Domingo, 19 de noviembre de 2006 | Hoy
Por Juan Gelman
El pantano iraquí es una de las razones principales del voto-castigo que recibió Bush en las elecciones del 7 de noviembre, pero no parece que la opinión de las urnas será tenida en cuenta. El mensaje fue claro: ocurre que una mayoría de estadounidenses quiere la vuelta a casa de las tropas. Sólo el 32 por ciento de los interrogados por la empresa especializada Angus Reid Global Monitor (14-11-06) quiere que permanezcan allí “hasta que la misión concluya”. El 54 por ciento demanda lo contrario: un 28 por ciento se pronuncia por la retirada ya y el 26 por ciento restante por un regreso escalonado. Sin embargo, la victoria del Partido Demócrata no garantiza que eso ocurra. Lo que está en juego son los comicios presidenciales del 2008 y los unos y los otros lo tienen muy presentes. La voluntad del electorado es lo de menos.
W. Bush se muestra sorprendentemente abierto y declara que está dispuesto a examinar “ideas nuevas” y “visiones frescas” para corregir el rumbo en Irak. Palabras, palabras, palabras, dijo Hamlet. Se supone que las opciones serán proporcionadas por una comisión independiente que encabezan el ex secretario de Estado de Bush padre James Baker III y el ex parlamentario demócrata Lee H. Hamilton. Por las dudas, el mandatario norteamericano ha creado aparte una asesoría particular a cargo de los servicios de inteligencia. El grupo bipartidario discute si conviene desplegar una diplomacia más agresiva contra Irán y Siria, o lo contrario, o reforzar el entrenamiento de los efectivos iraquíes, o mediar entre las milicias chiítas y sunnitas al borde de la guerra civil, o proponer una nueva iniciativa para aplacar el conflicto palestino-israelí. Bush, no: según fuentes fidedignas confiaron al diario británico The Guardian (16-11-06), subrayó a los consultores propios que EE.UU. y sus aliados deben dar a la insurgencia “un gran empujón final” y que, en vez de retirar las tropas, enviaría hasta 20.000 soldados más. Es decir, victoria o nada.
¿Qué harán los demócratas, que hoy dominan las dos ramas legislativas? Corresponde al Poder Ejecutivo decidir sobre la guerra, pero el Congreso tiene la facultad de negarse a financiarla como hizo en los finales de Vietnam. Parece improbable: no faltan los “halcones-gallina” entre los candidatos elegidos de la ex oposición y la medida no se aprobaría, tampoco la de iniciar la retirada. Pero, además, la dirigencia demócrata teme que esto sea utilizado por la crítica republicana con vistas a las elecciones del 2008. Harry Reid, líder de la mayoría en el nuevo Senado, ha declarado ya que no sabe si recortar el gasto bélico es el mejor camino: quiere “encontrar una forma de terminar esa guerra que dé seguridad a todos” (IPS, 11-11-06). Nancy Pelosi, cabeza de la nueva Cámara de Representantes y segunda en la línea de sucesión presidencial, prefiere exhortar al gobierno iraquí a hacerse cargo del desastre y trabajar con los republicanos para buscar soluciones. Se ha visto qué “solución” prefiere W. Bush.
Los demócratas están divididos, frenados desde adentro. Son conscientes del sentido anti-guerra de la votación, pero no pocos de sus legisladores se pronunciarían incluso contra el proyecto de resolución de su colega Carl Levin –futuro presidente del Comité de Servicios Armados del Senado– que demandaría a la Casa Blanca la preparación de un calendario para la retirada de las tropas. Se trata de una propuesta tímida: no es vinculante ni fija plazos, pero dice Levin que no está preparado “para ir más lejos”. Por lo demás, la mayoría demócrata en el Senado es bastante lábil. Teóricamente, cuenta con 51 senadores, 49 propios y dos independientes que prometieron acompañar su línea, contra 49 republicanos. Pero uno de los independientes es Joe Lieberman –ex candidato a vicepresidente del derrotado Al Gore–, quien no cesa de predicar que hay que enviar más tropas a Irak. Si se votara esta materia, es probable un empate 50-50. En ese caso, manejaría la balanza el vicepresidente Dick Cheney, no conocido por su inclinación pacífica.
El Congreso estadounidenses ha autorizado sucesivamente, desde los atentados del 11/9, una inversión de 448.000 millones de dólares para la guerra en Irak y Afganistán, suma casi equivalente al monto de los duros recortes que la Casa Blanca propinó a los programas sociales del presupuesto nacional. En el Senado, republicanos y demócratas aprobaron por unanimidad el gasto bélico y su destino. Una mayoría de representantes demócratas –incluida Nancy Pelosi– lo hizo en la Cámara baja. Ahora muchos proclaman que hay que retirar las tropas en un plazo de cuatro a seis meses, pero difícilmente harán lo necesario para que así sea. Temen que si la situación empeora, los republicanos se la cobren en el 2008 y tal vez prefieran que se ahonde el desgaste de la Casa Blanca. Las bajas norteamericanas, las decenas de miles de civiles iraquíes muertos son lo de menos.
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