Domingo, 14 de septiembre de 2014 | Hoy
EL PAíS › OPINION
Una reforma consensuada produjo un debate desbocado. El reclamo de los críticos: castigos para chicos de seis años. Los títulos de los diarios, una dudosa fuente de saber en la que beben los expertos. La Academia privada y los verbos. Comentarios de docentes de a pie. La desigualdad en el centro de la escena.
Por Mario Wainfeld
“Niño, deja ya de joder
con la pelota.
Niño, que eso no se dice,
que eso no se hace,
que eso no se toca.”
“Esos locos bajitos”,
Joan Manuel Serrat
“Y la mamá le dice
portate bien, Trompita,
si no, te voy a dar
chas chas en la colita.”
“El elefante Trompita”,
canción de Tito Alberti
El jefe de Gobierno porteño, Mauricio Macri, es ingeniero, graduado en la Universidad Católica Argentina (UCA). El diputado Sergio Massa es abogado, recibido en la Universidad de Belgrano (UB). Lo hizo el año pasado, es de imaginar que él pagó los gastos. A “Mauricio”, en cambio, lo mantuvo su padre Franco, un autodidacta muy inteligente. Se comenta que abonaba puntualmente las cuotas y hacía jugosas donaciones. Eso corre por cuenta de peronistas aliados del líder de PRO, que son muy dados a los quinchos, a los chismes y a las chanzas.
En todo caso, los dos se diplomaron en universidades pagas. Así las cosas, es posible (aunque para nada seguro) que a partir de 2015 la Argentina tenga su primer presidente socializado en una universidad privada. El formato predominante ha sido, hasta hoy mismo, de abogados o médicos educados en universidades públicas.
Podría tratarse, quién sabe, de una señal de la época. Tal vez, a título de opinión, un ejemplo de movilidad social en sentido inverso.
Por lo menos, forma parte del contexto en que se promueven los debates que amenizan cada semana de nuestras vidas. Esta vez le tocó a la supuesta eliminación de los aplazos y la supresión de las repeticiones de grado en las escuelas primarias bonaerenses. Una discusión que versa, como casi todas, sobre premisas falsas, información manipulada y diversos matices de mala fe. A ella vamos, con el casco puesto.
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1, 2, 3 fueron discriminados: Modificar el modo de calificar a los alumnos estaba acordado desde hace años en el Consejo Federal y consensuado con las fuerzas opositoras más los gremios en la misma provincia. Nada de eso importó a los detractores que cayeron sobre la decisión con un discurso que habla más de ellos que de los cambios.
En el principio, como cuadra, fue el Verbo. Como es clásico, hubo una información distorsionada por el diario Clarín, al que se sumó (con entusiasmo) el portal de La Nación. El sitio Chequeado.com destacó esa falsía, en informe compartido gentilmente con este columnista. Expresa, fundando luego en detalle: “‘En las primarias de la Provincia no habrá más aplazos’, tituló en tapa Clarín, en el Día del Maestro. La Nación reprodujo la noticia con similar enfoque en su versión on line e incluyó una encuesta para que la gente se pronunciara a favor o en contra de la supuesta eliminación de los aplazos. Sin embargo, la Resolución 1057/14 de la Dirección General de Cultura y Educación bonaerense, de casi 60 páginas y firmada el 7 de julio último, cambia el sistema de calificaciones pero no elimina los aplazos”.
Dirigentes políticos opositores, académicos de altísimo rango, corrieron detrás del título de Clarín sin tomarse la molestia de mirar la norma. Hubo quien alardeó de no leer esos mamotretos, no es un cuatro de copas. Ni siquiera comprendieron bien los textos que sobrevolaron: en sus notas interiores, La Nación (se supone su diario de cabecera) glosa las reformas. Da cuenta de que los cambios no conllevan la supresión de los “aplazos”: sólo se cambia la correspondencia numérica del “reprobado”. Y subsiste la repetición, que sólo se elimina para el primer grado de primaria. Reminiscencias del primero inferior y primero superior, imagina este cronista, pero se ataja porque teme que se lo tilde de nostálgico del ’54.
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El relato y la furia: Imposible hacer una reseña de todo lo que se enunció a través de tantos medios. Rescatemos algunos lugares comunes centrales del relato crítico. Hay que connotar el caso: se habla de ahorrar el trance de la repetición a una niña o un niño de 6 años. Lo que se reclama (o re-clama) es que “haya premios y castigos”. Que se inculque “la cultura del esfuerzo”. Se presupone que el pibe o la piba en cuestión son vagos, que todo es consecuencia de su falta de responsabilidad, que sólo les hace falta “el castigo” sumado a las consecuencias sociales y familiares de la repitencia para que pueda aprender sin problemas.
Este escriba consultó a maestras y profesoras bonaerenses, gentes de a pie, con las que dialoga. No son una muestra válida para encuestar, más bien integran un grupo de pertenencia: leen este diario o escuchan la radio pública. Se consignará una parte mínima de sus reflexiones, que prueban cuanta introspección hay entre ciertos docentes, cuánto piensan y aman su laburo.
