Domingo, 14 de junio de 2015 | Hoy
SOCIEDAD › FEMICIDIOS DE NIÑAS Y JOVENES
Por Sonia Santoro
Candela (en 2011), Angeles (en 2013), Melina (en 2014), Chiara (en 2015). Se las puede reconocer por sus nombres propios, como a muy pocas personas, en general famosas. Pero en estos casos, tristemente famosas. Fueron niñas (en términos de la Convención de los Derechos del Niño). Fueron brutalmente asesinadas. Fueron víctimas de femicidio.
Todas tuvieron horas de sobreexposición mediática, donde a las violencias ya sufridas se les sumó la violencia que se ejerce desde los medios de comunicación, tipificada como violencia mediática por la ley nacional de violencia 26.485. También según la Ley de Protección Integral de los Derechos de Niñas, Niños y Adolescentes (26.061), que recoge la Convención de los Derechos del Niño, se violó su derecho a la dignidad (“Art. 22: Las niñas, niños y adolescentes tienen derecho a ser respetados en su dignidad, reputación y propia imagen”.)
Se las repitió escandalosamente en canales de noticias de 24 horas, donde periodistas de policiales escarbaban en pistas falsas, detalles morbosos e íntimos con total impunidad. En el caso Angeles, todavía en Facebook se pueden ver algunas de las imágenes de su cadáver en la Ceamse, llamativamente con una frase que da escalofríos: “Angeles Rawson murió como lo que era, una basura”. Desde que se denunció la desaparición de Candela, las cámaras de televisión registraron casi cada paso que se daba en la búsqueda policial. Las cámaras estuvieron incluso en el momento en que la mamá de Candela, Carola Labrador, hizo el reconocimiento del cuerpo de su hija, dentro de una bolsa de plástico negra. ¿Y qué agregar de Melina, de Lola, de tantas otras?
Los medios, o por lo menos una parte de ellos, no aprendieron. El femicidio de Chiara –14 años, embarazada, asesinada por su novio en mayo de este año– fue otro caldo de cultivo para el ejercicio de la violencia mediática.
En el trabajo “Jóvenes, género y sexualidades en la prensa digital”, Manuel Protto Baglione, María Emilia Martinuzzi y Rocío Gariglio, analizaron durante seis meses de 2012 cuatro diarios nacionales. Al observar la violencia de género en jóvenes encontraron que “el interés mediático se rige por criterios vinculados a la exacerbación de la violencia y la crueldad”. El “morbo, las fantasías y, simultáneamente, el escándalo, la ansiedad, el miedo o la preocupación que la ‘explicitación’ de estas diferencias despertaría en la sociedad en general, y en los adultos, en particular”, dicen. Son relatos donde el caso aislado es la vedette, donde no hay aportes institucionales y no se analiza como problemática social; al contrario, “abundan en detalles sobre la manera de morir y el estado de los cuerpos de las jóvenes-víctimas”. El 80 por ciento de las notas publicadas en todo el periodo analizado, dicen, relatan abusos, violaciones o refieren a temáticas vinculadas con la sexualidad. El 20 por ciento restante se reparte en titulares que en la mayoría de los casos detallan muertes de mujeres.
El problema o el desafío sigue siendo cómo se unen las historias –que tanto gustan al periodismo, y también a la sociedad que las devora, como dijo en su momento la experta en medios Adriana Amado: “En el caso Candela reflejaron fidedignamente la locura de todos nosotros en estos días, esta compulsión a salir hablar, a gritar a interpelar al otro sin siquiera estar muy seguro de por qué hay que interpelarlo”– con las leyes y las políticas adecuadas y eficaces y su nuevo paradigma.
Cómo compatibilizar los intereses mediáticos con los derechos de niñas y mujeres. Cómo hacer para que los medios de comunicación no solo dejen de revictimizar a las víctimas, de cuestionar las prácticas de mujeres y niñas, de exponerlas, de lucrar con sus femicidios sino que promuevan una comunicación que pueda acompañar un cambio necesario para la igualdad.
Es un desafío cultural al que la movilización del 3J interpeló de manera contundente.
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