Domingo, 24 de julio de 2016 | Hoy
Por Mario Wainfeld
Se concelebró ayer, en varias ciudades, el “piquetetazo” encarnado por mamás que amamantaron a sus bebés en lugares públicos, con epicentro en San Isidro, provincia de Buenos Aires. La movida se aborda en detalle en otras notas de esta edición a las que se remite (ver páginas 20 y 21).
El disparador fue la situación que vivió y afrontó Constancia “Coni” Santos, una madre de 22 años que fue abordada por dos mujeres policía en una plaza de San Isidro cuando daba la teta a su bebé de nueve meses. Las uniformadas la trataron mal, le dijeron que amamantar en lugares públicos está prohibido. Santos les replicó que esa norma no existe y rehusó darle su documento hasta tanto no le probaran lo contrario. El asedio siguió, la mujer pidió cooperación a policías varones que estaban cerca y prolongaron la prepotencia.
Coni se retiró, se fue a un bar para atender al hijo. Tras cavilar, días después presentó la denuncia, no sin dificultades. Fue mal recibida en la comisaría, se la hizo amansar en Tribunales. La difusión del hecho en redes sociales y en Página/12 la hizo conocida, lo que tiene sus bemoles. La llamaron de radios y canales de tele a todas horas, rutina ajena a sus hábitos. Recibió apoyos y solidaridades de organizaciones sociales y de derechos humanos, de mujeres “sueltas”. También padecieron llamadas anónimas a ella y su parentela de energúmenxs que nunca faltan.
La circulación del hecho motivó la movilización de ayer. Coni, reporteada en el programa Gente de a pie que se emite por Radio Nacional, confesó su sorpresa y describió los sobresaltos consecuencia de su coraje.
Sin exorbitancias, vale decir que la joven mamá hizo un valeroso ejercicio de ciudadanía. Se bancó la rusticidad policial. Se animó a hacer la denuncia días después, un trámite que toda argentina o argentino sabe que es farragoso, agrio y que se suele esquivar para ahorrarse un mal trago.
El coraje, las adhesiones son muestras de la vitalidad de la sociedad civil argentina, que se suele subestimar con demasiada frecuencia. Que la protagonista sea mujer tampoco es novedad, sino la continuidad de una tradición que se remonta a décadas, que no asombra pero sí gratifica y que es bueno saludar.
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