupa la cima del poder regional, esos líderes modernos, progres, socialistas, también incorporan el lenguaje religioso a su discurso político. Hoy el cristianismo católico forma parte del “Socialismo Siglo XXI” que Chávez busca imponer en Venezuela, es el motor de la revolución alfarista-bolivariana que plantea Rafael Correa en Ecuador, articula la alianza entre sandinistas y ex contras en Nicaragua, y aglutina a la oposición en Paraguay y Misiones.
Todos usan a la religión como herramienta política, pero parten desde distintos lugares y se plantean distintos objetivos. Ortega la usa para acercarse a la jerarquía eclesiástica, tan conservadora como en el resto de la región. Chávez hace al revés: salpica sus discursos con citas bíblicas, pero para pelearse con la Iglesia de su país. Los hoy ex obispos Joaquín Piña (Corrientes) y Fernando Lugo (Paraguay) hacen valer el capital moral acumulado durante su paso por la Iglesia para lograr transformaciones políticas, pero lo hacen a costa de su relación con la institución que los formó.
En política, como todos sabemos, nada es casual. La nueva izquierda religiosa aparece en un momento de deterioro progresivo de la autoridad moral, y por consiguiente de la influencia política, del Vaticano en el mundo. Esto se combina con el auge de movimientos integristas y nacionalistas dentro de la Iglesia, como la congregación del Verbo Encarnado en Argentina, los Sodaliscos en Perú y las Milicias de Cristo en México, que empujan a la jerarquía eclesiástica latinoamericana hacia la derecha y abren un espacio para los movimientos cristianos de base que cuestionan las políticas del Vaticano.
También se da en un tiempo de crisis de representatividad de los partidos políticos tradicionales y sus punteros barriales. En muchos casos los curas villeros y rurales han sabido llenar el vacío a partir de su inserción en los movimientos sociales en los que se apoyan los gobernantes de la región.
¿Se viene un revival de la Teología de la Liberación? No hay que sacar conclusiones apresuradas, advierte el presbítero Eduardo de la Serna, referente del movimiento en la Argentina.
“Es curioso: este Gobierno que se dice progresista no tiene relación con los sectores progresistas de la Iglesia. En algún momento se habló del nombramiento de un jesuita, Juan Luis Moyano, como capellán de la Casa Rosada, pero Moyano falleció y al final no pasó nada. En Venezuela me han dicho que Chávez tampoco tiene relación con los movimientos católicos de base. En Nicaragua, Ortega a lo mejor ha evaluado que la Iglesia contribuyó a su caída en los ’80 y quiere evitar que ahora le pase lo mismo. Habrá que esperar a ver qué pasa”, me dijo De la Serna.
Pero algo está pasando y el cura teólogo lo percibe.
“Hay señales positivas: Evo Morales ha tenido contactos con la Teología de la Liberación. Hace poco estuve en Chiapas y me sorprendió el fervor católico de los zapatistas. En Ecuador han surgido obispos interesantes y me gustó lo que dijo Correa al asumir: que no tiene problemas en dialogar con el partido de Noboa, pero que no hablará con Noboa porque explota a niños e indios en sus fincas.”
¿Pero qué está pasando?
“Decir que la Teología de la Liberación está muerta es una expresión de deseos de quienes necesitaban identificarla con la cortina de hierro. Lo que está pasando es que la Iglesia ha perdido el poder que cree que tiene, mientras los emperadores del mundo se sienten cada vez más cómodos en el Vaticano: al entierro del Papa fueron Clinton y Bush. La gran herencia de la Iglesia del Proceso y la del menemismo es que la Iglesia argentina perdió legitimidad. En cambio nadie puede negar que los curas están en los barrios con la gente. Van donde no quiere ir nadie y tienen más contacto con la realidad que la mayoría de los políticos. Mi parroquia está en Solano y acá nunca vi un puntero, nunca vi una unidad básica, aunque cuando vengan las elecciones seguramente aparecerán. El cura de barrio sí existe. Si ese cura se presentara en algo, a lo mejor sacaría más votos que un puntero. Lo de Piña puede pasar porque era un flor de obispo, un obispo creíble, cercano a la gente.”
Es un error, dice De la Serna, emparentar la Teología de la Liberación con alguna ideología determinada.
“El movimiento no es hijo de ninguna de las dos ilustraciones, ni de la liberal ni de la marxista. Juan Pablo II utilizaba categorías de pensamiento marxistas en sus escritos y eso no lo hacía un teólogo de la liberación ni mucho menos. Y muchos se sorprendieron cuando marxistas y católicos se unieron para hacer la revolución sandinista en Nicaragua. La Teología de la Liberación parte de la praxis, no del escritorio. De la praxis de opresión y necesidad de praxis de liberación. El indígena o campesino oprimido no va a hacer lo mismo en Colombia que en Uruguay. El objetivo principal es liberar al pobre. El negro, el indígena, la mujer entran en la categoría bíblica del pobre. Cada lugar tiene sus propias experiencias de opresión y liberación.”
Este sí que es un opio que da gusto fumar.
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