Domingo, 30 de septiembre de 2007 | Hoy
EL MUNDO › ESCENARIO
Por Santiago O’Donnell
Los años pasan y la historia se repite: el villano de turno hace su aparición tenebrosa en la asamblea anual de las Naciones Unidas para batirse en un duelo verbal y gestual con el presidente dueño de casa. Al menos ésa es la puesta en escena mediática que todos los años repiten los grandes medios de Occidente. En todo caso el mensaje, envuelto en grandilocuentes invocaciones a la libertad y la democracia, también es siempre el mismo: los enemigos de Estados Unidos son enemigos del mundo civilizado.
Ocurrió con los soviéticos, ocurrió con Fidel, ocurre ahora con el líder iraní de pronunciación difícil, Mahmud Ahmadinejad.
Desde siempre la presencia más llamativa, la más escandalosa, la que más molestaba al presidente anfitrión era la del cubano. Ninguno de sus sucesores lo ha podido igualar. En cada visita Castro daba cátedra de oratoria desde el púlpito y derrochaba simpatía en sus tradicionales visitas al templo evangélico de Harlem. Nunca se olvidaba de los pobres y oprimidos de ese momento, haciendo causa común con el progresismo norteamericano y las izquierdas del mundo. A tal punto llegó la cosa que una vez un alcalde republicano le cortó la luz de la iglesia en pleno sermón revolucionario, pero no consiguió aguar la fiesta, que siguió en la calle.
El año pasado fue el turno de Hugo Chávez de ocupar el rol de villano de la ONU y el venezolano estuvo muy lejos de los encantos demostrados por su maestro. Con un discurso duro y apocalíptico, sobreactuando su encono con Bush, al que llamó diablo en su propio país, descolocó a una audiencia local e internacional que ansiaba conocerlo de cerca y ver cómo se mueve en el gran escenario internacional.
Ese mismo año hizo su debut en un rol secundario el líder iraní con una actuación muy distinta de la que desplegó la semana pasada. Parecía un profesor sencillo, admirador de la cultura norteamericana, que eludía preguntas incómodas, como las referidas al Holocausto, desafiaba al presidente Bush a un debate televisivo al estilo norteamericano, hacía anotaciones simpáticas en su flamante blog, y denunciaba la campaña liderada por Estados Unidos para sancionar su inofensivo programa nuclear.
Este año otro Ahmadinejad copó el escenario neoyorquino. Envalentonado por los aplausos del año anterior, pidió el micrófono de la Universidad de Columbia. Pero Nueva York ya no veía al iraní con los mismos ojos. En el tiempo transcurrido Irán había sido señalado, junto con Al Qaida, como el mayor responsable del fracaso en Irak. También se había convertido en el blanco de la principal hipótesis de conflicto del Pentágono, que tiene en carpeta nada menos que un ataque nuclear, aunque la presente relación de fuerzas internas y externas en Estados Unidos hacen inviable semejante acto criminal.
En su regreso a la ONU el líder iraní se topó con una resistencia que quizá no esperaba. El decano de Columbia es el mismo que entrega los premios Pulitzer y por orgullo profesional no podía dejar que usaran a él y a su universidad para burlarse de Occidente. Dejando de lado los buenos modales le dijo “”dictador cruel” y “ridículo” al líder iraní en su propia cara y lo entregó a una jauría de sabuesos que apuntaron directo a la yugular: “¿Cómo podés negar el Holocausto, chabón????” En ese punto, el fanatismo religioso y el orgullo herido pudieron más que la diplomacia de Ahmadinejad y no se le ocurrió mejor cosa que decir que puede ser que haya ocurrido, pero falta investigar un poco más.
Esa respuesta, por ridícula, por ofensiva, pronunciada en la ciudad que alberga a las principales organizaciones de la diáspora judía, lo colocó en el lugar de impresentable ante la comunidad internacional, salvo sus miembros más díscolos. Al lado de semejante definición, en semejante lugar, Chávez llamándolo a Bush “míster danger” en la Asamblea de la ONU, más que un insulto, parece un chiste malo.
El caso es que el líder iraní de difícil pronunciación emprendió esta semana una gira por la región, con paradas en Caracas y La Paz. La debilidad de Washington y su desinterés por Latinoamérica hacen posible una visita impensable años ha.
