Domingo, 17 de noviembre de 2013 | Hoy
EL PAíS › OPINION
Por Washington Uranga
Llama la atención la reiteración de hechos similares: manifestaciones de sectarismo, de intolerancia, profanaciones de templos y expresiones que denotan que a pesar de los grandes avances en materia de vigencia de derechos, en la Argentina subsisten personas y grupos intransigentes. Desde las declaraciones de Jaime Duran Barba elogiando a Hitler, y los atentados a templos protestantes y católicos, hasta el violento episodio ocurrido el martes pasado cuando un grupo católico ultraconservador irrumpió en la catedral de Buenos Aires cuando se celebraba un acto interreligioso en recordación de la llamada Noche de los Cristales, punto de partida del Holocausto judío a manos del nazismo.
La lista de los hechos es larga. Y habrá que aceptar que, según los distintos casos, han sido obra de intolerantes, fundamentalistas o delincuentes. Algunos episodios tendrán que ser investigados. En otros los motivos están a la vista.
El 27 de septiembre un templo de la Iglesia Metodista Argentina (IEMA), la Iglesia Norte, de Rosario, “fue ferozmente incendiado quedando consumidos por las llamas los bancos, el piso de pinotea, el altar, el piano y produciendo la rotura de puertas y ventanas” según lo denunció en su momento el obispo Frank de Nully Brown. En el mismo local funcionaba la sede rosarina del Movimiento Ecuménico por los Derechos Humanos (MEDH). La totalidad de la biblioteca del MEDH fue destruida en la misma oportunidad. La Iglesia Metodista es una de las comunidades cristianas más comprometidas en la defensa de los derechos humanos.
Dos días antes del hecho relatado en Rosario, un grupo de estudiantes secundarios entró en la iglesia San Ignacio de Loyola, en Buenos Aires, y produjo destrozos que afectaron el patrimonio religioso y cultural.
El 27 de octubre personas aún no identificadas ingresaron en la catedral católica de Mar del Plata, y según el comunicado del obispado de aquella ciudad, el altar donde habitualmente se celebra la misa “fue utilizado como baño, su mantel como elemento de aseo”, la imagen de la Virgen fue dañada y “se pudo comprobar el robo de algunos elementos significativos con reliquias de los santos”.
El sábado 9 de noviembre el blanco volvió a ser la Iglesia Metodista. En el templo histórico situado sobre la calle Corrientes, en pleno centro de Buenos Aires, “se produjeron destrozos, profanación de su altar y serios daños a su tradicional órgano de significativo valor”, según señala el comunicado oficial de la IEMA. La Federación Argentina de Iglesias Evangélicas (FAIE) evaluó el hecho como un atentado “contra la libertad y diversidad religiosa, contra el compromiso social de los cristianos, contra el patrimonio cultural y contra nuestra historia nacional”.
El martes 12 ocurrió el episodio ya señalado en la catedral metropolitana. Al día siguiente, miércoles 13 noviembre, en la capilla católica de la casa de espiritualidad “La Asunción” de la arquidiócesis de Bahía Blanca, se profanó el sagrario y se robaron hostias consagradas “que se conservaban bajo llave en el tabernáculo de mármol y bronce”, según informó la agencia católica AICA. Esta semana, también en la capilla católica San Antonio de Padua, en Capilla del Monte, se robaron hostias y una custodia del Santísimo Sacramento. Según denunció el obispo Santiago Olivera también se destruyó una imagen de Cristo, se produjeron destrozos y se intentó incendiar un confesionario.
¿Todos los hechos tienen la misma raíz? Seguramente no. Mientras no se encuentren elementos que permitan demostrar lo contrario, lo lógico sería descartar una trama que suponga coordinación entre todos estos episodios. Y es poco serio y falto de responsabilidad hablar –como titulan algunos– de una “ola de atentados” que afectan a las instituciones religiosas o a las comunidades de fe. Así llame la atención la seguidilla de delitos contra los templos y las instituciones religiosas. No todos los hechos son iguales. Algunos parecen tener objetivos políticos, otros motivos religiosos relacionados con enfrentamientos internos dentro de la Iglesia Católica. Varios parecen más vinculados a hechos delictivos que también afectan a la totalidad de los ciudadanos y que, en este caso, se perpetraron contra edificios que son sede de diferentes cultos. En determinadas situaciones no es tampoco descartable la combinación de más de un propósito. Pero en general, iglesias y líderes religiosos de todos los credos manifiestan preocupación y alarma por la reiteración de sucesos similares dirigidos a blancos religiosos.
