Domingo, 15 de mayo de 2016 | Hoy
SOCIEDAD › LA EX DE UN GENDARME QUE TEME POR SU VIDA
Karina Gonella cuenta que el hombre le gatilló el arma en la cabeza, la quemó con una plancha y le arrancó los pelos. Vive aterrada. Por la denuncia, Gendarmería dice que lo trasladará.
Por Mariana Carbajal
Un comandante principal de Gendarmería fue denunciado por violencia de género por su ex pareja, quien teme por su vida, y la de sus hijos y nietos. El relato de Karina Gonella, una publicista que vive en la ciudad de Buenos Aires, es espeluznante: “Me ha gatillado su arma en la cabeza, arrancado los pelos, me ha querido ahorcar hasta pedirle por favor, me ha quemado con la plancha caliente”, recuerda ella. Aterrada, porque se enteró de que en los últimos días su ex pareja regresó a trabajar en el Edificio Centinela, de Retiro, después de haber estado con destino en Tucumán, Karina decidió pedir ayuda a periodistas para que difundan su situación. “Gracias a que me ayudaron el año pasado, aún estoy con vida”, dice. Aplicando la resolución 1515/2012, dictada durante la gestión de Nilda Garré al frente del Ministerio de Seguridad para casos de uniformados denunciados por violencia machista, desde mayo de 2015, la ex pareja de Karina, el comandante principal Pablo Sepúlveda, tiene una restricción para el uso de su arma reglamentaria por fuera de su horario de servicio: debe dejarla en Gendarmería al terminar su turno. Pero de todas formas, Karina no duerme tranquila. “Me amenazaba con matar a mis hijos o mis nietos si lo denunciaba. Con qué cuerpo querés el vuelto, decía, en referencia a ellos. Me costás 5 pesos, (el valor de) una bala. Le digo a mis amigotes de viejas épocas de Gendarmería, salen de caza y no queda nadie”. Así me decía”, cuenta ella.
De la situación que está viviendo Karina y su familia están al tanto en el Ministerio de Seguridad. “Desde el 3 de mayo, la señora Gonella tiene el teléfono directo de nuestra oficina”, dijo a este diario Carolina Barone, coordinadora de Políticas de Género de esa cartera, que encabeza Patricia Bullrich. Tras las consultas periodísticas recibidas por el caso, la funcionaria le informó en las últimas horas a Karina que Sepúlveda sería trasladado nuevamente, lejos de la ciudad de Buenos Aires. “No me dieron precisiones”, dijo, preocupada, Karina a este diario, sobre el futuro destino de su ex y cuándo se concretaría. “Sigo aterrada”, repitió.
El 28 de abril, el juzgado civil N° 92 dictó medidas cautelares, al enterarse del regreso a Buenos Aires de Sepúlveda: prohibición de acercamiento de 300 metros hacia ella, sus hijos y nietos por 90 días. Karina sabe que no es más que un papel con una orden que muchos hombres violentos vulneran impunemente. El picaporte de su casa apareció roto y hay alguien desconocido que ronda la cuadra, según contaron sus vecinos.
La causa penal está radicada en el Juzgado de Instrucción N°6. “Todavía no lo citaron a indagatoria”, cuestiona Karina. El derrotero judicial es largo. Como les suele suceder a otras mujeres que denuncian a su pareja o ex.
La relación entre ambos comenzó en 2012. Pero las palabras de amor se evaporaron pronto. La violencia, cuenta ella –y así consta en sus denuncias– surgió apenas dos meses después de conocerse. “Me pegaba en lugares en donde las marcas no se vieran, me vigilaba con cámaras que instaló por toda la casa, y llegó a prohibirme comer durante tres días, a tal punto que debieron internarme”, denunció ella. Como otras mujeres que viven situaciones semejantes, Karina se alejó de él, pero regresó queriendo creer en sus promesas, como creen tantas, de que cambiaría. Pero como suele suceder, Sepúlveda, apunta Karina, no cambió. Y siguió agrediéndola, física, verbal y económicamente, de forma reiterada.
“En mayo de 2013 nos fuimos a vivir juntos a Parque Avellaneda. Nunca cesó la violencia verbal mediante llamadas, mensajes de texto, si no contestaba el teléfono lo mínimo que decía era con quién estaba cogiendo, textuales palabras”, cuenta la mujer. Dos meses después se mudaron a una casa en un country en Pilar que él alquilaba. “A días de la mudanza comenzó la violencia física”, cuenta a este diario. Dice que Sepúlveda llegó a tirarla por las escaleras de la casa nueva. Ella quiso denunciarlo, llamó a la guardia del country, que se comunicó con la comisaría de la zona, la de Villa Rosa, desde donde mandaron un patrullero. Pero él mostró su cargo en Gendarmería y logró que el personal policial se retirara sin intervenir.
En sus recuerdos están incrustadas imágenes dolorosas: “Me tiraba la comida contra la pared mientras cenábamos, o me decía no vas a comer y la bebida que estaba tomando me la volcaba en el plato de comida; me tiraba el mate contra la pared, si estaba con la computadora me ponía un vaso con agua arriba y me decía riéndose te hago mierda todo; empujarme y denigrarme hasta lo más bajo que pueda soportar un ser humano”, dice la mujer.
Hasta que un día pudo pedir ayuda. Se puso en contacto primero con el Consejo Nacional de las Mujeres con el 137, la Línea del Programa Las Víctimas contra las Violencia. Y hasta dejó una carta contando su historia en la Casa de Gobierno. La llamaron. Pero seguía viviendo con él. Y al día siguiente “abrí la heladera y me agarró del cuello, buscó un desodorante Poett y un encendedor y me dijo: ‘Si tocás la comida, te quemo’. Después me quiso estrangular, los peritos corroboraron las marcas”.
Recién el 3 de marzo de 2015 realizó la denuncia en la Comisaría 40, de la ciudad de Buenos Aires, por violencia de género. Pero él estaba presente. “Solo repetía entre dientes: ‘Denunciame y vas a ver’”, dice Karina. También, detalla, denunció su situación al Ministerio de Seguridad. Y al programa nacional de Lucha contra la Impunidad, de la Secretaría de Derechos Humanos, donde “aún continúan llamándome y preocupándose”.
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