EL MUNDO › LULA Y EL OFICIO DE GOBERNAR. SU HISTORIA Y SUS PLANES DE VIDA

“Soy tornero mecánico”

Relata el presidente brasileño que cuando se convirtió en dirigente sindical le preguntaban por su perfil ideológico: “¿Sos eso, sos aquello, qué sos?” Y él contestaba: “Soy tornero mecánico”. Le preguntaban: “¿Sos comunista?” Y él: “No, soy tornero mecánico”. Aquí, los sueños de un Lula a punto de cumplir 65.

 Por Martín Granovsky

Desde Brasilia

Lula cuenta que cuando comenzó su vida política, en el sindicato metalúrgico paulista, “había algunos tipos de ultraizquierda que me acusaban de ser agente de la CIA”. También los del Partido Comunista sospechaban de él. “Y todo porque estaba contra la ocupación de Afganistán por parte de los rusos”, dice.

“Nunca me gustó mucho ser rotulado”, dice el presidente que se definía sólo como tornero mecánico para irritar a los prejuiciosos.

El Lula que odia los rótulos mecha todo el tiempo sus reflexiones con alusiones a los demás países de América latina.

–Cada país tiene su particularidad –insiste–. Néstor Kirchner tenía su estilo de gobierno. Cristina, el suyo. El dato concreto es que la Argentina está mejorando. Eso es objetivo. Nuestro querido Pepe Mujica tiene su modelo de gobierno. Lo concreto es que Uruguay mejora. Evo tiene su estilo. Bolivia mejora. Yo tengo mi estilo. Brasil mejora. Eso es lo que me interesa. La prensa dice: “Lula es buenito y Chávez es malo”. El punto es que Chávez tiene que ser bueno para el pueblo de Venezuela, y yo tengo que ser bueno para el pueblo de Brasil. Y la verdad es que Venezuela mejoró con Chávez. ¿De cuántas elecciones participó Chávez?

–De quince.

–Y ganó todas. Acaba de ganar la última. “Ah, pero no consiguió la mayoría especial...” Perfecto. Eso será bueno para Chávez, porque deberá intensificar el debate político, ejercitar más la democracia. Es un hecho extraordinario.

–¿Sigue siendo un hombre de izquierda?

–Me considero un hombre de izquierda. Los resultados de las políticas que hicimos constituyen todo lo que la izquierda soñaba que fuese realizado. Es paradójico, pero el único presidente sin título universitario es el que llevó más jóvenes a las universidades y el que construyó más escuelas técnicas. Fuimos los que generamos más empleos, los que más combatimos la pobreza, los que más ejercimos los derechos humanos y los que más fortalecimos la democracia. Este Palacio de Planalto no es sólo para que entren los príncipes o los primeros ministros. Entran los sin techo, los que representan a las minorías, los desempleados, los movimientos. Se convirtió en un verdadero palacio del pueblo brasileño. Esa es una política de izquierda no populista. Y cuidado, porque la derecha también puede ser populista. Eso se nota mirando a los ojos de un dirigente político. Ahí se nota si un dirigente es populista o es popular. Son cosas distintas.

–¿Cuál es la diferencia?

–Un presidente populista no necesariamente tiene que tener relación con la sociedad. Tampoco un compromiso. Hace los sondeos de opinión pública, sabe cuáles son las preferencias del pueblo y dice lo que le conviene según las encuestas. El populista decide de arriba hacia abajo. Un dirigente popular, en cambio, tal vez tarde más, pero decide de abajo para arriba, o sea haciendo que la sociedad participe de las decisiones. Esa es la forma más extraordinaria de practicar el ejercicio del gobierno y de ejercer la democracia. Siempre digo que en América latina, en lugar de gobernantes, deberíamos ser cuidadores del pueblo porque, la verdad, necesitamos cuidar de cada mujer, de cada chico, de cada persona, sobre todo cuanto más necesitados sean. Y cuidar significa priorizar la fuerza que tiene el Estado para cuidar a quienes realmente necesitan de él. Eso es lo que pasa en Brasil hoy.

–Usted habló últimamente de una asamblea constituyente autónoma. ¿Cuáles serían los temas de la asamblea que permitan avanzar en las reformas y el crecimiento?

–Dos años atrás recibí a una delegación de abogados para discutir la reforma política. En ese momento me parecía que debíamos pensar, tal vez, en una Constituyente para lograr esa reforma. Brasil la necesita. Es inexorable. Precisamos establecer la fidelidad partidaria, que haya financiamiento público de las campañas electorales, que haya partidos más fuertes con los que se pueda negociar. Si uno construye una coalición, se trata de varios parados que formarán parte del gobierno. Si son fuertes, puede negociar con sus direcciones cómo se votará en el Congreso.

–Eso era hace dos años. ¿Y ahora?

–Hoy siento que en el Congreso hay muchos problemas para votar una reforma política. Prefieren mantener el statu quo. Como si dijeran: “Si soy diputado o senador, ¿para qué cambiar?”. Es un error para Brasil y para la credibilidad del Congreso, pero la reforma no puede ser hecha por el presidente de la República sino por los partidos políticos. Entonces, una de las cosas a las que podré contribuir es a lo siguiente: primero, convencer a mi partido de que la reforma política es importante. Y voy a trabajar para eso. Después, convencer a los partidos aliados. Si construimos una mayoría, podremos votar una reforma política yo diría que en los próximos dos años.

–¿El Estado también debería ser reformado? Usted recibió un Estado debilitado. Dilma Rousseff cuenta que el Ministerio de Minas estaba reducido a dos ingenieros, con muchos mecanismos de control y pocos mecanismos de operación y actividad.

