Domingo, 22 de febrero de 2015 | Hoy
SOCIEDAD › EL RELATO EN PRIMERA PERSONA
Por Mariana Carbajal
Cuando Julieta Añazco abrió en su memoria ese arcón de recuerdos que mantuvo durante más de tres décadas clausurado, las imágenes empezaron a fluir. “Yo iba a la iglesia Sagrado Corazón de Jesús, de City Bell, donde el cura Héctor Giménez organizaba campamentos de verano. Ibamos a un predio en la localidad de Bavio, partido de Magdalena. En los campamentos había carpas donde se improvisaban unas duchas. Nos bañábamos en grupos. Siempre había niñas más grandes que nos acompañaban, para ayudarnos. Nosotras teníamos entre 7 y 12 años. Pero el cura se metía en las carpas y nos bañaba. El nos enjabonaba todo el cuerpo, y nosotras ya sabíamos bañarnos solas, la más chiquita de las niñas del campamento tenía 4 años, pero estaba con su hermana. Esta niña que menciono hoy tiene 39 años, y también fue abusada por el cura, sólo que ella cree en la justicia divina y no lo va a denunciar al cura, y no puede hablar de lo que le pasó”, cuenta Julieta a este diario. Desde mediados de 2013, cuando recordó los abusos que sufrió de parte de Giménez, empezó a contactarse con otras víctimas del mismo sacerdote, algunas de las cuales se presentaron también en la causa.
“Había otra carpa que la utilizaba como confesionario: nos hacía formar una larga fila, niños y niñas, para esperar nuestro turno. Entrábamos de a uno. El estaba sentado en un banco y nos colocaba entre medio de sus piernas, pegados a él. Recuerdo que había veces que su cara estaba pegada a la mía, y mientras le decíamos nuestros ‘pecados’, en su oído, él nos tocaba y cuando digo nos tocaba, me refiero a nuestro sexo”, describe Julieta. En otras oportunidades, sigue, “él entraba por las noches a nuestras carpas, donde dormíamos en grupo de 5 o 6 niñas. Recuerdo el ruido del cierre abriéndose por las noches, yo ya sabía que era él y a qué venía. Algunas veces se acostaba conmigo y me tocaba, y otras veces me hacía la dormida y yo veía que se acostaba con alguna de mis compañeritas de la carpa y veía cómo las tocaba a ellas”. Poner en palabras aquellos hechos aberrantes que vivió en su infancia le llevó años. Cuenta que recién cuando tuvo 18 años le contó a su mamá, Ramona González, quien junto a su marido Armando Córdova, fueron a denunciar y la jueza de Menores de aquel momento, Gloria Gardella, “les manifestó que había prescripto la acción penal”. Y así quedaron impunes aquellos hechos. “Desde entonces, comencé con tratamiento psicológico, pero nunca pude hablar de los abusos, hasta hace un año y medio, cuando al pasar por la iglesia de City Bell pude recordar y relacionar lo que me había pasado de niña”, continúa Julieta.
Otra mujer que sumó su testimonio a la causa abierta contra el cura en la UFI Nº 6 de La Plata declaró que Julieta una vez le contó a ella, alrededor del año 2001, que Giménez la desnudaba y que ella lo había visto desnudo a él. “Actualmente no puedo recordar esos hechos, evidentemente los bloqueé en mi memoria”, señala Julieta.
En la búsqueda de denuncias anteriores contra el sacerdote, Julieta y sus abogadas encontraron y pidieron el desarchivo de la causa Nº 93515, del año 1985, que se tramitó ante el Juzgado de Primera Instancia en lo Penal Nº 1 de La Plata. “La causa es terrible; eran varias víctimas, cinco nenas, de entre 8 y 10 años. Se lo denunció por manoseos y porque las hacía desnudar y bañarse mientras era párroco del Sagrado Corazón de Jesús de City Bell. Pero el caso terminó con una sentencia vergonzosa firmada el 28 de agosto de 1986 por el entonces juez Eduardo Carlos Hortel, que lo sobresee provisoriamente, con el argumento de que las versiones de las pequeñas eran insuficientes como medio de prueba para acreditar los hechos”, apuntó la abogada Estefanía Gelso. Y agregó: “Textualmente el fallo dice: ‘Los besos y las caricias que se le atribuyen (a Giménez) que él mismo reconoce son muestras de afecto’”.
No fue la única denuncia que encontraron en el archivo. El cura llegó a ser condenado, señala Gelso, en otra causa, la Nº 54813/96. Por entonces, Giménez actuaba como párroco en Magdalena, una localidad rural a pocos kilómetros de la capital provincial. “La denuncia en su contra la presentó la mamá de un niño que relató en la comisaría que el cura le tocaba los genitales a su hijo y había tratado de besarlo en la boca. A esa denuncia se sumaron los padres de otros cuatro niños. En aquel momento, el juez Emir Caputo Tártara ordenó la detención preventiva del religioso, pero en enero de 1997, por insistencia de sus defensores y con la garantía –bajo caución juratoria– del Arzobispado platense, en manos entonces de monseñor Carlos Galán, Giménez obtuvo la libertad con el compromiso de no obstruir la investigación, ni fugarse. El caso llegó a la Cámara de Apelaciones y los jueces Raúl Delbés y Horacio Piombo le concedieron la excarcelación”, relató Gelso. La abogada precisó que en ese expediente el sacerdote “fue incluso condenado”. Pero, finalmente, en 2001 terminó absuelto.
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