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Lo que perdió el menú
Por Franco Castiglioni
¿Por qué creyó Blumberg que debía nuevamente ser él quien expresara el reclamo de justicia? ¿Por qué este reclamo debía ser necesariamente una convocatoria de los ciudadanos a la plaza? Desde que el mundo es mundo, cuando se llama a respaldar una denuncia o una demanda con la presencia física en las plazas, inevitablemente tanto el reclamo mismo como el convocante serán medidos con números. Cuando 50.000 personas oyeron y siguieron las consignas de Blumberg en las escalinatas del Congreso, esperaban que la urgencia de la movilización iba a ser sostenida por un número equivalente. Pero en este caso no sólo fueron los exiguos 3000, sino el corte social. En las primeras manifestaciones estuvo sin duda la clase media alta, pero también sectores medios cuya libertad no está asegurada cuando salen de su casa. El interclasismo esta vez no estuvo y el mismo discurso de Blumberg fue portavoz de lo más rudimentario de la ideología de la derecha. El Blumberg que fue, con ese mismo discurso, un cuando menos respetado y hasta temido dirigente, esta vez tuvo un encuentro de entrecasa donde el menú ya era conocido. Es el que diariamente expresan las cartas que publica La Nación, con su carga ideológica contra los ministros más “garantistas” de la Corte y su solidaridad con el obispo militar Antonio Baseotto. O el que, al postre, permite frases como “¿quién diría que al final los montoneros y los tupamaros gobiernen el Río de la Plata?”. Pero ni así funciona. Blumberg decía que no tenía nada que perder porque había perdido a su hijo. Pero ahora perdió también a sus seguidores, porque la derecha tiene a otros a quien votar.