–Necesitamos que el Estado brasileño sea menos burocrático y más ágil. Lo cual es muy fácil de decir y muy difícil de hacer. Para lograrlo hay que meterse con centenas de corporaciones que, en el fondo, gobiernan Brasil. Son las instituciones que tienen su poder, sea en el Poder Judicial, en la recaudación de impuestos, en la Policía Federal, en el Ministerio Público... Instituciones poderosas que en el fondo tienen poder de presionar dentro del Congreso Nacional. Lo vi en la Constituyente de 1988. Experimenté cómo presionaba la llamada sociedad organizada. El desafío está en proponer una reforma del Estado que no sea un estupro. Al revés: debe surgir de una construcción de varias manos para que cada uno perciba que debe ceder un poco. Pero esas cosas no se hacen en un mandato de cuatro años. Sería una locura. Hay que construir una base de acuerdo que incluya a todos los sectores de la sociedad para establecer las reformas necesarias, discutir con el Congreso Nacional, con el movimiento social...

–¿Y después?

–Recién cuando ese proceso de debate haya terminado, debemos ponerlo en marcha. Una vez creé un grupo de trabajo entre el movimiento sindical, los empresarios y el gobierno que casi llegó a un punto de decisión. Pasó lo mismo con la reforma de la Seguridad Social. Casi casi, pero quedó trabado. Ahora, por lo que conozco del movimiento social brasileño, veo que estamos en un proceso de madurez que nunca tuvimos en el país, una relación de confianza establecida entre varios actores de la sociedad. Así podremos dar pasos firmes. Ciertamente dependerá mucho de las prioridades que establezca Dilma si es electa presidenta. Estoy convencido de que será elegida, pero como soy un demócrata tengo que hablar en potencial. Estoy dando esta entrevista un jueves y la elección será el domingo. Podré hablar con más contundencia después de la elección. Hay otra cosa que aprendí. Un gobierno no puede hacer 500 cosas. Un mandato se pasa muy rápido. Cuatro años es mucho tiempo si estás en la oposición, pero en el gobierno no es nada. Entonces, Dilma tendrá que definir correctamente cuáles serán las prioridades para no caer en las 500 cosas. Fíjense lo que pasó con Obama. Usó el primer año para la reforma de salud. Fue aprobada en el Congreso, pero llevará un año más hasta que comience a ser ejecutada. No se puede usar todo ese tiempo sólo en una cosa. El gobierno tiene que utilizar su energía positiva para cuidar de este país 24 horas por día. Y, en paralelo, tiene que impulsar los debates, hasta que la propuesta concreta, una vez discutida, pueda ser llevada al Congreso Nacional. Si no, el debate sobre las reformas termina trabando la acción del gobierno.

–¿Cuál es su sueño, presidente?

–Soy un eterno soñador.

–¿Y con qué sueña ahora?

–Lo que hicimos en Brasil fue sólo dar inicio al movimiento que consolidó algo en la conciencia de la mayoría del pueblo brasileño: es posible hacer cosas distintas de las que se venían haciendo. Es posible hacer que la gente crea que el gasto en salud no es gasto, es inversión. Que cuando el Estado les da dinero a los pobres es inversión, y no sólo cuando le presta dinero a un rico. Sueño con que en los años que vienen la sociedad brasileña mantenga la autoestima que tiene hoy, la credibilidad en su país, la confianza en que Brasil será muy importante. Sueño con cuestiones internas, y también sueño con reformar el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Sueño con democratizar las instituciones multilaterales. Sueño con que los países ricos del mundo sepan que, cuando toman una decisión económica, no sólo tienen que discutir los beneficios y perjuicios para sus países. Deben saber qué repercusión tendrá en otras naciones que dependen de sus decisiones en este mundo globalizado. Sueño con ayudar a América del Sur y a América latina a ser más fuertes, más ricas, a que se desarrollen más rápidamente. O sea: voy a morir soñando que no debería morirme. Es así.

–En el último Congreso del Partido de los Trabajadores, en febrero de este año, usted dijo que se dedicaría a acercar a los partidos, los movimientos sociales y los sindicatos de América latina, y también a mejorar las relaciones entre América latina y Africa.

–Cualquier sindicato de América latina tiene más relaciones con sus compañeros de Alemania que con otros latinoamericanos. Quiero que consolidemos no sólo una buena relación partidaria sino una buena relación sindical, una buena relación cultural, una buena relación entre nuestros intelectuales. Por eso estoy contento de poder inaugurar la Universidad de América latina, la Unila. Es un sueño realizado. Y también me pone feliz la aprobación en el Congreso brasileño de la Universidad Brasil-Africa, para formar gestionadores, ingenieros y doctores para Africa. Ese tipo de integración es la que tenemos que hacer. ¿En qué puede ayudar Brasil a América latina? Estamos plantando soja en Cuba, en Venezuela, con conocimiento tecnológico brasileño. A Venezuela la estamos ayudando a construir cadenas productivas en el área de alimentos, sistemas habitacionales como hizo Brasil... Estamos llevando nuestra empresa de tecnología a Panamá, para ayudar al desarrollo agrícola de América Central. Eso quiero hacer. No quiero volver a ser cuadro del partido. No quiero volver a las reuniones, a todo eso... Estoy por cumplir 65. Estadísticamente, puedo vivir diez años o un poco más. Cuando cumplimos 60, a partir de ahí cada año vale por diez. Tengo noción del tiempo y tengo noción de que me queda menos de un cuarto o un quinto de lo que ya viví. Lo voy a usar para hacer cosas que pueden ser realizadas. Por eso tengo que definir y poner el foco correctamente en una o dos prioridades. ¿Está bien, queridos míos?

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Imagen: AFP
 
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