EL MUNDO › ANTANAS MOCKUS, EL NUEVO FENóMENO DE LA POLíTICA COLOMBIANA, FAVORITO PARA LAS PRESIDENCIALES DEL 30 DE MAYO

Verde, tecnológico y para nada tradicional

En política, sólo él ha sido capaz de producir cambios al respecto con exóticos programas y campañas. Vestir un disfraz de supercitizen o echarle agua en la cara a un contrincante de debate son sus inusuales formas de hacerse entender.

 Por Katalina Vásquez Guzmán

Desde Medellín

Expulsado por la fuerza de la guerra, un diplomático lituano abandonó su tierra y navegó hasta las costas de Colombia. Stany Sirutis eligió la ciudad de Santa Marta para pasar la angustiante espera por el fin de la Segunda Guerra Mundial y, sin planearlo, convirtió sus vacaciones en una vida entera. En 1952, décadas después de vivir el amor en el Caribe y procrear siete hijos, nació en Bogotá su nieto Aurelijus Rutenis Antanas Mockus Šivicka, el próximo presidente de Colombia, según las encuestas.

Una barba recortada, ojos verdes iluminados, un par de lentes redondos, una figura menuda, una pausa en el hablar, cabellos canosos entre los negros que escasean, definen la imagen del lituano bogotano que, hoy por hoy, hace historia en la política latinoamericana por su rápido ascenso en la campaña presidencial. Hace tres semanas apenas tocaba el 10 por ciento de intención de voto. Hoy cuenta con el 38 por ciento sobrepasando al candidato oficialista que, antes del fenómeno Mockus, aseguraba que arrasaría con más del 50 por ciento de los votos en la primera ronda de votaciones el próximo 30 de mayo. El nieto de inmigrantes lituanos sorprende, además, porque no proviene del establishment ni la tradicional maquinaria política que ha gobernado este país. Armó su partido, el verde, junto a otros dos ex alcaldes de Bogotá, ciudad que él gobernó en dos ocasiones. El color que eligió está lejos de parecerse al azul conservador y al rojo liberal que se disputan el poder desde el siglo XIX, y que en las recientes elecciones presidenciales fueron decisivos por su apoyo al candidato que, finalmente, llevaron hasta el primer lugar hasta hacerlo incluso reelegir. Alvaro Uribe Vélez es el presidente de Colombia hasta el 7 de agosto, y su legado pesa bastante a la hora de elegir. Sus éxitos en la lucha contra la guerrilla y su alta popularidad hicieron pensar que su sucesor, fácilmente, sería Juan Manuel Santos. Pero la llegada de Mockus a la contienda le complicó las cosas al uribismo.

A los 58 años, después de confesar que sufre la enfermedad de Parkinson y con los más importantes diarios del mundo gastando tinta en su nombre, Antanas Mockus repite cada día que la vida es sagrada. Los dolores bélicos los conoce en detalle, no sólo por vivir a la colombiana más de cinco décadas. La guerra, podría decirse, es su origen. Con llanto, explicó a un diario nacional las “lecciones para moldear el carácter” que ha recibido de la humanidad. “Mis padres sufrieron la guerra por ambos lados, tanto la invasión alemana como la rusa, la profesora más cercana a nosotros fue fusilada, mi abuelo fue desterrado a un gulag en Siberia”, cuenta Mockus agregando que en casa de su madre y en la propia siempre almacenan alimentos enlatados, agua y un botiquín porque “nunca se sabe qué puede ocurrir”.

Antonio, como le llaman los más allegados, tiene cuatro hijos colombianos. Con cada uno vive lo que él no pudo con su padre desde los catorce años. Alfonsas Mockus era un ingeniero que estudió por correspondencia en universidades norteamericanas y dirigía un equipo de metalmecánica en Cartagena. En un avión que tomó de allí hacia la capital murió provocando en el adolescente Antanas toda una transformación. La literatura, que le era familiar desde los años, fue su refugio. Antanas era ya considerado un genio desde pequeño. Pero en adelante, mostró sus capacidades intelectuales en sus estudios en matemáticas y filosofía. A los diecisiete años era traductor impecable de sociólogos de la talla de Pierre Bourdieu y Jean Claude Passeron.

