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Quienes como yo y muchos otros desconfiamos del fervor de la Cruzada Axel, detrás de cuyo membrete se amontonaban hombres de la derecha, hoy deberíamos sentir alivio, ya que las decenas de miles que siguieron a Blumberg el año pasado no se movieron esta semana.
De todas maneras, creo que no hay motivo de alivio, por dos razones. La primera es que la opinión pública se muestra tan superficial y repentista como renuente a que sus opiniones sobre seguridad, probablemente intactas, la conduzcan a movilizarse bajo la lluvia. La segunda es que, en la misma semana, el discurso antigarantista estuvo en todos los medios, a propósito de la excarcelación de Chabán, y prevalece un humor que considera la palabra “garantista” como una especie de insulto.
Peor todavía. En un país donde ningún familiar de desaparecido bajo la dictadura militar pronunció nunca públicamente la frase “mejor es que conserven a Videla y Massera con vida, porque queremos que sean juzgados”; y no la pronunció porque es un chantaje, en un país así, escuchamos frases de ese talante referidas a la seguridad de Chabán.
Por eso, un nuevo Blumberg, que interpele sentimientos legítimos de modos duros y cortantes, podría volver a llenar una plaza argentina, porque lo que representó no se ha disuelto y tampoco se disolvieron los motivos que lo hicieron emotivamente popular. No se puede controlar lo que se dice en algunas radios y algunos canales de televisión. Pero la clase política tiene una responsabilidad mayor que la de un ciudadano raso o un ideólogo del periodismo amarillo. Blumberg primero maltrató al Congreso, luego fue recibido por el Presidente, por fin ese mismo Congreso votó medidas propuestas por él que los expertos consideran que introdujeron un caos en el Código. Sería bueno que esta secuencia desdichada no se repita.