La presencia de Ahmadinejad deja abierta la pregunta de la conveniencia de armar alianzas con actores extrarregionales para impulsar estrategias de desarrollo alternativo. Para la Argentina, en principio, una alianza con Irán le está vedada por la realidad. Aquí se mezclan tres cuestiones diferentes pero con muchos puntos de contacto: los atentados contra la AMIA y la embajada de Israel, el conflicto de Medio Oriente y la guerra global contra el terrorismo.
En el primer tema, como se sabe, el gobierno ha acusado a funcionarios iraníes de estar detrás del ataque a la mutual judía. Las pruebas presentadas provienen de informes de inteligencia de los servicios estadounidenses e israelíes, basados en testimonios de disidentes arrepentidos que habrían aportado información valiosa en otros causas, lo cual daría cuenta de su supuesta credibilidad. Pero la sucesión de errores y encubrimientos en las investigaciones, más la destitución del juez instructor y sus dos fiscales por irregularidades manifiestas en el manejo del caso AMIA, más la ausencia de pruebas sobre la conexión local en los dos hechos, dificulta no sólo el esclarecimiento, sino también la relación con el país persa. El fuerte intercambio entre Kirchner y el portavoz de la Cancillería iraní esta semana lo demuestra.
Después está el tema de Medio Oriente, donde hay varios estados y organizaciones armadas que han jurado destruir a Israel, entre ellos Irán. Hace diez días el ejército de ese país probó un misil con alcance suficiente para aterrizar en Tel Aviv. Ahmadinejad argumenta que el problema es que Israel oprime al pueblo palestino, que invadió el Líbano, etc., etc. En ese contexto se inscriben sus apreciaciones sobre el Holocausto. Otra vez, más allá de las valoraciones, si alguna enseñanza dejaron los atentados a la AMIA y la embajada es que no parece oportuno involucrarse en un conflicto tan explosivo.
El tercer tema es la guerra que le declaró Bush al terrorismo. En esta guerra, que se desarrolla en todo el mundo, menos, hasta ahora, en América latina, Washington le ha asignado a la Argentina un rol pasivo, pero rol al fin. Y más allá de las diferencias en política exterior y política económica, que para la Casa Blanca son secundarias, en lo que realmente le importa al gobierno de Bush el Gobierno de los Kirchner ha prestado toda la colaboración necesaria. Así lo dijo el encargado del área del Departamento de Estado, Thomas Shannon, en su última visita al país. Se trata, sobre todo, de colaboración las áreas de migraciones y aduanas, donde la relación entre funcionarios medios de Estados Unidos y Argentina es mucho más armónica y cercana de lo que se conoce. Washington acaba de declarar organización terrorista a la Guardia Nacional iraní, a la que acusa de apoyar a la insurgencia en Irak. En ese contexto no es fácil hacer negocios con los iraníes.
Claro que las circunstancias de la Argentina son distintas de las de Venezuela, Nicaragua, Ecuador y Bolivia, países que Ahmadinejad visitó o visitará, o incluso Brasil, país que desarrolla relaciones con Irán por canales más reservados. Igual, para todos ellos la presencia iraní en su territorio representa tanto una oportunidad como un riesgo, y más aún después de la actuación de Ahmadinejad en Nueva York.
Por todo eso la gira latinoamericana del líder iraní tiene objetivos diplomáticos y comerciales acotados por la realidad geopolítica, pero viene cargada de un simbolismo difícil de ignorar. Su visita abre un camino que los países de la región pueden aprovechar para profundizar intercambios con bloques comerciales menos problemáticos, como el chino o el europeo, diversificando sus mercados tras el fracaso del modelo hegemónico planteado por Estados Unidos a través del proyecto del ALCA, el Tratado de Libre Comercio continental. O puede servir para reclamar más atención y un cambio de actitud por parte de Estados Unidos, como ha hecho el Presidente argentino en la semana que pasó.
Los villanos de la ONU cumplen la función simbólica de fijar la atención mediática en alguna región del mundo que requiere atención. Una vez más el villano está entre nosotros, aquí en América latina. Pero esta vez viene de afuera y maneja tecnología nuclear de avanzada. El patio trasero ya no es patrimonio exclusivo del Tío Sam, parece decir el recién llegado, un chico iraní de apellido difícil, con cara de pícaro y los bolsillos repletos de petardos y cañitas voladoras.
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