Antanas Mockus habla y escribe español, lituano, francés, inglés y polaco. Fue rector de la universidad pública más importante, la Universidad Nacional, y fue allí donde se presentó ante la opinión pública nacional enseñando su trasero para callar un auditorio bullicioso. Hoy algunos de sus detractores lo señalan como intelectual en decadencia, pero, en el debate, Antanas lidera la argumentación. Cuando es turno de responder, guarda unos segundos de silencio y después, con un movimiento lento, despega el antebrazo del tronco, extiende la mano y encoge los dedos. Une el pulgar y el meñique justo cuando, en el desarrollo de su idea, llega al punto central. Después, abre de nuevo la mano, la izquierda, y repite el movimiento. Todo sin retirar la mirada del interlocutor y, de cuando en cuando, ajustándose los lentes. Con tales gestos, responde claramente aunque ha tenido que rectificarse. De Chávez, dijo recientemente que lo admiraba, pero más adelante precisó que quiso decir respetaba. Esto, lejos de restarle puntos como lo esperaban otros aspirantes a suceder a Uribe, no le quitó, y pocos pueden explicarlo.

De ahí el título fenómeno. Es difícil entender que en Colombia, por primera vez, un político tradicional no tiene asegurado el triunfo en el poder. Mockus mantiene a sus contrincantes sobreponiéndose a los resultados de las encuestas y replanteando estrategias en el terreno mediático e Internet. Hoy la página de Antanas Mockus tiene medio millón de fans y otros candidatos intentan copiarle sus fortalezas para convocar en las plataformas tecnológicas. Lo importante es, para los miembros de su campaña, no sumar número sino que la gente entienda la propuesta de Antanas. Está claro que, en el poder, Mockus no reproduciría las formas corruptas y clientelistas. Para ilustrar lo que representa la trampa en la cultura, recuerda, como siempre que quiere explicar un tema, una anécdota. “Quien hace una trampa casi siempre le toca hacer otra trampa, y queda atrapado en un laberinto de trampas”, escribió un niño de la región más pobre del país, Chocó, en un concurso que él asistió como jurado.

Cincuenta y ocho años de vida a la colombiana le hacen entender que el principal problema del país es la ilegalidad, desde la mafia hasta la corrupción mínima, explica proponiendo atacarla con educación y cultura. En política, sólo él ha sido capaz de producir cambios al respecto con exóticos programas y campañas. Vestir un disfraz de supercitizen o echarle agua en la cara a un contrincante de debate son sus inusuales formas de hacer entender sus ideas. Como alcalde de Bogotá, consiguió bajar los índices de homicidios con este estilo, expresando sólidamente sus ideas pero con términos propios de las calles urbanas y las zonas rurales. “Cada uno tiene ‘guachecito’ interno, un ‘patancito’ que uno mismo tiene que controlar. Si no es uno, entonces con la ayuda de los demás. Y si no se puede le toca a la policía y a la Justicia, qué le vamos a hacer”, explica. Dice que un castigo amoroso le enseñó que, en ocasiones, hay que ser reprendido para aprender y recuerda a los profesores que lo marcaron: los de literatura, claro.

En la sala de su casa de clase media, en Bogotá, atiende a los medios para explicar que a las leyes, que tanto irrespetan los colombianos, les añadirá la frase: “Publíquese, entiéndase y cúmplase” y que no por eso se encasilla en la derecha o la izquierda. “Estoy luchando por la integración de las ideas de la izquierda y la derecha.” Eso sí, deja claro que con la guerrilla continuará la política de mano dura de Uribe, pero que en vez de seguridad, aplicará la legalidad democrática. “Hay que pelear contra las manitas que rodean la democracia”, explica el profesor, antes de rematar: “No al matoneo, sí al ingenio”.

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Para comunicarse, Mockus apuesta a un discurso informal y al poder de las nuevas plataformas tecnológicas.
Imagen: EFE
 
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