Domingo, 2 de junio de 2013 | Hoy
Hace seis, siete años, “mi hermano iba a hacer vino, y al principio yo también, pero después preferí que no, porque genera mucho olor. Para hacer vino tenés que tener un lugar más abierto, y como no tengo mucho espacio acá, es complicado. Entonces decidí cocinar cerveza”, cuenta Claudio Sce, que vive en Villa Luzuriaga, tiene 47 años y un emprendimiento metalúrgico, y al menos dos veces al año se encierra a producir con ollas inmensas, de gastronomía. “La cocción te lleva seis horas y lavás lo que usaste y ya se va el olor”, asegura y explica que después de ese proceso y de esperar el tiempo adecuado, entre evaporación y traspasos, termina con más de veinte litros hechos por él mismo con pocos elementos más que esa olla: “Además de eso, una heladerita de las de camping y esos bidones de agua de 20 litros. Con eso y la olla ya podés hacer cerveza”.
En diciembre, produce cerveza negra y rubia; a mitad de año, negra y roja. “Y con esa cantidad me queda justo para envasar”, dice Claudio, que de- sarrolló una costumbre al parecer habitual en los cerveceros amateurs: la mitad de lo que cocina queda para consumo personal; la otra mitad la comparte con la humanidad más cercana. “Llevo siempre cuando vamos a fiestas. Envaso todo en porroncitos chicos, de 330 cc, y me hice un tapador, las tapitas, todo. Te venden el equipo.”
Claudio, que tiene un historial de visitar ho-bbies y saberes atípicos varios (“pinté, metí barquitos dentro de botellas, tenés que tener paciencia, eh, hice un curso de aerografía. Quieto, nunca”), tiene una hipótesis sobre la expansión de la cerveza artesanal.
Imagino que se abrió mucho el campo por el tema de la cocina. Hay mucha gente que cocina en general. Y hacer cerveza no es mucho más complicado que hacer una buena cocción.
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