Domingo, 24 de agosto de 2008 | Hoy
EL MUNDO › ESCENARIO
Por Santiago O’Donnell
Se viene la convención demócrata el lunes, el Supertazón de la política-espectáculo norteamericana, que tendrá su corolario en la convención republicana el
1° de septiembre. La campaña de cara a las elecciones presidenciales de noviembre entra en la recta final y empieza a definirse el perfil del próximo presidente. Barack Obama y John McCain vienen cabeza a cabeza y se internan en terrenos desconocidos. Cosas del destino. Lenta pero inexorable, la crisis puso otra vez a la economía al tope de la agenda electoral.
Y resulta que ni McCain ni Obama son expertos en economía. Por lo tanto, ninguno basó su campaña en sus propuestas económicas. Al contrario, los dos la armaron alrededor de su carácter: Obama como agente de cambio social y político, McCain como el veterano de guerra que viene a sacar a Bin Laden de la cueva y terminar la guerra de las guerras.
En cambio, los candidatos con discursos económicos sólidos y experiencias de gestión importantes para exhibir quedaron en el camino uno tras otro durante las elecciones primarias. Primero cayó el ex alcalde de Nueva York, Rudolph “Tolerancia Cero” Giuliani, en aquel lejano Supermartes del 5 de febrero, cuando el tema dominante era la contraofensiva de Muqtada en Irak. Después fue el turno de Mitt Romney, ex gobernador modelo de Massachusetts y empresario exitoso, que se la había pasado hablando de sus planes para reactivar la economía sin que nadie lo escuchara. Al final fue el turno de Hillary Clinton, asesora clave de una exitosa gestión económica en sus ocho años como Primera Dama. La crisis ya se venía encima pero Hillary cargó hasta el final con su caballito de batalla: la reforma del sistema de salud.
Aun cuando la economía se había adueñado de la agenda, Obama y McCain seguían hablando de Irak y sacándose fotos en zonas de conflicto, porque tanto ellos como sus asesores estaban convencidos de que era el tema que más rendía con los electores. Cada cual tenía sus razones: Obama cargaba con el mandato demócrata de terminar la guerra. McCain había apostado a la guerra en soledad cuando parecía perdida. Ahora, aferrado a las últimas conquistas militares y propagandísticas, prefería predicar que la victoria está cerca, antes que hablar de los problemas que deja su amigo Bush.
Había otras maneras de evitar el temita que preocupaba a todos los norteamericanos, especialmente a los más vulnerables, que suelen ser mayoría. Estaba el tema de los inmigrantes ilegales, con los republicanos agitando una xenofobia exacerbada por la sangre derramada en los frentes de guerra. Estaba el tema del aborto, siempre presente, más aún cuando McCain dice que los bebés tienen derechos humanos desde el momento de concepción y Obama promete defender el histórico Rowe v. Wade, el fallo que legaliza el aborto.
Y estaba el tema del racismo tiñéndolo todo. El debate cultural y periodístico, las movilizaciones, los pastores, la mística y la historia. El miedo de que el interior norteamericano no está preparado para votar a un presidente negro.
Por todo eso hasta esta semana no hubo mucho debate económico. Es sintomático que el New York Times sacó recién esta semana sendos artículos de fondo con las propuestas de los candidatos. Uno dice que McCain es básicamente un conservador que propone todo tipo de rebajas impositivas para los ricos y las corporaciones con el viejo verso del goteo. Además quiere hacer permanentes las exenciones para los ricos aprobadas por Bush hijo, las mismas que McCain había votado en contra en el Senado, diciendo que ofendían su conciencia. También está a favor del libre comercio casi irrestricto, pero es un conservador populista émulo de Reagan. Por lo tanto acaba de revertir su oposición a la exploración petrolera en las costas norteamericanas, prohibida en los ’80 después de una cadena de desastres ecológicos, para frenar la suba del precio del petróleo que tanto afecta a los sectores medios y bajos. Además, el mes pasado apoyó un programa de subsidios para las víctimas de la crisis inmobiliaria. También favorece un recorte del impuesto a las naftas, pese a que sus críticos dicen que tal medida promoverá un mayor consumo de combustibles y por lo tanto no le permitirá mantener su promesa de combatir el calentamiento global. Como Reagan, Bush padre y Bush hijo, McCain no parece preocupado por el déficit fiscal. Los expertos calculan que sus recortes impositivos para los ricos y su continuado apoyo a las guerras en Irak y Afganistán costarán un billón de dólares. Para cubrir esos gastos promete vaguedades y viejas recetas fallidas, como eliminar proyectos basados en clientelismo político (“pork barrel”), auditar cuentas para eliminar gastos superfluos en programas federales y una moratoria de un año en gastos discrecionales no militares, los cuales comprenden una proporción ínfima del presupuesto. Al principio de la campaña McCain decía que iba a limpiar el déficit en un año. Ahora dice que va a hacerlo antes del final de su mandato.
El otro artículo de Times, el que habla de Obama, dice que para el candidato demócrata el principal problema no es el déficit ni la recesión, sino la distribución del ingreso. Por eso, la primera medida que propone Obama es una reforma impositiva para que los ricos pongan más y los pobres paguen menos. Como buen demócrata también cree en la receta keynesiana y propone una batería de obras y programas federales. Cree, además, como demostró Bill Clinton, que es importante bajar el déficit para que bajen las tasas de interés, y propone medidas fiscalistas más concretas que su rival, empezando por un recorte en el presupuesto militar a partir de una retirada inmediata de Irak. Pero a diferencia de Clinton, para Obama reducir el déficit no es prioridad absoluta, sino un objetivo que debe ser acompañado por una intervención estatal para impulsar la economía, una reingeniería industrial para combatir el calentamiento global y una apertura más selectiva al mundo para proteger a los sectores más vulnerables de la economía doméstica.