Una de ellas, a la que llamaremos Alicia, discurre sobre una colega que fue heroína por un día. Hablamos de la profe que quiso aplazar a un chico y fue sancionada. Alicia no cree que sea un ejemplo, precisamente. Y funda: “La misma profesora dice ‘no trae los materiales’ y ‘no trabaja en clase’. A mí se me traduce en simultáneo mientras la escucho: ‘No tiene y no obedece’”. No es lo mismo, caramba.
Apuntar las diferentes competencias de pibes que ingresan en la escuela dista de ser un hallazgo o una obsesión “progre”. El rasero “meritocrático” desborda ideología, visión de clase.
Pilar Ferrería, profesora en secundarias públicas y una privada en la provincia, subraya pruritos de varios colegas respecto de los alumnos que vienen de hogar humildes. Lo precede con un sugestivo inventario de los motivos de un creciente malestar entre los docentes: “El malestar docente no ayuda a encarar un abordaje profesional sobre el tema. El deterioro de la esfera pública, experimentada fuertemente desde los ’90, el cambio de época (post-institucional llaman algunos) que modificó el rol de docente como personaje per se respetable, querido, dueño de saberes. Afrontamos a diario problemas estructurales o que parecen de difícil solución: una obra social que anda muy mal, a la que aportamos un montón y de la que estamos cautivos; correr de una escuela a otra; tener que trabajar muchas horas para que alcance el sueldo y más. Se fue haciendo una bola de nieve donde muchos cayeron en el desprecio hacia los niños/jóvenes. Y hay una cuestión ideológica: esa idea de que ‘los pobres’ están recibiendo todo de arriba, la cantinela anti-plan, que ahora incluirá: ‘hasta la nota les regalan’”.
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Y en este rincón: En el otro rincón, en el sentido boxístico, se colocan especialistas como Gustavo Iaies. El hombre es el consultor favorito de la Vulgata. Massa anuncia que será su ministro de Educación. Iaies pontifica en la Tribuna de Doctrina: “Aprender es también aprender a caerse y a levantarse, y eso es muy satisfactorio, saber que uno puede traspasar los escollos, que alguien apostó y lo ayudó y que, finalmente, llegó”. Ahí termina su intervención. Lástima porque uno, que es populista, se pregunta adónde llegó. El slogan le evoca una viejísima propaganda de un auto norteamericano. Alababa sus grandes faros traseros: “Para que los que vienen atrás sepan que llegaste”. Una carrera lineal, una sociedad competitiva al mango, un parámetro único, diseñado por los sectores dominantes para socializar a los alumnos.
Muchos de los censores revistan en universidades privadas. Se conduelen, almas nobles, porque la matrícula de las escuelas privadas sube en detrimento de las públicas. El argumento repetido funge de publicidad indirecta para sus lugares de trabajo.
Jamás hay polémicas sobre éstos. Entre los bienvenidos y jamás suficientes reclamos de transparencia nunca se incluyen cómo se sostienen esos establecimientos o las ONG que dan clases de democracia al resto del mundo.
Ya que estamos. Macri, que es un producto genuino de ese sector (hijo de rico, que recibió todo dado), tiene dificultades severas para comunicarse en castellano. Le cuesta mucho conciliar sujeto, verbo y predicado. Conjuga mal los verbos, con asiduidad. Dice “si yo diría” en vez de “si yo dijera” o “si yo tendría” cuando lo correcto es “si yo tuviera”. Delicias de la Academia VIP que no le impidió progresar en la vida...
Si el cronista no se equivoca (siempre es posible) también hay falta de concordancia en una nota publicada anteayer en Clarín por Claudia Romero, directora de Educación de la Universidad Di Tella. Cuenta “esa madre no pedía que su hijo no sea aplazado, que no repita, pedía que aprenda”. Uno supone que debió decir “no fuera aplazado, que no repitiera, pedía que aprendiera”. No es lo peor de su enfoque: Romero despotrica contra la supresión de los aplazos y la repitencia que, como ya se subrayó, no están en el menú de la reforma. Critica, pues, una virtualidad inexistente. Eso sí, lo hace con pasión y astucia: fustiga a esa “inclusión populista” lo que, se supone, genera bonus y reputación en algunos círculos.
Expresarse bien, trabajar con datos certeros podrían ser máximas universales... la excelencia debería inculcarse con el ejemplo.
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Cuatro busca lleno de esperanzas...: Todo cambia en el planeta, pero suprimir el rojo de los boletines de primer a tercer grado activa el alerta nuclear. El criterio se aplica desde hace años en países del tercer mundo, sin reacciones rabiosas.
Si 1, 2 y 3 son equivalentes en sus consecuencias educativo-personales, ¿para qué sirve la falsa diversidad? Si la escala de reprobado arranca en cuatro, ¿dónde está la convulsión copernicana?
