Domingo, 21 de enero de 2007 | Hoy
Las elecciones presidenciales francesas son un gran teatro político con muchos aspirantes pero un final reservado para dos: Sarkozy y Royal. El primero pegó un salto en las encuestas y ya se ve ganador.
Por Eduardo Febbro
Desde París
Cuarenta postulantes en la lista de quienes aspiran al sillón presidencial en las elecciones del 22 de abril, dos que representan las corrientes históricas de las opciones políticas del país, la izquierda y la derecha, comunistas, extremaizquierda, ultraderecha, ecologistas, centristas, defensores de la caza, militantes contra los impuestos excesivos o las multas a las infracciones automovilísticas, soñadores de un mundo sin autos o sin aviones, moralizadores de toda índole y hasta un cómico, las elecciones presidenciales francesas son un gran teatro político con muchos aspirantes pero cuya escena final está reservada a muy pocos.
De los 40 que suenan sólo un puñado obtendrá las 500.000 firmas necesarias para presentarse a la incertidumbre de las urnas. De los ya confirmados, dos, un hombre y una mujer, Nicolas Sarkozy y Ségolène Royal, un conservador liberal y una socialista, acaparan toda la atención. Como nunca antes, Sarkozy y Royal suman el 60% de las intenciones de voto para la primera vuelta de la consulta suprema. El resto de los pretendientes seguros pasan casi inadvertidos, absorbidos por la novedad, por la ruptura del rito que siempre enfrentaba entre sí a candidatos masculinos y por las peripecias novelescas que han empapado la campaña. Ambos derrotaron a todos sus rivales en la interna de sus respectivos partidos, se presentan por primera vez a una elección presidencial, son jóvenes y representan una ruptura generacional en un universo político marcado por la gerontocracia. El primero promete una “ruptura tranquila” y la segunda “un orden justo”.
Después de haber ocupado la cima de los sondeos de opinión con una constancia cuya interpretación agotó las neuronas de los analistas, la socialista Ségolène Royal perdió esta semana el beneficio de la victoria anunciada. El ingreso oficial de Nicolas Sarkozy en la campaña, falsas acusaciones de fraude fiscal, desacuerdos sobre la manera de conducir la campaña, choques públicos sobre algunas propuestas de gobierno con su compañero y Primer Secretario del PS, François Hollande, y una impresión de repentina fragilidad rompieron la dinámica que había mantenido a Ségolène Royal en la órbita más alta de las preferencias. Nicolas Sarkozy, que no emite comentarios sobre su rival, dijo esta semana: “Me siento mejor que nunca”. Los adversarios políticos de la candidata socialista deben leer con pausada delicia los comentarios de la prensa y los índices de popularidad, hoy favorables a Nicolas Sarkozy en un margen de cuatro puntos. Poco se habla de política y mucho de matrimonio. Las desavenencias político-conyugales de la pareja socialista han trastornado el juego político y llenado las columnas de los diarios con retratos a menudo burlones y asesinos. Cuentan que en la universidad donde Ségolène Royal y François Hollande se conocieron aún hay un banco que lleva una inscripción que dice:“Ségolène+François+François+Ségolène”. Pero esa suma se volvió una resta que dejó dos víctimas por el camino: el porcentaje de los sondeos y Arnaud Montebourg, portavoz de la campaña de Ségolène Royal. El miércoles pasado, cuando un periodista le preguntó al portavoz cuál era el principal problema de Ségolène Royal, Arnaud Montebourg respondió: “El único defecto de Royal es su compañero”. La sanción llegó a la mañana siguiente: el portavoz fue suspendido por un mes de sus funciones.
Pero ocurre que ese “defecto” es el jefe del partido que eligió a Ségolène Royal, es el padre de sus cuatro hijos y había apostado a ser el candidato. En vez de aparecer unidos y ofrecer una síntesis de sus tendencias internas, los socialistas se presentan en dos clanes: el de la candidata y del partido. El oficialismo socialista critica públicamente la independencia de su representante, se burla con cierta condescendencia del estilo que le imprime a su campaña, es decir, la ausencia los mítines tradicionales, esas misas acaloradas donde un candidato repite hasta la saciedad sus ideas ante un público que sólo escucha y aplaude. Royal, en cambio, asumió otro enfoque, más modesto, que ella misma calificó de “participativo”. Se trata de una fase de desplazamientos por el país en la que se organizan encuentros-debates con los electores. La mujer defiende su método contra todos: “Mi fuerza es mi libertad, mi diferencia es mi talismán”. El viernes, en el curso de un desplazamiento en el norte de Francia, Royal repitió la necesidad de mantener el rumbo: “Es una condición esencial de la credibilidad de la palabra. Por ello no renunciaré a esta opción y le acordaré el tiempo necesario”.
Si bien es cierto que ese estilo permite al elector hacer preguntas directas al candidato, expresarse y contar su propia historia, el PS ve en ese método un eslabón débil porque no autoriza la transmisión de un mensaje repetitivo a la vez que mantiene en un estado borroso la exposición del programa y pone en el primer plano y de forma exclusiva a la candidata. Falta, en suma, la comunicación del principio director, la fuerza y la convicción de una intención respaldada por un aparato. Pero Royal insiste en decir que esa fase es indispensable y que, recién cuando concluya, se presentará una plataforma electoral. Nicolas Sarkozy le ganó en ese ámbito de la afirmación y la proyección de sus ideas. El exitoso mitin en el que fue designado candidato a las elecciones de abril y mayo por 98,1% de los militantes de la UMP inscriptos para votar y el hecho de que sus rivales más declarados, principalmente el primer ministro, Dominique de Villepin, hayan abdicado, lo propulsaron como alguien capaz de transmitir ideas y mandar en su campo. Sarkozy reconoce que nada de lo que realizó es improvisado, que lleva cuatro años y medio preparando este momento. Sus ambiciones presidenciales son conocidas. Una vez, cuando se le preguntó si se le ocurría pensar en ser presidente, Sarkozy respondió: “Lo pienso cada mañana cuando me afeito”.
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