Más allá de estos artículos, el debate económico que cobró forma esta semana empezó medio pobretón. Es muy difícil explicar los problemas económicos y sus posibles soluciones en las cápsulas de quince segundos que exige la televisión. Entonces los dos candidatos eligieron la misma simplificación: decir que su rival no entiende el sufrimiento que provoca la crisis porque no está en contacto con el americano medio. Obama se agarró de un par de comentarios de McCain, cuya esposa tiene bienes reconocidos por más de 50 millones de dólares, para abrir el fuego. Recordó que McCain dijo que no sabe cuántas casas tiene y que uno es rico a partir de los cinco millones de dólares. El veterano de Vietnam contestó que Obama es un elitista educado en Harvard, que come rúcula y que vive en una mansión con cuatro chimeneas. Lo cierto es que con sus más y sus menos, todos los candidatos presidenciales de los demócratas y los republicanos son millonarios y los votantes lo saben.
Pero a no desesperarse porque se vienen las convenciones y cada candidato tendrá cuatro días de televisión en vivo y en horario central para explicar junto a sus aliados, referentes y colaboradores, qué es lo que piensa hacer.
El ritual se repite cada cuatro años. La crème de la crème de los partidos políticos se reúne en un estadio cubierto para proclamar a sus candidatos y definir la plataforma electoral. Los periodistas y bloggers del país transmiten en vivo las veinticuatro horas, y los conductores de noticieros lo hacen en horario central, desde estudios instalados en los palcos, con entrevistas y bocadillos de noteros trasmitiendo desde el piso de la convención, como si fuera un partido de fútbol. Los programas se completan con un gran despliegue de infografías, debates con políticos famosos haciendo de panelistas, columnistas de diarios y revistas hablando por televisión, y repeticiones comentadas de los momentos más emotivos de cada discurso.
Muchas veces el evento se publicita con un gran misterio: quién será el candidato a vicepresidente. Ayer, después de mucha especulación, Obama anunció por mensaje de texto que había elegido al veterano senador de Delaware, Joe Biden. Se trata de un demócrata tradicional de centro que luce un quincho al estilo De la Sota o Ruckauf y que preside el Comité de Política Exterior de la Cámara alta. Hace ya más de 20 años, cuando era el golden boy demócrata, debió retirarse de la carrera presidencial cuando la prensa descubrió que en sus discursos Biden plagiaba párrafos enteros de un oscuro filósofo inglés. Al no ser de Indiana, Ohio, Missouri o Florida, su nombramiento no sirve para birlarles un estado importante a los republicanos, y hace mucho que el apellido Biden no se asocia con la idea de cambio. Pero sirve para compensar la falta de experiencia de Obama en política exterior, acaso su mayor déficit con respecto a McCain.
Con el gancho del nuevo vice arranca la convención. El primer día tradicionalmente se utiliza para rendirles homenaje a los próceres del partido. Este año en la convención demócrata en Denver seguramente habrá una ovación para Ted Kennedy y probablemente hablarán Jimmy Carter y algún viejo líder negro del movimiento de los derechos civiles.
El segundo día sirve para lanzar a las jóvenes promesas. Seguramente estarán el joven senador de Indiana, el joven gobernador de Virginia y Caroline Kennedy heredará la antorcha familiar. Hace cuatro años, en un segundo día de convención, Obama deslumbró con su oratoria y todos lo apuntaron para el 2008.
El tercer día es para reparar heridas y unir al partido. Tiempo de Hillary y Bill Clinton, de Al Gore, de Bill Richardson, por qué no de Jesse Jackson.
El cuarto día es el del candidato y su equipo. Para darle más emoción al asunto, este año Obama se guardó el secreto de quién será su presentador, o sea quién dará el segundo discurso en importancia de toda la convención.
Un clásico de las convenciones es disfrutar cómo los partidos hacen malabarismos para esconder a sus figuras más dañadas, o sea los piantavotos. Esta vez el sayo le cabe a John Edwards, que fue descubierto hace poco en una relación extramatrimonial. Esto, semanas después de una conmovedora conferencia de prensa junto a su esposa en la que anunciaron que la señora Edwards sufría un cáncer terminal que se había reactivado, pero no pensaban abandonar la campaña porque el amor es más fuerte.
Los republicanos harán más o menos lo mismo en Minneapolis. Papel picado, banderas norteamericanas, sombreros charleston de plástico, delegados sosteniendo cartelitos, homenajes para Reagan, apariciones estelares de Terminator Schwarzenegger y Hollywood Hogan. Ofrendas para la derecha cristiana de Mike Huckabee y guiños para el ala libertaria de Romney y Giuliani. Infaltable, un documental de tres minutos que empiece con McCain en Vietnam y termine con él sosteniendo la bandejita en la fila del almuerzo de algún cuartel de Bagdad.
Los demócratas subirán cinco puntos en las encuestas después de Denver por toda la atención que genera su convención, ventaja que se habrá borrado cuando termine la convención republicana dos semanas después.
Con tantos minutos de aire para llenar habrá tiempo de sobra para hablar en serio de la economía. A esta altura es casi único tema de interés, el que más que angustia a la gente, pero ninguno de los dos candidatos parece encontrarle la vuelta.
Aunque el libreto cambia, las convenciones siempre plantean el mismo desafío: encontrar el mensaje. A veces se consigue, a veces no. Esa tensión garantiza audiencias masivas, cada cuatro años, para el Supertazón de la política norteamericana. Los candidatos ya lo saben. Si no encuentran el mensaje, se estropea el show.
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