El autor de estas líneas no emitirá un dictamen definitivo sobre los cambios que agitan la controversia. No es un experto y, además, cree que los objetivos valorables no garantizan automáticamente resultados a la altura. Hay que ver la implementación, sopesarla y medirla. Las profecías son sencillas, nada que ver con la complejidad de la brega por la inclusión y la lucha contra la desigualdad.
Tomar en cuenta la trayectoria de cada educando es elogiable. Construir un esquema superador exige docentes capacitados, motivados, que tengan trato cotidiano e intenso con los chicos. No podrán hacerlo, aunque le pongan onda, trabajadores que corren como bola sin manija de una escuela a otra. En el otro extremo, hay quienes abusan del ausentismo, toro arisco que jamás se toma por las astas
El sistema educativo está en crisis, amesetado en buena porción de sus desempeños. La secundaria, en particular, hace agua. El discurso del gobierno nacional prodiga cifras de inversión presupuestaria, de lo destinado a infraestructura o a salarios. Los esfuerzos fiscales y esas decisiones de política pública son saludables a condición de no endiosarlos y creerlos un fin en sí mismos. Son un instrumento y los resultados deben estar en el centro de las preocupaciones de los funcionarios y los educadores.
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El punto de partida: La desigualdad en la Argentina sigue siendo marcada, muy alta para el imaginario ciudadano más compartido. La escuela, expresó Emilio Tenti Fanfani años ha, es parte de la posible solución aunque jamás se bastará sola. Tenti Fanfani, licenciado en ciencias políticas y sociales, escribió también que “sobran las evidencias empíricas que la disposición a esfuerzo, el gusto por los estudios etcétera, no tienen un comportamiento aleatorio en la población”. No es serio desconocer “las condiciones sociales de distribución” de la capacidad para aprender (La escuela y la cuestión social).
El capital cultural “de partida”, como todos, está distribuido de modo desparejo. Los que promueven “castigar” a criaturas de seis años para sacarlos buenos ignoran rudimentos básicos de la vida en común. En promedio, alguien de esa edad no es un especulador ni un perezoso que retrae su esfuerzo. Hay otras variables en danza, son conocidas.
Reformar de modo continuo la educación, tratar de adaptarse (usualmente corriendo de atrás) a enormes mutaciones de todo tipo es un imperativo de la época. En el siglo XXI, desde antes para decir verdad, es anacrónico suponer que las personas de carne y hueso deben amoldarse a las instituciones que no evolucionan. El requerimiento colectivo es más arduo, son las instituciones las que deben recrearse y adaptarse.
La educación pública masiva es una regla argentina valiosa y prolongada. Las nuevas incorporaciones convulsionan: si se amplía el alumnado del secundario se suman los menos aventajados. El “sistema” reacciona, no siempre bien. Los recién llegados llegan con una mochila diferente y de atrás.
Las nuevas universidades del conurbano, que despuntaron durante los gobiernos menemistas y proliferaron en la larga década del kirchnerismo, tienen mayoría de alumnos que son primera generación de sus familias con acceso a ese nivel. Es un progreso social, con su sola consecución: coloca a los jóvenes en otro rango en relaciones, competencias y posibilidades de acceso al saber. Pero su trayectoria exige que haya graduados aptos para insertarse en la sociedad y que la mayoría no quede en el camino.
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A universalizar, a universalizar: Un libro flamante del sociólogo Gabriel Kessler recorre lo que indican su título y subtítulo, Controversias sobre la desigualdad. Argentina 2003-2013. Sintetizarlo en tres líneas sería un despropósito, recomendarlo es más factible y razonable. Uno de los aciertos de Kessler es desbrozar avances y retrocesos en distintas áreas (trabajo, distribución del ingreso, educación, vivienda, inseguridad, salud entre otras). Marcar asimetrías, en una tendencia general de avances. Otro hallazgo: resaltar que toda conquista es lábil, pasible de ser revocada o minimizada en el futuro.
Uno de los valores altos de los gobiernos democráticos, enfatizado en los de matriz nacional y popular, es el afán por universalizar derechos o, cuanto menos, de ampliar sus fronteras permanentemente. No es un rasgo dominante en muchas otras comarcas de la región o del mundo. El voto universal y obligatorio, la educación pública al alcance de todos, la universidad gratuita no son dones de la naturaleza, no germinan en todo el planeta. En los años recientes, se añadieron la Asignación Universal por Hijo, la cuasi universalización de las jubilaciones, la inclusión de empleadas domésticas y amas de casa.
Con ese paradigma como orientación deben pensarse las innovaciones. Sin elitismos, sin conformismos por lo dado, respetando las diferencias. Con un aparato estatal atento a reparar las asimetrías. Jamás se logrará plenamente. Claro que hay quienes pelean contra las dificultades con denuedo (y errores, desde ya). Y hay quienes levantan el dedito mientras defienden el statu quo, la educación para elites y los privilegios de clase en su labor cotidiana.
Hoy día la agenda pública es mucho más vasta que hace veinte o treinta años. Quizá sea incomparable. Enhorabuena. El avance se engalanaría si se discutiera de buena fe, en base a información seria, tratando de matizar los prejuicios.
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