¿Qué decían los jóvenes, entre los que se encontraban dos sacerdotes, que ingresaron en la catedral? Mientras rezaban la oración del “Padre nuestro” a los gritos, los manifestantes entregaron un volante en el que se podía leer: “Fuera adoradores de dioses falsos del templo santo... si entran en el templo del Dios vivo y presente, doblen su rodilla, abandonen su idolatría, y adoren al Dios verdadero...”. Y en directa alusión a los asistentes (católicos, cristianos, judíos, miembros de organizaciones defensoras de los derechos humanos) agregaba: “Y vos que asistís a este acto de profanación, rezá el rosario en desagravio. Resistí. Que no te engañen”.
¿Contra quién fue la violenta irrupción de los ultraconservadores católicos en la catedral? El sacerdote Fernando Ginnetti, unos de los concelebrantes del acto interreligioso presidido por el arzobispo porteño Mario Poli, dijo ante varios medios de comunicación que “esto es contra Francisco” en alusión al papa Jorge Bergoglio.
Christian Bouchacourt, el superior en la Argentina de la llamada Fraternidad Sacerdotal San Pío X, también conocidos como lefebvristas en recuerdo de su fundador, el arzobispo francés Marcel Lefebvre, admitió conocer “a varios” de los que irrumplieron en la catedral, justificó el hecho como “un modo de protestar pacífico” en busca de “guardar la tradición católica” y agregó que “nosotros únicamente queríamos manifestar nuestro amor a la Iglesia Católica”. Vale recordar que el 9 de febrero de 2009 el gobierno argentino expulsó del país al obispo lefebvrista Richard Williamson, que había negado la existencia del Holocausto judío.
Bouchacourt también habló de Bergoglio. “Que el Papa rece en una sinagoga nos parece totalmente anormal.” Tampoco se privó de agregar que “el Papa hace cosas que no podemos explicar”.
Todo en directa consonancia con la línea de conducta de quien ha sido el inspirador de lo orden. Lefebvre, fallecido en 1991, había sido excomulgado por Juan Pablo II en 1988. En ese momento sostuvo que “Roma ya no es católica. Los males que nosotros condenamos, como el comunismo, el socialismo, el modernismo y el sionismo, han sido adoptados por Roma”. Hoy, Francisco es el blanco de los ataques de los ultraconservadores que antes de su arribo al pontificado habían iniciado una aproximación, ahora frustrada, con Benedicto XVI. El actual superior mundial de la Fraternidad San Pío X, Bernard Fellay, opina que “la situación de la Iglesia es un verdadero desastre y el actual Papa la está haciendo diez mil veces peor. Va a dividir la Iglesia, está provocando rabia”.
Aunque en esferas distintas, el episodio ocurrido en el mayor templo católico del país guardó relación con los dichos del asesor macrista Jaime Duran Barba, quien en un reportaje concedido a la revista Noticias sostuvo que “Hitler era un tipo espectacular. Era muy importante en el mundo”.
Los repudios se sumaron tras lo sucedido en la catedral. El propio arzobispo de Buenos Aires, en la continuidad del acto interreligioso, se dirigió a los judíos participantes para decirles que “su presencia aquí no desacraliza un templo de Dios. Hagamos en paz este encuentro que lo quiere el papa Francisco”. Se conoce que desde que llegó al Vaticano, Bergoglio está haciendo gestiones reservadas para promover una iniciativa mundial conjunta de las grandes religiones en favor de la paz, de la justicia y en contra de la pobreza. Propuesta que también tiene resistencias dentro y fuera de la Iglesia Católica.
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